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Se rumoreaba, pero nunca se pudo probar, que Julius era un auténtico hijo de perra capaz de matar a cualquier hombre que tratara de interponerse entre él y su poder sin rival en el negocio de la madera en el Pacífico nordeste. Su culpabilidad en algunos «desafortunados accidentes», que habían costado la vida a algunos de los hombres que no le eran especialmente leales, siempre se había dado como cierta, pero nunca se había llegado a probar.

Hombre ya acaudalado a principios del siglo XX, Julius diversificó los negocios dedicándose a los barcos y a los hoteles, e invirtiendo la fortuna familiar en nuevos sectores de la industria. Abrió el elegante hotel Danvers en el centro de la ciudad a tiempo para la Exposición de Lewis and Clark en 1905. El hotel, que se tenía por el más lujoso de Portland, se convirtió en el hogar de la élite de quienes viajaban a la ciudad del río Willamette.

A pesar de que Julius no había acabado el instituto, fundó también el Reed College, el primer colegio universitario de Portland, donde estudiaban sus hijos y conseguían tanto diplomas como clase social.

Julius era famoso por su carácter duro y cruel, y todo el mundo suponía que le había hecho favores a políticos, jueces y policías, y que así había tenido a muchos hombres importantes en un puño, a base de llenarles los bolsillos de dinero. Julius siempre había tenido buen cuidado de alinearse con los poderosos y bienpensantes de la ciudad y del estado, para así poder asegurarse de que nada podría entrometerse en su camino hacia la riqueza o las ambiciones familiares.

Su mayor competidor era Stephano Polidori, un inmigrante italiano, de los pocos que había en Portland, que había empezado su carrera trabajando en un huerto de verduras al sureste de Portland. Stephano había empezado vendiendo verduras con un carrito y más tarde con una camioneta, ahorrando hasta el último céntimo para comprar cuantas granjas pudiera mantener. Cuando la ciudad y los negocios crecieron en ella, abrió un mercado de frutas y verduras al aire libre, y más tarde un restaurante. Había llegado a ahorrar el suficiente dinero como para construir un hotel que hiciera la competencia al hotel Danvers en cuanto a lujo a principios de siglo.

También la familia Polidori se había enriquecido, y cuando Stephano empezó a diversificar sus negocios, se enfrentó con las ambiciones de Julius: llegó a pujar más alto que este por las propiedades a orillas del río y convenció a muchos hombres de negocios de que su hotel era capaz de servir mejor a sus necesidades que el hotel Danvers.

Stephano y Julius se convirtieron en feroces rivales.

Julius no podía aceptar que Stephano fuese capaz de hacer algo más que vender lechugas y tomates con un carrito. Pero Stephano era tan astuto y peligroso como su fiero competidor. Al igual que Julius, Stephano utilizaba su poder para comprar escalones en la jerarquía social pudiente de Portland.

La rivalidad y el odio que existía entre estos dos hombres y sus familias se hacía más profunda conforme pasaban los años.

– He oído hablar de Julius al igual que de su padre -aventuró Adria mientras la limusina giraba para entrar en el aparcamiento de un restaurante situado a la orilla del río.

– Hombres testarudos, los dos -suspiró Anthony con voz profunda-. Todos culpamos a Julius por la muerte de mi padre, ¿sabe usted?

Por supuesto, había leído las noticias sobre el incendio. Había sido la noticia más importante de 1935. La causa de la catástrofe había sido un incendio de grasa que había comenzado en la cocina, pero algunos periodistas se preguntaban si Stephano había muerto realmente por accidente o si Julius Danvers había tenido algo que ver en la tragedia, que había incendiado el hotel y los alrededores hasta los mismísimos cimientos.

Sobre la tumba de su padre, y en presencia de multitud de periodistas, Anthony Polidori, el nuevo patriarca de la familia, había jurado vengarse contra la asesina familia Danvers.

– Ya hemos llegado -dijo Anthony, señalando el restaurante-. Lo dirige un amigo mío.

El chófer abrió la puerta de la limusina y Anthony, casi sin apoyarse en su bastón, se bajó del coche y se dirigió delante de ellos hacia la plataforma del muelle que daba a la puerta de entrada del restaurante.

