«Kat.»
¿Nunca acabaría de morir?
¿Nunca acabaría de desaparecer su imagen?
Por Dios, ¿cuánto más iba a durar aquel tormento?
«Tanto como siga estando amenazada la familia. Mientras exista una posibilidad de que la hija de Kat siga viva; mientras London aún camine sobre la tierra.»
La rabia fluía por la sangre de quien asesinó a Katherine. La medalla, apretada tan fuerte en la mano, le hirió la palma, haciendo fluir una sangre que se limpió con el encaje que utilizaba Adria Nash como ropa interior.
No, aquel trabajo aún no había acabado. La amenaza aún existía.
Y la culpable era Adria Nash.
Y London.
Pero todo eso iba a cambiar.
Pronto.
Muy pronto.
14
Nadie la creía. Había dicho en el mostrador de recepción al hombre que estaba a cargo de la seguridad e incluso al propio Zachary Danvers que le parecía que alguien había entrado en su habitación. Incluso aunque había insistido en que había desaparecido una medalla y posiblemente varios objetos más, que le habían robado, no le habían hecho caso.
– ¿Crees que todo esto lo he organizado yo para echarte de aquí? -le había preguntado Zach cuando ella le había llamado.
– Solo te estoy contando lo que ha pasado.
– Mientras estabas echando una siesta en el jacuzzi -le había aclarado él, incapaz o sin querer disimular la incredulidad en el tono de su voz.
– Sí.
– Y piensas que alguien, no, mejor dicho, alguien de la familia Danvers, te ha estado espiando, ¿no es así? ¿Que hemos llenado tu habitación con un equipo de vigilancia electrónica y luego hemos enviado a alguien para que te vigilara mientras dormías en la bañera?
– Ya sé que parece una locura, pero…
– No hay peros que valgan. Es una locura, Adria.
– Pasó como te lo cuento, Zach.
– Muy bien. Hablaré con seguridad. -Su voz traslucía su incredulidad. Solo intentaba calmarla.
– Debería ir a la policía.
– Por favor, hazlo. Y diles lo que acabas de contarme. Pídeles que investiguen en la habitación y busquen huellas dactilares, si es que no están demasiado ocupados. Y explícales que no te quitaron las tarjetas de crédito o el dinero, que no ha desaparecido nada más que unos cuantos objetos personales; y ya que estás allí, también puedes contarles que crees que eres London. Cuéntales que ya pueden cerrar las investigaciones sobre el caso de secuestro.
– Pensaré en ello -había contestado ella, apretando los dientes mientras colgaba el teléfono, aunque por supuesto no pensaba llamar a las autoridades. Todavía no. No antes de haber contratado a un abogado para conocer cuáles eran sus derechos legales. Antes de llegar a Portland había hablado con un abogado de Bozeman, pero había decidido no emprender ninguna acción legal. No hasta que supiera contra qué se estaba enfrentando.
Pero ahora lo sabía.
Se estaba enfrentando a todo el clan Danvers. El proverbial muro de piedra. Y aquel muro estaba recubierto de alambres de espino, un tipo de alambre que amenazaba con cortarle a uno en rodajas si pretendía escalar el muro.
Pero ¿quién podía haberle robado la medalla que le había regalado su padre adoptivo cuando cumplió trece años? Y las bragas. Sintió que el estómago le daba un vuelco de asco y se le puso la piel de gallina. ¿Con qué tipo de depravado se estaba enfrentando?
«Puede que no sea tan grave como piensas. Alguien está tratando de asustarte para obligarte a que te marches.»
«O bien el que robó esos objetos era realmente un chalado. Alguien a quien de verdad le faltan varios tornillos.»
De cualquier modo, ella había decidido ya marcharse del hotel Danvers, alejarse de las miradas curiosas, de las cejas levantadas y de la sensación de que estaba siendo espiada. Lejos de la posibilidad de que quien se había atrevido a entrar a hurtadillas en su habitación pudiera regresar.
