Los ojos de Mario centellearon con furia. Anthony agarró su periódico abierto y se preguntó quién sería aquella mujer que se hacía llamar London Danvers. Tenía que descubrir todo lo que pudiera sobre ella. -Creo que deberíamos invitar a la señorita Adria Nash -dijo, mirando a su hijo por encima del periódico. Mario había dejado a un lado su plato y lo observaba con mirada siniestra. -¿Porqué?
– Por los viejos tiempos.
– Witt está muerto. ¿ Qué te importa a ti todo este asunto?
Anthony no se molestó en contestar. ¿Cómo le podía explicar a su hijo que las enemistades familiares nunca se acaban? No importaba cuántos protagonistas hubieran muerto, la venganza debía continuar hasta el final. Anthony no estaría satisfecho hasta que no quedara en Portland ni un solo Danvers.
Se sintió contento con la noticia de que había aparecido una nueva London Danvers.
Adria llamó a la puerta del pequeño apartamento de Tigard, un barrio situado en las colinas de la zona oeste de Portland. Al cabo de unos instantes, vio un ojo negro que la observaba por la mirilla y enseguida oyó cómo descorrían el cerrojo. Se abrió la puerta y una mujer mexicana, bajita, con una larga melena negra y unos increíbles dientes blancos, se paró ante la entrada.
– ¿ La señorita Santiago?
– Por el amor del cielo -susurró la mujer, abrazándola- Es usted la viva imagen de la señora.
– ¿Me permite pasar? -preguntó Adria.
Había concertado una cita con aquella mujer, María Santiago, quien había trabajado para la familia Danvers hasta que fue despedida, poco después de la muerte de Witt. Le había explicado quién era y qué estaba investigando, y María había aceptado, aunque con reticencia, entrevistarse con ella.
– Por favor, por favor… -María se apartó de la puerta y la invitó a entrar-. Tome asiento.
Adria se sentó en el borde de un sofá floreado que estaba desgastado por las esquinas y María en una mecedora situada al lado de la ventana, colocando los pies sobre un escabel.
Adria ya le había explicado por teléfono por qué estaba en Portland. Le había contado su historia, diciéndole que había sido adoptada, que deseaba saber cuáles eran sus raíces, pero que habían sido destruidos todos los informes sobre su pasado, y María, que obviamente se sentía sola, había aceptado hablar con ella.
– No quisiera pedirle que me contara nada confidencial -dijo Adria-. Pero hay tantas cosas que desconozco de la familia Danvers que creo que usted podría ayudarme.
María alzó la barbilla y miró por la ventana hacia el aparcamiento.
– Hace unos años, no le hubiera dicho ni una palabra -admitió ella-. Pero luego murió el señor y Jason me despidió. Ahora… -Se apretó las manos con ansiedad-. ¿Qué desea saber?
– Todo.
– Ah, eso nos llevaría mucho tiempo. Es una larga historia.
Adria no podía dar crédito a su buena suerte. Sonrió a la amable mujer.
– Yo tengo todo el resto de mi vida -le dijo y se acomodó en el sillón dispuesta a escuchar.
Eran casi las diez de la noche cuando regresó al Orion y su cabeza, al igual que su magnetófono, estaba llena de datos sobre la familia Danvers, de secretos y de respuestas a varios misterios, incluido el de la enemistad con la familia Polidori.
Decidió que celebraría su éxito con una copa de vino y un baño caliente en la habitación del hotel, porque al día siguiente tendría que mudarse a otro más barato. Después de eso, aún le quedaban varias cosas importantes que hacer. Dado que la familia Danvers se negaba a reconocerla, iba llegando el momento de dirigirse a la policía y a la prensa. En cuanto pudiera tener una vivienda más permanente, hablaría con las autoridades de la ciudad y ofrecería una entrevista a algún periódico local, para empezar a mover aquel asunto. Luego, por supuesto, tendría que hablar también con los abogados que administraban las propiedades de Witt. No había pretendido llegar tan lejos, pero la habían empujado a hacerlo.
