Sintió un escalofrío mortal en la nuca.
Con manos temblorosas agarró la nota y la leyó:
¡MUERE, PERRA!
Sintió un temblor que le recorría la columna vertebral. Se le puso carne de gallina. Le faltaba el aire en los pulmones y dejó caer la nota al suelo.
«No pierdas los nervios.»
Respirando profundamente, pensó que aquel mensaje no era mucho más preocupante que el simple hecho de que alguien hubiera podido dejar aquel trozo de papel en su habitación, ya que esta estaba cerrada con llave. La misma persona que se había introducido en su habitación del hotel Danvers, el mismo bicho raro que le había dejado una rata muerta en la recepción del hotel. Ese pensamiento hizo que se le encogiera el estómago. Aquel tipo sabía dónde se alojaba y, lo que era aún peor, podía entrar y salir de su habitación cuando ella no estaba o cuando estuviera durmiendo.
El pánico empezó a invadirla, pero ella intentó calmarse. Sí, debía dar aviso a las autoridades, y enseguida, pero por el momento no podía dejar que un cobarde escritor de anónimos le hiciera perder los nervios. Se recordó que ella no era una persona nerviosa que se asustaba con facilidad. Había crecido en una granja y su padre la había llevado a cazar, a pescar e incluso había estado escalando las Bitterroots. Había estado buceando en el lago Flathead, había ayudado a marcar las reses, oliendo la carne quemada y oyendo los mugidos de los novillos, y había aprendido a ser dura. También había navegado por los rápidos y había tenido que sacrificar a su caballo favorito con su rifle del calibre 22, después de que este se rompiera una pierna. Se había atrevido a perder su casa y todo aquello que amaba y, por Dios, no iba a dejar que nadie le hiciera perder los nervios. No mandándole estúpidas notas anónimas. Maldito cobarde. Agarró el anónimo y se lo metió en el bolso junto con el que había recibido antes y a continuación trató de tranquilizarse. Puede que se los enseñara a Nelson para ver qué opinaba del asunto.
Al cabo de diez minutos, estaba en el bar del hotel, en una mesa apartada al lado de la ventana con vistas a la calle. Observó el abundante tráfico que se movía lentamente de semáforo en semáforo. Los peatones con paraguas y embutidos en impermeables con los cuellos alzados caminaban contra el viento a lo largo de las aceras. Todos andaban deprisa.
No había pensado en tomar nada, pero la nota que acababa de recibir le había hecho cambiar de opinión. Estaba bebiendo un ron con Coca-Cola cuando llegó Nelson. Casi no lo reconoció, pues siempre lo había visto impecablemente vestido con trajes caros. Esta noche llevaba el pelo despeinado y mojado a causa de la lluvia, y vestía un suéter de lana, unos vaqueros negros y una chaqueta de cuero negro que parecía bastante nueva, como si se la acabara de comprar para la ocasión.
Mientras que Zachary era un tipo duro y siempre tenía esa expresión de «me importa todo una mierda», Nelson parecía fuera de lugar con esa ropa, quizá demasiado a la moda para él. Un enigma.
Nelson miró nerviosamente por la sala antes de descubrirla. Su cara se relajó mientras echaba a andar lentamente entre las mesas en dirección a ella. Le pareció más pálido de lo que recordaba, menos seguro de sí mismo, y observó en él un rasgo de muchacho que antes no había notado.
– ¡Adria! -Su cara se llenó con una amplia sonrisa, mientras se dejaba caer en la silla que había frente a ella. Enseguida se acercó a la mesa el camarero y él pidió un whisky con hielo-. Te parecerá extraño que te haya llamado -dijo, sacudiéndose unas cuantas gotas de lluvia de la chaqueta.
– Lo esperaba.
– ¿De verdad?
– Tú eres el primero. Imagino que todos los miembros de la familia tendrán ganas de hablar conmigo antes o después. Ya sabes, para tratar de convencerme de que lo mejor que puedo hacer es marcharme de la ciudad.
Él no perdió la sonrisa ni un instante, aunque Adria pudo ver un destello de hielo en sus cálidos ojos azules.
