– Debe de estar al caer.
– He oído que también habéis invitado a mamá.
– Mierda -murmuró Zach, volviendo a dejar la bola blanca sobre la mesa de billar.
– Ella también está incluida en el testamento -dijo Jason.
– Es parte del trato al que llegó con papá cuando se divorciaron.
– Así pues, ella también cuenta.
– Mierda.
Trisha se acercó de nuevo al bar.
– Quizá te vendría bien un trago, Zach.
– No esta noche.
– Y la muchacha, ¿también va a venir ella? -preguntó Trisha, mirando a Jason.
– ¿Adria? ¿Has invitado también a Adria? -A Zach se le tensaron los músculos de la espalda.
– Llegará en cualquier momento -contestó Jason, mirando su reloj-. No quería dejarla fuera, sabes. Pensé que a lo mejor nos proponía un trato y la podíamos mandar ya de vuelta a su granja.
– No lo creo -dijo Zach irritado. No tenía ganas de volver a ver a Adria, no tenía ganas de oler su perfume o de sentirse perdido en sus ojos.
– Mira, incluso aunque sea un fraude, se parece demasiado a Kat como para no preocuparse por ella. La prensa se volvería loca si la descubriera. Empezarían a aparecer fotos en los periódicos, viejas fotos de Kat comparándola con fotos recientes de Adria. Se iban a hacer todo tipo de comparaciones, lo queramos o no, y, desgraciadamente, todos tenemos que admitir que la chica se parece muchísimo a nuestra fallecida madrastra.
– Yo no estoy de acuerdo con lo que dices -dijo Trisha, volviendo a servirse otra copa-. Y no quiero oír hablar más de este tema.
– Los periódicos y la televisión serán solo el principio. Luego se conseguirá un buen abogado, uno de esos que quiere conseguir notoriedad, uno que se arriesgue solo porque su cara salga en los periódicos. Para tener fama, más que dinero, hay que tener un buen montón de abogados.
Trisha se rió.
– Entonces, ¿cuál es tu plan? -preguntó Zach, sintiendo que se le revolvían las entrañas.
Hablar de Adria a sus espaldas, conspirar contra ella, le hacía sentirse más incómodo de lo que le hubiera gustado admitir. Puede que Trisha tuviera razón; quizá necesitaba una cerveza. Los labios de Jason se torcieron en una suave sonrisa.
– Como dicen en El padrino: «voy a hacerle una oferta que no podrá rechazar». -No creo que lo consigas.
– Me parece que cien de los grandes será suficiente.
– ¿Estás dispuesto a darle tanto? -dijo Trisha, quedándose con la boca abierta.
– No para empezar, claro. Empezaremos a la baja y trataremos de intimidarla, pero cien de los grandes no es demasiado si piensas en los gastos de los abogados en caso de que tuviéramos que ir a los tribunales. Y piensa que durante todo ese tiempo las propiedades estarían en suspenso hasta que se llegue a un veredicto. Eso sería mucho peor; un juicio de ese tipo puede llegar a eternizarse.
– Apuesto a que el viejo está en algún lugar del infierno riéndose ahora mismo de nosotros -dijo Trisha, encendiendo un cigarrillo y exhalando el humo en círculos-. Imagínate, dejar casi el cincuenta por ciento de las propiedades a la hija que no pudo encontrar y que no se sabe siquiera si está viva o muerta. ¡Menuda broma!
– A menos que podamos probar que ha muerto -les recordó Jason a los dos- En ese caso, su parte de la herencia se tendría que dividir entre el resto de nosotros.
A Zach se le heló la sangre al ver la fría mueca de sonrisa que curvaba los labios de Jason. ¿Tan lejos eran capaces de llegar cada uno de sus hermanos con tal de meter sus manos en la fortuna de Witt? Todos ellos tenía sus propias hachas para afilar. A Jason le gustaba el dinero; Trisha siempre había querido vengarse de la familia y Nelson era ambicioso por defecto.
«¿Y qué hay de ti? ¿No eres exactamente blanco como la azucena?»
En cuanto a sus hermanos, estaba seguro de que harían todo lo que estuviera en sus manos para conseguir lo que querían. Pero ¿serían capaces de llegar a matar? Sus dientes rechinaron e inconscientemente sus manos se cerraron en un puño.