La habían llamado fraude, oportunista, cazafortunas e impostora. Las autoridades y los abogados que cuidaban de «sus intereses» dirían la última palabra. Aunque no todavía. Pensar en la prensa la hacía sentirse como si fuera una atracción de circo. La familia Danvers pelearía contra ella con todo el dinero que tenían. Intentarían acallar cualquier rumor y tratarían de desacreditarla buscando cualquier cosa en su pasado, hurgando y hurgando hasta encontrar un fallo en su historia, alguna inexactitud que pudiera llevarles a negar que ella era London.
Eso era lo que deseaba.
«¿Y qué pasaría con Zachary?»
Oh, cielos, sí. Zachary. ¿Qué pasaría con Zachary?
Una vez en su habitación, se quitó la ropa, se sirvió una copa de Chabils y luego se metió en la bañera llena de agua caliente. Bebió lentamente mientras pensaba en su hermano.
Atractivo. Inteligente. Rudo.
Problemático. „
Zach Danvers era el tipo de hombre al que debía evitar, si no quería que le rompiera el corazón.
15
Media hora después, cuando salía de la bañera y se secaba la piel con una de las mullidas toallas del Orion, Adria se puso a pensar en su misión -su investigación para descubrir su verdadera identidad. ¿Era ella London Danvers? Y si así fuese, ¿qué importancia tenía? ¿Realmente quería estar relacionada con aquella gente, el clan Danvers? Ninguno de ellos le gustaba. «Excepto Zachary.»
No es que confiara en él. No era mejor que los demás, pero no podía sacarse su imagen de la cabeza. Rudo, mientras que sus hermanos pretendían ser, personas educadas; aparentemente irreverente, mientras que Nelson intentaba hacer ver que siempre seguía las reglas. Zachary era arrogante porque no le importaba nada; Jason era arrogante porque creía que se merecía el dinero y el poder con el que había nacido.
Zachary era diferente.
¿A causa de la sangre que corría por sus venas? ¿Por qué podía ser un Polidori? Aquello le parecía una idea desagradable, pero intrigante. Su relación con ella podría entenderse mejor si él no fuera parte de la familia Danvers. Limpió el vaho del espejo con la punta de la toalla y se puso a pensar en Zachary, en el tipo de hombre que era, en lo que podría sentir estando en la cama con un hombre como aquel. Aquella idea fue como una bofetada en plena cara. ¿Qué estaba haciendo fantaseando con un hombre que la detestaba, un hombre que podía ser su hermano? Dándose una reprimenda mental, se miró en el reflejo del espejo y se dijo que tenía que pensar en él como si fuera un hermano: aquel irritante seductor era, ya fuese o no su hermano, su peor enemigo. Lo mismo que el resto de la familia. Se puso una camiseta y se metió en la cama. Las sábanas estaban almidonadas y limpias, pero no tenían la misma frescura campesina y el mismo aroma de las sábanas de lino que utilizaban en su casa. En Belamy. Era divertido, durante años había estado pensando en escapar. Las luces de la gran ciudad habían atraído su joven corazón, pero demasiadas cosas la habían mantenido unida a aquel pueblo que nunca había considerado su casa. No es que lo echara de menos, pero las duras tierras de Montana ya no le parecían tan odiosas, y por primera vez en muchos años pensó de nuevo en su tierra y sintió una punzada de nostalgia.
Pero no pensaba salir corriendo de vuelta hacia la seguridad y el aburrimiento de Belamy. No cuando ya había llegado tan lejos. «La gente de arrestos se crece en las adversidades», se recordó mientras se apoyaba en la almohada.
Cerrando los ojos escuchó el ruido del tráfico, un disparo y enseguida el sonido distante de las sirenas de la policía. Se preguntó dónde estaría Zachary, y luego, irritada por haber dejado otra vez que se metiera en sus pensamientos, se enrolló en las sábanas e intentó alejarlo de su mente. De todas formas, ¿qué le importaba a ella dónde estuviera? Era demasiado inteligente para dejarse atrapar por él. Incluso aunque resultara no ser su hermano, incluso aunque no hubiera tenido ningún romance con su madre, incluso aunque su apellido no fuera Danvers, no era el tipo de hombre en el que podía confiar y era mejor que dejara de interesarse por él.