– Bueno, me sabe mal decirlo, pero seguro que eso te ahorraría un montón de problemas.
– Hum. ¿De modo que lo que debo hacer es dar media vuelta y marcharme?
– No exactamente.
– Y entonces volver a empezar desde cero.
– ¿Es eso tan malo?
– Creo que sí -dijo ella con los nervios agotados-. ¿Tienes alguna idea de cuántos años me he pasado intentando averiguar quién soy? ¿De dónde vengo?
El camarero trajo la bebida y Nelson sumergió el hielo con un dedo.
– De modo que no te importa si eres o no London, siempre y cuando llegues a descubrir quién eres.
– Yo soy London.
– De acuerdo, London -dijo él con una pizca de sarcasmo, mientras se la quedaba mirando pensativo-. ¿Qué es lo que quieres de nosotros?
– Ya te lo he dicho: que se me reconozca.
– Y, junto con el reconocimiento, tu herencia.
– Mira, Nelson, no espero que ni tú ni el resto de la familia me reciba con los brazos abiertos sin hacerme ninguna pregunta. Las cosas no son así de sencillas.
– No…
– Y me doy cuenta de que no soy la primera que afirma ser tu hermana.
– Ha habido ya muchas.
Adria puso las manos abiertas sobre la mesa como si estuviera suplicando.
– Todo lo que pido es una oportunidad. No sé qué es lo que está haciendo tu familia, pero imagino que todos ellos estarán haciendo lo posible para demostrar que soy una impostora. Y supongo que habréis contratado a un montón de abogados e investigadores para que trabajen en ello noche y día. -Los ojos de él se apartaron de los de ella y Adria se dio cuenta de que había dado en el clavo. Seguramente estaba siendo seguida por un detective contratado por la familia. Sintió un nudo en el estómago, pero intentó mantener la calma-. De manera que si conseguís alguna información concluyente de que no soy London Danvers, decídmelo y me marcharé de aquí al momento. Estoy dispuesta a que me hagan análisis de sangre, de ADN, a someterme al detector de mentiras, lo que sea con tal de acabar con esto. Llámame cuando tengas los informes de tus investigadores privados.
– ¿Cómo sabes que…?
– Es de sentido común. -Se apoyó en el respaldo de la silla y se lo quedó mirando fríamente-. Es lo que yo hubiera hecho de estar en vuestro lugar.
– Puedes acabar con las manos vacías.
– Eso no es ninguna novedad. -Se quedó mirándolo fijamente y él parpadeó antes de concentrar su interés en su vaso medio vacío-. Lo único que me interesa es descubrir la verdad, Nelson. Puede que a ti no te interese, pero me parece que es una pena que un abogado de oficio no esté intentando descubrir lo mismo, cueste lo que cueste.
Él tomó un trago rápido de su Scotch y Adria pensó que aquel muchacho era el que más se parecía a su padre de todos los hijos. Witt había sido un hombre más grande, pero este tenía los mismos aristocráticos ojos azules brillantes, la misma nariz, el mismo pelo espeso y la misma mandíbula cuadrada. Sin embargo, más allá de esas similitudes en los rasgos faciales, se acababa el parecido. Decididamente, Nelson era distinto de Witt, o al menos distinto de como imaginaba ella que había sido Witt, por los artículos que había leído sobre él y las fotos que había visto. Witt Danvers debió de ser una persona tiránica, ruda y cruel. Nelson parecía tener en su carácter un lado amable y Adria se preguntó si, aunque pequeña, habría habido una pizca de amabilidad en el carácter de Witt Danvers. Cualquier ternura que hubiera albergado en su negro corazón la había dedicado solo a su hija London. Su pequeño tesoro.
De repente sintió una tremenda y extraña simpatía por aquel hombre que estaba sentado frente a ella. Todos los hijos de Witt tenían cicatrices emocionales que probablemente jamás se curarían. Pero no iba a conseguir nada si mostraba algún síntoma de debilidad, si se dejaba llevar por las emociones.