En cuanto entraron por la puerta el maître los saludó a gritos. Desde la cocina se oyeron las voces de los cocineros y camareros enviándoles también sus saludos. En aquel restaurante italiano, Anthony no tenía enemigos.

– Qué alegría verte por aquí de nuevo -le saludó con entusiasmo el maître-. Tu mesa ya está preparada. Por favor, acompañadme. -Les dirigió subiendo unos pocos escalones hasta un pequeño reservado, una sala de la segunda planta rodeada de cristaleras, que ofrecía una vista de 360° de los puentes que cruzaban el oscuro río Willamette.

– Es bonito, ¿no le parece? -preguntó Anthony.

– Mucho -afirmó Adria mientras el maître le apartaba la silla para que ella se sentara.

– El río Willamette es la sangre que da vida a esta ciudad. -Anthony dirigió su vista hacia el río y se quedó mirándolo como si no se cansara nunca de ver aquel panorama del Willamette y de los rascacielos que se erguían en la orilla oeste.

Sin esperar a que pidieran la comida, un esbelto camarero les trajo vino y pan crujiente italiano.

– ¿Lo de siempre? -preguntó mientras servía tres vasos.

– Para todos -contestó Polidori.

– ¿Por qué quería usted verme? -preguntó ella cuando hubo desaparecido el camarero.

– ¿No se lo imagina? -Los negros ojos de Anthony parpadearon maliciosamente mientras reía entre dientes.

– Es porque hemos oído que ha venido usted a Portland para defender sus derechos de herencia. Porque afirma usted ser London Danvers -intervino Mario.

– ¿Por qué les importa eso? -dijo Adria, tomando un sorbo de su Chianti.

– Pruebe el pan -le ordenó Anthony, ignorando la pregunta por el momento- Es el mejor de la ciudad. Probablemente de todo el Noroeste -añadió, cogiendo él mismo una rebanada.

– ¿Todavía les preocupa la familia Danvers?

Anthony le ofreció una de sus sonrisas.

– Siempre me ha preocupado lo que le pase a la familia de mi rival. -La miró y se limpió las migas de los dedos-. Sentí una gran conmoción cuando secuestraron a la pequeña y se me consideró sospechoso. -Meneando la cabeza ante aquel disparate, añadió-A pesar de mis protestas y coartadas, Witt y su compinche, Jack Logan, parecían pensar que yo tuve algo que ver con la desaparición de la niña. Incluso Mario, a pesar de que en aquel momento estaba en Hawai, fue considerado sospechoso. El hecho de que su hijo Za-chary dijese que había sido asaltado por un par de italianos, puso inmediatamente a mi familia como principal sospechosa de ser los posibles secuestradores. No hay ni que mencionar que los dos hombres que decía que le atacaron tenían también coartadas perfectas y fueron vistos aquella misma noche en varios restaurantes de la ciudad. -Movió un dedo en el aire-. Pero eso no le importó a nadie. Un Danvers había hecho la acusación, y eso en esta ciudad tiene su importancia; mucha importancia. -Levantó las palmas de las manos hacia el cielo-. Así que nos gustaría limpiar el nombre de los Polidori. Y, si resulta que es usted London, me gustaría poder ayudarla. -Mordió su rebanada de pan y pareció sentirse feliz, como si hubiera olvidado la conversación, pero Adria sabía que no era así. Al ver que ella no respondía, él añadió-: Dudo que la familia Danvers se sienta entusiasmada de que sea usted su hermana.

– Ha habido un poco de resistencia -contestó ella evasiva.

– Un poco, ¿no me diga? -interrumpió Mario, soltando una carcajada ante aquella afirmación.

Ignorando el sarcasmo de su hijo, Anthony añadió:

– Por supuesto, no sé nada de su situación financiera, pero no es ningún secreto que los Danvers son extremadamente ricos e influyentes. Si deciden luchar contra usted, y, créame, seguro que lucharán como lobos heridos, con todo lo que tengan a su alcance, yo estaría dispuesto a ayudarla.