Sorprendida, Adria se quedó sin habla. La temperatura en el jeep parecía haber descendido varios grados y ella empezó a sentir escalofríos.
– Pensé que había sido un accidente -susurró ella-. Las noticias que leí hablaban de una sobredosis no intencionada de somníferos… y de una caída.
– No fue un accidente -dijo Zach mientras giraba el volante para meterse en un aparcamiento de gravilla frente a una especie de restaurante de carretera-Kat se quitó la vida. Destapó un frasco de somníferos y se los tomó todos con media botella de whisky de cuarenta grados, luego salió al balcón y se tiró a la calle.
– Cómo puedes saberlo…
Frenó de golpe, apagó el motor y la agarró con las dos manos. Sus dedos le apretaban los hombros mientras la sacudía suavemente.
– Se suicidó, Adria. Los periódicos que dieron la noticia encubrieron la verdad. Pero Katherine Danvers fue víctima de sus propias fantasías, de sus propias ensoñaciones.
Sus ojos se entornaron recordando, sus fosas nasales palpitaban en el cerrado interior del vehículo. Las gotas de lluvia golpeaban contra el techo del coche y la música que salía por la puerta abierta del restaurante golpeaba contra el cristal cerrado de la ventanilla del jeep. Adria apretó los labios y se quedó mirando a su acompañante, a aquel hombre que podría ser su medio hermano.
Su aliento cálido le golpeaba el rostro, sus fuertes y viriles manos la sujetaban por los hombros y sus ojos oscuros como la noche la miraban fijamente. Adria sintió un nudo en la garganta. No podía apartar la vista de él. Hechizada, le mantuvo la mirada y al instante se dio cuenta de que él estaba a punto de besarla. El corazón empezó a latirle con fuerza. Un deseo inesperado -mordaz y desenfrenado- empezó a calentarle la sangre.
– Maldita sea -susurró él con voz ronca, con su rostro tan cerca del de ella que Adria podía ver el humeante deseo en sus ojos-. ¡Te pareces tanto a ella!
– Zachary…
– Vuelve a tu casa, Adria -dijo él, soltándola tan de repente que ella casi estuvo a punto de caer sobre él. Su expresión se hizo dura-. Vete a casa antes de que te hagan daño.
13
– ¿Quién va a hacerme daño? -preguntó ella, apartándose de él y dejando entre ellos toda la distancia que permitía el interior del jeep.
Su corazón latía con tanta fuerza que apenas si podía respirar. Había pensado que él la besaría, se había dado cuenta de que lo deseaba, pero luego él se había echado atrás. Ella no podía liarse con él. Los cristales de las ventanillas estaban empañados y parecían separarlos del resto del mundo, y mientras ella se lo quedaba mirando parecía que ellos dos eran las únicas personas que existían en el planeta.
– Tú misma vas a hacerte daño.
– ¿Cómo?
– Estás jugando con fuego -dijo él, mirándola con unos ojos que brillaban en la oscuridad.
– Y tú no haces más que dar rodeos.
– ¿Eso crees? -Él se acercó de nuevo a ella, y esta vez pudo sentir el calor de su cuerpo y notar su propio corazón ardiendo de deseo. Su respiración era cálida y rápida, y su mirada desafiante-. ¿Por qué estás haciendo esto? -le preguntó él antes de acercar sus labios a los de ella en un beso que era casi fiero, mientras sus dedos se introducían entre su pelo.
La ira y la pasión empezaron a calentar su sangre.
Intentó no responder a su beso, apartarse de él, pero sus manos se apoyaron sobre el pecho de él sin poder alejarlo y Zach hundió la lengua en su boca de una manera que era cruelmente posesiva y que la quemaba hasta el alma. Su lengua empujó con insistencia entre los labios de ella hasta conseguir introducirse en la oscura profundidad de su boca.
Ella dejó escapar un leve gemido y aunque se sentía realmente confusa no pudo evitar besarlo también a él. El pulso se le aceleró y por primera vez en muchos años sintió que la desbordaba un caliente e insistente deseo que nacía de lo más profundo de su ser. No podía pensar, ni moverse, ni rechazarlo. Le rodeó el cuello con los brazos sintiendo que él se apretaba más contra ella, y sus pechos erguidos se aplastaron contra su chaqueta de cuero.