Trisha sorbió un trago de tequila y suspiró.
– Nuestro padre que está en el infierno. Sin duda uno de los más grandes bastardos del mundo. -Miró de reojo y su mirada se cruzó con la de Zach-No quería ofenderte, Zach.
Zach no hizo caso del comentario. La cuestión sobre su paternidad ya no le importaba. ¿A quién le importaba realmente?
– Solo porque hubiera incluido a London en el testamento, no quiere decir que no podamos luchar contra eso -puntualizó Jason-. ¿No habéis oído que los testamentos pueden impugnarse? Solo tenemos que probar que el viejo padecía enajenación senil cuando redactó el testamento. No creo que sea demasiado difícil. Después de todo, ¿quién en su sano juicio dejaría millones de dólares en herencia a una chica que lleva desaparecida veinte años?
– Entonces, ¿por qué no has hecho nada al respecto? -preguntó Trisha, exhalando humo por la boca-. Después de todo, tú eres el abogado de primera.
– Porque los abogados de papá asegurarían que el viejo estaba tan en su sano juicio como tú y yo. Jurarían que Witt no había perdido ningún tornillo.
– De modo que se trata de su palabra contra la nuestra.
Zach odiaba discutir sobre las propiedades del viejo. Por supuesto, era necesario hacerlo; él no era lo suficientemente tonto ni lo suficientemente rico como para que no le importara, pero lo que deseaba realmente era lavarse las manos en cuanto a los asuntos de la familia. Todos ellos se habían convertido en buitres codiciosos.
«¿Y qué hay de ti? También estás aquí, ¿no es así? Esperando poder quedarte con el rancho.» Demonios, menudo lío. Y además estaba Adria. Al pensar en ella, la sangre se le volvió a caldear y agachó la cabeza descorazonado. No le gustaba la idea de intentar comprar a Adria, pero no tenía ningún plan mejor.
– Bueno, el primer orden del día es deshacernos de nuestra última London -dijo Jason-. Mandarla de vuelta a casa e intentar impugnar el testamento.
– No creo que ella esté de acuerdo en marcharse -dijo Zach con una voz que sonaba mucho más decidida de lo que él se sentía-. Para ella es más una cuestión de orgullo y verdad que de dinero.
Jason meneó la cabeza y alzó la barbilla.
– Siempre se trata de dinero, Zach. ¿Todavía no has aprendido que todo el mundo tiene un precio? Incluso la señorita Nash. Solo tenemos que encontrar la cifra adecuada.
Zach oyó ruidos en la escalera y sus nervios se tensaron. Pudo sentir la presencia de Adria antes de que entrara en la sala detrás de Nicole.
– ¿Ya los conoces a todos, Adria? -dijo Nicole, forzando una sonrisa en su rostro bronceado.
Adria no parecía en absoluto intimidada. De hecho, parecía como si realmente perteneciera a aquel entorno. Tenía las manos metidas en los bolsillos de una chaqueta vaquera con recortes de cuero y ni siquiera se molestó en sonreír. Lanzó una mirada en dirección a Zach y este se puso tieso. Por un momento se quedaron mirando el uno al otro antes de que ella volviera la cabeza para encontrarse con la mirada fija de Jason.
– He recibido el mensaje de que querías verme.
– Así es. Pasa y siéntate… -dijo él, señalando los sillones de piel que estaban colocados al lado de la chimenea-. ¿Te apetece beber algo?
Ella dudó por un instante, pero enseguida le dirigió una leve sonrisa.
– ¿Por qué no? ¿Tienes vino blanco? Chardonnay.
Jason se acercó al bar, como si estuviera obligado a hacer cualquier cosa que ella pidiera. Zach pensó en marcharse, pero antes de que pudiera acercarse a la puerta oyó pasos por la escalera, y Nelson y su madre entraron en la sala. Eunice lanzó una mirada a Adria y por un segundo se quedó pálida, pero enseguida se recompuso.
– Así que tú eres la señorita Nash -dijo Eunice, extendiendo la mano en un gesto que parecía ser de lo más amistoso. Sus ojos eran fríos, su boca estaba apretada por los extremos y la piel de las mejillas estaba tensa sobre los huesos de la cara-. Yo soy Eunice Smythe.