Ella colgó y Zach se preguntó si acaso le importaba lo que ella hiciera. Así que iba a alojarse en aquel mismo hotel. ¿Por qué no? Se estaba preguntando qué sería lo que habría descubierto en la biblioteca, revisando los periódicos antiguos y los artículos de revistas que hablaban de la familia. Mientras Witt estuvo vivo, se las había apañado para mantener la mayoría de los secretos de los Danvers bien lejos del alcance de la prensa. Tras la muerte del viejo, Jason había asumido aquella responsabilidad. Pero Adria podía llegar a investigar a fondo; no iba a conformarse con datos superficiales, no, era demasiado pertinaz.
Entonces, ¿cómo había llegado a obsesionarse creyendo que era London? ¿O acaso todo aquello no era más que una representación? Existía una posibilidad, una maldita posibilidad, de que todo lo que salía a través de sus hermosos labios no fueran más que mentiras.
«Deben de estar realmente preocupados», pensó Adria mientras Zach abría la puerta de la habitación en la última planta del hotel. Con un salón completo con chimenea, dos dormitorios, dos baños, jacuzzi, ventanales que se abrían a una terraza enlosada y una vista de la ciudad que se extendía varios kilómetros, la habitación era espaciosa y estaba decorada en colores melocotón claro y marfil. Los muebles parecían antiguos, aunque Adria imaginó que la cómoda, la cama estilo reina Isabel, la mesilla de té y los sillones Chippendale no eran más que imitaciones modernas de las piezas auténticas. La alfombra era de felpa, el bar estaba provisto de las mejores marcas y sobre la mesilla acristalada de té reposaba un jarrón con rosas.
– ¿Es esto un soborno? -preguntó ella mientras Zach metía su bolsa de viaje en uno de los armarios.
– Puedes llamarlo como prefieras -dijo él, encogiéndose de hombros.
Ella había aceptado alojarse en el hotel solo como un gesto de buena fe. Aunque sospechaba que la familia pretendía vigilarla de cerca, había decidido aceptar su oferta.
– ¿Espero que esto no suponga compromiso alguno? -preguntó ella.
– No conmigo -dijo él, mirándola con los ojos entornados-. Tendrás que preguntar a Jason qué es lo que espera de ti.
– Si piensa que con esto me puede comprar…
– Eso cree, supongo. -Zach la miró, diciéndole en silencio que le parecía una ingenua-. Pero eso forma parte de su carácter. No te lo tomes como algo personal. Y no seas tonta. Esta pequeña muestra de generosidad significa cualquier cosa menos que la familia haya decidido recibirte con los brazos abiertos.
– Ya lo sabía.
– Bien.
Ella se quitó la chaqueta y la dejó sobre el respaldo de una silla.
– Creo que tú no te pareces demasiado al resto de la familia
El resopló y no se molestó en disimular su sarcasmo. -¿En qué no me parezco? -Metió la mano en el bolsillo y sacó la llave del hotel lanzándola al aire-. Ahora eres una huésped de la familia Danvers. No sé realmente qué es lo que eso supone, pero estoy seguro de que mi hermano Jason te lo hará saber.
Él se dirigió hacia las puertas dobles de la habitación, pero ella le detuvo agarrándolo por el codo.
– Dime… ¿hay alguna razón para que tengamos que llevarnos tan mal?
El dio media vuelta y se quedó mirando sus ojos tan azules como un día de verano. Dirigiendo la mirada hacia su garganta, sintió que se le encogía el estómago a la vez que miles de recuerdos se agolpaban en su mente. Se había sentido hipnotizado demasiadas veces por los traicioneros y seductores ojos de Kat. Lo mismo que le podía llegar a pasar con esa mujer.
– ¿Acaso quieres que seamos… bueno, quiero decir entre hermanos, quieres que seamos amigos? -le preguntó él incapaz de ocultar el cinismo de sus palabras.
– ¿Por qué no? -dijo ella. Su sonrisa era sincera y una grieta se abrió en un oscuro rincón de su roto corazón, un rincón que él habría preferido que se mantuviera oculto-. No conozco a demasiada gente en esta ciudad.
