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Exceptuando que lo necesitaba. Si es que aún pretendía descubrir la verdad.

Hizo el esfuerzo de no pensar más en Zachary, agarró el pomo de la puerta e intentó abrir, pero estaba echado el cerrojo y no pudo entrar. No es que aquello fuera a servirle de ayuda. Probablemente la habitación habría sido redecorada al menos tres veces desde la noche en que Zach recibió aquella tremenda paliza. ¿Cuánto había de verdad en aquella historia? ¿Cuánto de fabulación? ¿Cuánto había de exageración en lo que le había dicho el viejo del vestíbulo?

Zach parecía tener la clave de lo que pasó aquella noche, pero solo le había contestado con evasivas, desconfiando de sus motivaciones. De alguna manera tenía que descubrir la verdad. No era una tarea fácil, pensó, mientras se introducía en el ascensor rodeado de espejos del Orion y apretaba el botón para que se cerrara la puerta.

Como habían convenido, Jack Logan se sentó en un rincón oscuro del café Red Eye, un pequeño local cercano al aeropuerto. Era un lugar lleno de humo que ya había utilizado en otras ocasiones, cuando no quería ser reconocido. Vio acercarse a Jason Danvers y maldijo para sus adentros. Iba vestido con un traje caro y, por el amor de Dios, acababa de salir de su Jaguar.

– ¿ Por qué no te has puesto un cartel de neón en la espalda? -gruñó Logan, meciendo su vaso de McNaughton's.

– ¿Qué?

– Se te ve a kilómetros de distancia.

– No tengo intención de quedarme aquí demasiado tiempo -dijo Danvers, frunciendo el entrecejo.

– Ni yo tampoco.

Jason pidió un whisky con hielo, y esperó hasta que la camarera dejó las bebidas sobre la mesa y recogió el dinero. Ignorando su bebida, metió la mano en un bolsillo de su chaqueta y sacó la cinta de vídeo, que acercó a Logan deslizándola sobre la mesa.

– ¿Qué es?

– Espero que nada. -Jason puso a Logan al corriente de los detalles.

– ¿Cuántas copias de esta cinta hay por ahí?

– Sabe Dios. Ella me dio una y yo le pasé una copia a Sweeny.

– ¿Ninguna a la policía?

– Todavía no. Pensé que te podrías encargar tú del asunto.

– Deberías ir a la comisaría.

– Hay allí demasiados chivatos. Si voy a la comisaría, aparecerá en las noticias de las seis de la tarde.

Logan farfulló algo. No podía negar que Jason tenía razón.

– Veré qué es lo que puedo hacer, pero esa muchacha está metiendo las narices por todas partes.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Jason inquieto.

– Llamó a mi casa una docena de veces e incluso vino a verme.

– ¿Hablaste con ella?

– Aún no.

– ¡Mierda! -Se pasó una mano nerviosa por el pelo-. Esto es peor de lo que me temía.

– ¿Te preocupa?

– Maldita sea, claro que sí -dijo Jason, echando una ojeada alrededor.

– ¿Crees que puede tratarse de London?

– ¡No!

– Pero no estás seguro.

– Nada es seguro, Logan.

– Es idéntica a tu madrastra. -Los hombres se quedaron mirándose durante unos segundos, compartiendo un secreto que ninguno de ellos quería revelar, y luego Jason se tomó de un trago su bebida.

– No hables con ella hasta que descubramos qué pretende. Si hace público este asunto, tendremos que llevar la cinta a la policía.

– Pero no antes.

– No.

– ¿Y dices que Sweeny está investigando?

– Ahora mismo está en Montana. Comprobando la veracidad de su historia. Me llamó ayer.

– Es un completo estúpido.

– Trabaja con él en este asunto, ¿de acuerdo? Mantén las orejas abiertas y la boca cerrada. Si el asunto llega hasta la policía, házmelo saber. -Jason dejó un billete de veinte dólares sobre la mesa y salió del local.

– Maldito hijo de perra -murmuró Logan entre dientes, mientras recogía el billete de veinte dólares y lo cambiaba por uno de cinco.