Lo que necesitaba era poner distancia entre la familia y ella, se dijo, cuando alquiló una habitación en el hotel Orion, que estaba solo a varias manzanas de allí. El Orion la intrigaba porque había sido el hotel en el que se suponía que Zachary había sido atacado la noche en que secuestraron a London.
El Orion había cambiado de propietario varias veces en los últimos años y había sido restaurado. Mientras el hotel Danvers había sido restaurado para ofrecer la apariencia encantadora de la época victonana, el Orion era de estilo moderno, con moqueta de color beige, luces incrustadas en los techos y las paredes pintadas con suaves reflejos dorados. A pesar de que no tenía ningún encanto especial, el Orion le parecía un lugar adecuado, con tres restaurantes, una piscina, un gimnasio y una sauna.
Estuvo hasta las dos de la madrugada pasando a limpio sus notas y tratando de sacarse de la cabeza cualquier pensamiento acerca de la familia Danvers. Al menos ahora sabía a qué atenerse y que entre ellos no podría encontrar ningún aliado.
Ni siquiera Zachary. Su antigua rebeldía parecía haber desaparecido. Cuando se trataba de la fortuna de los Danvers, era tan codicioso como el resto. Parecía ansioso por marcharse de la ciudad, habiéndola apartado antes a ella del problema con las propiedades de la familia. Mientras se incorporaba en la enorme cama de matrimonio, se detuvo a pensar en él. La había besado como si realmente estuviera interesado en ella, pero ahora le parecía que aquello no había sido nada más que una prueba. Por un momento creyó que él estaba interesado en ella, pero ahora esa idea le parecía una locura. Si ella fuera London Danvers, entonces sería su hermanastra, con lo que un romance con ella estaría fuera de cuestión. Y si no era London, entonces intentaría demostrar que ella era un impostora, con lo que el romance estaba también fuera de cuestión.
No es que ella quisiera tener un romance con él, se dijo. Había aprendido la lección de aquella manera tan dura y no estaba dispuesta a caer en los brazos de Zachary. Ni aunque no tuvieran lazos familiares.
No, lo único que ella quería era descubrir quién era en realidad. Estaba dispuesta a luchar con uñas y dientes para descubrir la verdad, sin importarle cuan profundamente la quisiera enterrar la familia Danvers.
Cuando su jeep ascendía por Santiam Pass, Zachary sacó un cigarrillo del bolsillo, se miró a sí mismo con el ceño fruncido y a continuación encendió las luces largas de su coche, mientras los neumáticos chirriaban sobre el asfalto. Había dejado de fumar años atrás, pero desde la primera vez que puso sus ojos en Adria, había sentido una incómoda necesidad en él, una incómoda necesidad que la nicotina no podía satisfacer. Nada podía alejar de él aquellos sentimientos, excepto una cosa: hacer el amor con Adria Nash. Apretó los labios al pensar en eso y al instante sus pantalones vaqueros se tensaron.
Pero ella estaba definitivamente fuera de su alcance. «¡Por Dios bendito, podría ser tu hermana!» Rechinó los dientes y puso la cuarta velocidad. La verdad de aquel asunto era que Adria o London o quienquiera que fuese era la mujer más atractiva que había visto desde hacía mucho tiempo. Hermosa, sexual hasta la exasperación, con una determinación y una lengua afilada que debería hacerle sentir repulsa, pero que la hacía aún más fascinante que cualquiera otra de las mujeres que conocía. Incluso más que Kat. Para su madrastra, él no había sido más que una presa fácil en la que se había fijado, y durante el tiempo en que ella lo había seducido, Zachary se había sentido manipulado. Estando en la cama con Kat, se había sentido perdido en el erotismo, pero en cuanto el sexo había acabado, se había sentido vacío, emocionalmente seco y con la incómoda sensación de haber sido utilizado.