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Adria sabía muy poco acerca de la mujer cuyos dedos parecían pergaminos secos, pero había podido reunir unos cuantos rumores sobre ella. Le habría gustado saber la verdad. Se rumoreaba que Witt se había divorciado de ella porque le había sido infiel con Polidori, pero, por supuesto, nadie más que Eunice sabía la verdad. Fuera lo que fuese lo que pasó entre Witt y su esposa, Eunice lo había pagado caro. Se le había denegado la custodia de los hijos en una época en la que los derechos del padre eran casi ignorados.

– Bueno, Adria, Nelson me ha dicho que crees que eres la hija desaparecida del señor Witt. -La sonrisa de Eunice era tan fría como el acero y enseguida soltó los dedos de Adria.

Jason acercó a Adria la copa de vino, que realmente ella no deseaba beber. La sostuvo por la base con fuerza. De repente sintió que se le había secado la garganta y que le empezaban a sudar las manos.

– Sí, esa es la razón por la que estoy aquí -replicó Adria-. Para averiguar la verdad.

– La verdad -murmuró Eunice mientras estudiaba su rostro-. Es algo a veces tan resbaladizo. -Habiendo tomado solo un sorbo, Adria dejó su copa sobre la mesa-. Bueno, pues vayamos a ello, ¿ te parece? -Eunice se sentó en un sillón de color crema-. Nicole, ¿serías tan amable de prepararme un gin-tonic? -preguntó a su nuera, y en cuanto Nicole se lo hubo preparado y se lo acercó, Eunice palmeó el brazo de la muchacha-. Buena chica.

– Siempre lo soy -replicó Nicole con una voz aguda a la vez que le lanzaba una mirada a su marido que podría atravesar una piedra de granito.

Todos los músculos del cuerpo de Adria estaban en tensión; la tensión podía sentirse en el aire, y ella no sabía qué era peor, el estar siendo mirada por todos aquellos animales muertos que había en las paredes o estar rodeada por aquella manada de bestias vivas congregadas a su alrededor. «Tú te lo has buscado -se dijo-. Ya sabías que no iba a ser fácil, así que tendrás que aguantarlo.» Dándose mentalmente una palmada, se sentó en el borde del sofá, exactamente al otro lado de la mesa acristalada de café frente a la que estaba Eunice, y contuvo el impulso de mirar a Zachary para pedirle ayuda en silencio.

Jason se sentó en el sofá, a su lado.

Zachary parecía aburrido. Estaba apoyado contra la piedra de la chimenea, con el rostro sereno, la mirada fija en ella y la barba como si no le hubiera pasado la cuchilla de afeitar en un par de días.

Adria se incorporó un poco y vio cómo Nelson colocaba una pierna sobre el apoyabrazos del sillón de su madre, sentándose a su lado. Nicole, tras haber servido la bebida a su suegra, vio la mirada severa de su mando y enseguida dijo algo sobre echar un vistazo a su hija, para luego subir corriendo las escaleras. Trisha no se reunió con el resto del grupo, sino que siguió sentada en el taburete, junto a la barra de bar, donde fumaba y bebía, observándolos a todos desde la distancia. Había en ella una amargura de una dureza que Adria no era capaz de comprender.

– Ninguno de los que estamos aquí te cree -dijo Eunice de manera rotunda. -No esperaba menos. -Así que vienes preparada para la derrota. -He venido para…

– Lo sé, lo sé -la interrumpió Eunice, alzando una mano y moviéndola en el aire-. La verdad. Escucha -se acercó hacia ella-: no vamos a ponernos ahora a discutir sobre la verdad, ¿de acuerdo? Es aburrido. Noble, supongo, pero a la vez terriblemente aburrido, y todos nosotros sabemos lo que es una mentira. Lo que tú quieres es que la familia te tome lo suficientemente en serio como para que te acojan y te ofrezcan una buena cantidad de dinero para que puedas volver al lugar de donde sea que has venido. -Yo no…

– Corta el rollo -dijo Nelson tranquilo-. Estamos dispuestos a pagarte, pero antes tendrás que firmar un documento…

– ¿Alguno de vosotros está interesado en el hecho de que yo podría, solo podría, ser vuestra hermana? -preguntó Adria-. Sé que estáis preocupados por las propiedades familiares, pero pensad por un momento, ¿qué pasaría si realmente soy London?