Manny tenía razón. En el rancho todo funcionaba a la perfección. No hacía falta que Zach estuviera allí. Una vez más, no se le necesitaba. Era la historia de su vida. Sonrió tristemente para sus adentros, mientras caminaba sobre la nieve recién caída hacia el cobertizo donde Manny estaba reparando el tractor. En la pared había un montón de herramientas colgadas, un banco de trabajo ocupaba toda la pared y flotaba en el aire un olor a aceite y polvo.

Las luces de los fluorescentes parpadeaban y Manny, doblado sobre sí mismo, estaba medio tendido sobre el motor del tractor.

– Maldita máquina -murmuró mientras intentaba reparar la conducción de gasóleo.

– ¿Cómo va eso? -preguntó Zach.

– De maravilla -contestó él gruñendo, mientras manipulaba una llave inglesa. Satisfecho con su trabajo, se apoyó en la carrocería y se incorporó.

De sangre Paiute, Manny era un hombre alto con la piel oscura y brillante, cabello largo que empezaba a encanecer y un rostro inusualmente carente de expresión. Recogió su sombrero negro de vaquero del asiento del tractor y se lo colocó en la cabeza.

– Creí que te había dicho que te podías quedar en la ciudad el tiempo que hiciera falta.

– No podía aguantar más allí.

Manny hizo una leve mueca mostrando uno de sus dientes de oro.

– No te culpo por eso. La única razón para ir a la ciudad son las mujeres y el whisky. Y las dos cosas las puedes conseguir aquí.

Zach se acordó de Adria. En ese momento las mujeres eran un peligro para él. Especialmente una que afirmaba ser su hermana. Al menos el whisky aún era seguro.

Salieron juntos del cobertizo. El cielo era de un color gris azulado, el aire era fresco y negras nubes empezaban a aparecer por el oeste recortándose sobre la ancha silueta de las Cascades.

– ¿Ya te has sacado de encima todos los asuntos familiares? -preguntó Manny.

A lo lejos relinchó un caballo.

– Eso no sucederá nunca -contestó Zach.

Si no era Adria, aparecería otra impostora. Durante el resto de su vida, Zach se encontraría con mujeres que pretenderían ser London Danvers. Solo esperaba que las demás no le llegaran a afectar de la misma manera que esta de ahora. Sabía que una de las razones por las que había conducido a toda velocidad por las montañas era poner cierta distancia entre él y ella, para volver solo cuando se hubiera aclarado las ideas.

– Conseguí un comprador para los novillos de dos años.

– ¿Para todos? -preguntó Zach, intentando olvidarse de la mujer que afirmaba ser su hermana.

– Doscientas cabezas.

– Es un buen comienzo.

– Hum.

– Sube… Te invito a comer y de paso me puedes poner al corriente de todo.

Había pasado todo el día en el rancho, revisando los libros de cuentas, mirando ofertas para comprar y vender ganado y tierras, y luego había dado una vuelta por la propiedad. La bomba de agua de la casa y de los edificios colindantes no funcionaba bien, el techo de uno de los cobertizos parecía un colador, tenía un conflicto con el gobierno acerca de la tala de algunos pinos viejos y uno de sus clientes asiduos -que durante años le había comprado cientos de cabezas de ganado- se estaba retrasando en los pagos. En los ranchos colindantes había aparecido un brote de virus en el ganado y varios rancheros de la zona se habían visto afectados. Se esperaba que Zach se presentara en la reunión local de la Asociación de Ganaderos de Bend, y tenía que encargar las provisiones y los recambios que necesitaba tener en el rancho para pasar el invierno.

– Lo mismo de siempre, lo mismo de siempre -dijo Manny mientras conducían entre los pastos y descubría una abertura en la verja por la que podría escaparse el ganado. Era verdad. Aunque había problemas en el rancho, ninguno de ellos era insuperable. Manny y los demás hombres podían mantener el rancho en funcionamiento mientras Zach estuviera en Portland.

Se detuvo en su oficina en Bend y descubrió que el trabajo de la constructora no avanzaba muy deprisa, como había sucedido desde que él había centrado toda su atención en la remodelación del hotel. Hizo varias llamadas telefónicas, se reunió con una pareja de inversores, que estaban interesados en construir una nueva zona de ocio alrededor del campo de golf, y habló con su secretaria, Terry, una pelirroja bajita de treinta años que esperaba su tercer hijo para febrero. Eficiente hasta el punto de que podía hacer funcionar la oficina ella sola, conocía a Zach mejor que cualquier otra persona.