Él se quedó esperando, con el rostro frío como una máscara, sin atreverse a mover un solo músculo, pero especialmente consciente de aquella mano que le sujetaba por el codo. «Cielos.»
– Pienso que podrías dejarme que te invitara a cenar.
– ¿Porqué?
– Porque sería mucho más fácil para los dos que no estuviéramos todo el tiempo pensando en cómo deshacernos el uno del otro.
– ¿Y crees que eso es posible?
– Por supuesto -dijo ella, y su respiración pareció detenerse por un instante-. Créeme.
Él sabía que lo mejor que podía hacer era largarse de allí inmediatamente. Abrir aquella puerta y cerrarla de golpe detrás de él. Pero, en lugar de eso, se quedó mirando aquel rostro vulnerable, pensando cómo podía ser considerado peligroso alguien con una apariencia tan inocente.
– No creo que sea una buena idea -dijo él y vio cómo la punta de los dientes de ella se depositaban sobre el suave y carnoso labio inferior. Él sintió un deseo que ascendía por su estómago. De repente se le hizo difícil respirar y empezó a notar entre las piernas los inicios de una erección.
– ¿Qué es lo que temes?
Apenas podía articular palabra. De repente parecía que el calor de la habitación había aumentado. Tenía que salir de allí.
– No se trata de miedo.
– Entonces, ¿de qué?
– No creo que pueda asociarme con el enemigo -dijo él, esperando que sus palabras sonaran despiadadas.
Ella se rió suavemente, y su risa sonó como una seductora ola que rompe en la orilla. Un sonido que retumbó en los oídos de Zach.
– ¿No te ha enviado tu hermano para que me espíes? ¿No has estado esperándome a la salida del motel y luego me has seguido hasta la biblioteca? Lamento que no te haya parecido lo bastante interesante la experiencia, que no haya sido la típica misión de agente secreto. De todas formas, estás metido en esto tan hasta el fondo como yo, Zach, y por mucho que te empeñes en protestar, en realidad tú tienes tantas ganas como yo de averiguar si soy realmente tu hermana o no.
– Medio hermana -le aclaró él.
– De acuerdo. -Ella quitó la mano de su codo y se apartó la hermosa y salvaje cabellera de los hombros-. Medio hermana. Dame un minuto para que me cambie de ropa.
Sabía que debería decirle que no y salir a toda prisa de allí. Pero no lo hizo. En lugar de eso, su mirada se paseó por su gastada camiseta y sus viejos vaqueros. -Yo te veo perfecta.
– Parezco una granjera que acaba de salir de una granja de Belamy, Montana. No tardaré más de un minuto.
No esperó a que él contestara y atravesó deprisa la puerta del dormitorio principal. Por un momento ella pensó que acaso él se daría una segunda oportunidad y saldría corriendo de allí, pero cuando se hubo vestido con un suéter blanco de cuello alto y unos vaqueros negros, y se hubo pintado los labios y cepillado ligeramente el pelo, él estaba aún en el mismo lugar donde lo había dejado, en el salón, con una mano apoyada en el marco de la ventana, un vaso de bebida en la otra y mirando a través de la ventana. Tenía la cadera ladeada y ella se dio cuenta de la manera en que sus vaqueros se habían estirado entre las nalgas y del movimiento muscular de las mismas, apretándose a través de la gastada tela de sus pantalones.
Él la vio reflejada en el cristal, se dio la vuelta, pero no se movió. Sus labios se convirtieron en una delgada línea ante la visión de ella -como si estuviera de repente enfadado- y su mirada la recorrió de arriba abajo.
– ¿Estás listo?
– Tanto como lo he estado siempre -contestó él, dejando su bebida sobre la mesa.
Durante todo el camino hacia la planta baja, él estuvo callado y meditabundo, y sus ojos sombríos parecían lanzarle acusaciones que ella no era capaz de entender. La cabina del ascensor le parecía demasiado pequeña, el aire era denso y olía a whisky y a cuero, y a pesar de que él se había hecho el firme propósito de mantenerse tan alejado de ella como lo permitía el reducido espacio, ella podía oír los latidos de su corazón.