– Eso no cambiaría nada -dijo Trisha a través de una nube de humo-. Para nosotros, tú eres una extraña y si te cayeras de la tierra no nos importaría. -Sus labios se curvaron ligeramente hacia arriba-. De hecho, algunos de nosotros lo celebraríamos.

– ¡Trisha! -dijo Eunice bruscamente y luego miró de nuevo a Adria- Es una chica muy violenta.

– Mirad, yo no necesito pasar por esto. Pensé que pie habíais llamado para hablar conmigo, para hacerme preguntas, para ayudarme a descubrir la verdad, pero ya veo que me he equivocado. -Se levantó y se colocó la correa del bolso sobre el hombro-. Lo creáis o no, no he venido hasta Portland para causar estragos en vuestras vidas, o para robaros vuestra fortuna o para hacer daño a nadie de alguna manera.

– Por supuesto que lo has hecho -dijo Trisha.

– No pienso darme por vencida -dijo Adria, poniéndose tiesa.

Trisha, con un cigarrillo colgando de la comisura de los labios, se puso a aplaudir:-¡Bravo! ¡Qué hermoso espectáculo!

– ¡Basta ya, Trisha! -dijo Zachary con tanta vehemencia que Eunice entornó los ojos durante un instante.

– Todavía podemos hacer un trato -dijo Jason, ignorando la salida de tono.

– ¿Todavía quieres pagarme para que me vaya? -dijo Adria, tomando su copa y sorbiendo un trago.

– Hum. ¿Digamos veinticinco mil? Adria estuvo a punto de atragantarse con el trago de vino. Sabía que intentarían sobornarla, pero la cantidad la dejó pasmada.

– Yo… no estoy de acuerdo.

– ¿Qué te parece si subimos a cincuenta? -dijo Jason con una tensa sonrisa.

Nelson se había quedado visiblemente pálido y cuando Adria se quedó mirando a Zachary, este le devolvió una mirada impasible. ¡Él también estaba metido en el asunto!

También él quería deshacerse de ella. A Adria le hervía la sangre en silencio porque se había dicho que él era diferente, que podría ayudarla, que él, el rebelde, se preocuparía por ella. Obviamente, había cometido un error.

– Si me disculpáis -dijo Adria, dejando su copa en la mesa con mano temblorosa-. Creo que me voy a marchar.

– No tienes por qué irte del hotel… -dijo Jason sin echarse atrás.

– Por supuesto que lo haré. Quedarme allí ha sido un error. Solo uno más.

Su mirada se cruzó de nuevo con la de Zachary y esta vez vio un pequeño brillo en sus ojos grises. Recordó cómo la había besado en el jeep, el ansia y la pasión que irradiaba su boca. ¿Había sido todo aquello parte del plan para hacer que se viniera abajo? ¿Podría haberse rebajado tanto él como para seducirla y luego intentar asustarla para que se marchara de allí? Sintiéndose enferma ante esa idea, se puso derecha, dio media vuelta sobre sus talones y se marchó escalera arriba. Por lo que a ella respectaba se acababan de marcar las líneas de la batalla. La familia Danvers podía irse al infierno que a ella no le importaría lo más mínimo.

La medalla brilló al moverse, reflejando la luz mientras se balanceaba al final de una cadena dorada. Barata. Una imitación. Igual que Adria, la mujer que la llevaba.

Había sido un riesgo introducirse en la habitación de Adria en el hotel, pero a veces es necesario correr riesgos. Y mira qué botín tan pobre: una pieza de joyería barata y un par de bragas baratas. Oh, pero eran bastante sexys. De encaje negro y muy pequeñas.

Obviamente a Adria Nash le gustaban los placeres carnales. O puede que fuera una provocadora.

Lo mismo que Kat.

En la intimidad de la habitación del hotel, el asesino de Katherine rebuscaba entre las prendas personales de Adria, con manos temblorosas, tratando de calmarse. Pero era imposible. Recuerdos inoportunos de Kat seguían hiriendo y atormentando a la persona que había acabado con Katherine LaRouche Danvers para siempre.

Incluso ahora, mientras esa persona estaba de pie junto a la ventana del ático con vistas a las luces de la ciudad de Portland, el panorama se confundía con las visiones del largo pelo negro que producía reflejos azules al caer sobre una espalda desnuda, sobre unos pechos erguidos y tersos, y aquellas piernas largas que prometían peligrosos placeres a los hombres.