Con la misma rapidez con que la había tomado entre sus brazos se apartó de ella.
– Oh, cielos -suspiró él casi sin aliento. Cerrando los ojos, dejó que su cabeza reposara contra el asiento del coche y apretó los dientes, como si de golpe fuera consciente de la magnitud de lo que acababa de hacer. Parecía que estaba intentando alejar de sí aquel deseo-. Maldita sea, Kat, ¿qué es lo que quieres de mí?
– Yo… yo no soy Kat -susurró ella horrorizada.
Sintió un escalofrío que le recorría la nuca al darse cuenta de su error.
– Y tampoco eres London; London no hubiera hecho esto.
– No quiero que… -La fría mirada de él hizo que se quedara sin habla.
– Y no esperes que podamos ser amigos. Me parece que ha quedado demostrado que no podemos serlo.
Ella tragó saliva con dificultad. El deseo aún palpitaba en sus venas.
– Zachary, yo no puedo… esto no es…
– ¿ Qué no es? -Sus ojos se abrieron de par en par y se quedó mirándola fijamente como si quisiera volver a besarla para hacerla callar. Durantes varios segundos ella sintió su indecisión-. Demonios -masculló él de nuevo antes de volver a tomarla entre sus brazos con fuerza. La besó sin poder controlarse, con labios ansiosos y hambrientos, con el cuerpo en tensión, mientras se apretaba contra ella forzándola a apoyarse contra el asiento y aplastándola con todo su peso. Una vez más su lengua se abrió paso hasta la profundidad de su boca y ella pudo sentir la dureza que se formaba entre las piernas de él. Ella sabía que debía detenerle, pero no podía hacerlo. Empezó a sentirse invadida por deliciosas llamas de deseo que hacían que se le oprimieran los pulmones. Él la besó en los labios, en los ojos, en la cara, con las manos moviéndose desesperadas a lo largo de su espalda. Cuando finalmente se separó de su boca, se la quedó mirando con los ojos inflamados de odio, un odio intenso que parecía dirigido contra sí mismo.
– No me digas que no puedes -dijo él, hablando entre dientes- Puedes y quieres. Pero ¡no te voy a dar esa satisfacción! Eres tan mala como ella -añadió, volviendo a sentarse y agarrando la manecilla de la puerta.
– ¿Como… quién? -preguntó ella, aunque sabía que estaba hablando de Kat.
– Ella se me insinuó medio desnuda.
– No…
– Tú no la conoces.
– Pero no puedo creer…
– Yo tampoco.
– Lo siento.
– ¿Que lo sientes? -Él se pasó los dedos por el pelo-. ¿Que lo sientes? -Su sonrisa era fría como el hielo-. No te hagas la inocente conmigo, Adria.
Ella deseó abofetearlo, intentando negar lo que a pesar de todo era tan obvio, pero solo pudo juntar ambas manos con fuerza.
– Yo no… -Si al menos pudiera mentirle y decirle que no sentía ninguna atracción por él, pero no pudo decir nada más. Su corazón aún latía desbocado y le temblaban las manos.
La mirada que él le dirigió le llegó a la más prohibida parcela del cerebro y enseguida se dio cuenta de que sentían lo mismo el uno por el otro -un puro deseo animal-, algo que formaba parte de su destino. Se trataba de una terrible atracción contra la que debería luchar. Sintió que se le secaba la garganta y deseó con todas sus fuerzas poder negar el deseo que sentía latir en sus venas.
– Solo quería comprobar cuánto te parecías a Kat -dijo él, recorriendo con la mirada su pelo revuelto, su arrugado suéter y sus hinchados labios-. Hasta dónde eras capaz de llegar.
Ella no le creía y sintió que la abrasaba la ira.
– ¿De manera que pretendes que me crea que me has besado sólo por curiosidad?
– Me importa una mierda lo que creas -farfulló él.
– No me mientas, Zach. Yo no lo hago. Me has besado porque me deseas. Cuéntamelo como quieras, pero sé perfectamente lo que sientes.