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– ¿Qué sucedería si se demostrara que yo soy London? -preguntó ella, levantando una ceja-. ¿Qué haríais vosotros entonces?

– No sé… es algo que no puedo siquiera considerar. Ella lleva muerta mucho tiempo… al menos, muerta para mí. Para nosotros. Para la familia.

– Si resultara que yo soy la pequeña y querida London, todos vosotros me tendríais que ver cada día y tendríais que discutir conmigo sobre los negocios familiares, ¿no es así?

– Yo no trabajo para la compañía.

– Tú estás en la junta de dirección. No eres uno de los principales directivos, pero también estás involucrado. Por supuesto que Jason es el que maneja todos los hilos, pero tanto tú como tu hermana estáis bajo sus alas. -Como él no respondía, ella insistió, decidida a convencerle-. Yo puedo ser una ayuda para ti, sabes. He leído en alguna parte que te interesaría meterte en política. Si me ayudaras a descubrir la verdad, seguro que eso quedaría muy bien en tu historial, ¿no te parece? -Le guiñó un ojo, como si estuvieran conspirando-. Los titulares podrían ser de lo más halagüeños, y eso no iba a hacerte ningún daño en el recuento final de votos. Ya los estoy viendo: UNO DE LOS HERMANOS DANVERS ENCUENTRA A LA HERMANA DESAPARECIDA O NELSON DANVERS DEMUESTRA QUE ESA MUJER ES SU HERMANA. CANDIDATO ENCUENTRA A SU FAMILIAR TANTO TIEMPO DESAPARECIDA. Y podría seguir así mucho más.

Nelson abrió los ojos receloso. -Y además -dijo ella, levantando un hombro- si realmente resulta que yo soy London, podría poner bastante dinero para ayudar en tu carrera política. Probablemente contabas con utilizar tu parte de la fortuna familiar para eso -dijo, chasqueando la lengua y se preguntó qué estaría pensando él en aquel momento.

– Mira, Adria, he venido hasta aquí con la intención de solucionar este asunto. Pero no necesito llegar a ningún trato contigo.

– Perfecto, tú lo has dicho. Yo tampoco necesito llegar a ningún trato. -Cogió su bolso, sacó de él las dos notas anónimas que había recibido y las dejó sobre la mesa-. Alguien me ha estado enviando notas y… regalos, si es que se le puede llamar así.

– ¿Quién te ha enviado esto? -preguntó él, empalideciendo.

– No lo sé. Habrás visto que no están firmadas. La marca de un auténtico cobarde.

– ¿Cómo las has recibido? ¿Te las han enviado por correo? -preguntó él mientras se tensaba un músculo en su mandíbula.

– Una estaba encima del escritorio, en mi habitación. La otra, que llegó junto con una repugnante sorpresa, la dejaron en la recepción del hotel. No hay muchas personas que sepan que me alojo aquí, Nelson, pero obviamente tú lo sabías, de modo que debo imaginar que el resto de la familia también lo sabe. Supongo que el tipo al que mandaste que me siguiera debió de informarte a ti, y tú se lo hiciste saber al resto de la familia. -Se lo quedó mirando a los ojos-. Dales este mensaje a la familia: no ha funcionado. No me voy a marchar. Debería haberos dicho que me vuelvo muy cabezota cuando alguien pretende que haga algo que yo no quiero hacer. -Se apoyó sobre la mesa acercando su rostro al de él-. La conclusión es esta: cuanto más me apretéis, más os apretaré yo a vosotros. Esto es una pérdida de tiempo -dijo, señalando las notas- y el paquete que me enviaron solo evidencia que alguien necesita ir al psiquiatra.

– No tengo ni idea de quién ha enviado estas cartas -dijo él, parpadeando con rapidez, como si estuviera intentando poner en orden sus pensamientos-. Y ese paquete del que hablas, ¿qué contenía?

– Créeme, es mejor que no lo sepas. ¿Por qué no les mandas un mensaje de mi parte a tus hermanos? Diles que aflojen un poco. Estoy casi decidida a ir a la policía y a la prensa si siguen así, y eso me llevará directamente a las primeras páginas de Oregonian. Conozco a unos cuantos columnistas que darían un ojo de la cara por una historia como esta y a varios reporteros de por libre que se dejarían cortar un brazo con tal de poder conseguir meter un poco de cizaña en esta ciudad. Les encantaría remover un poco las entrañas de la alta sociedad, escribiendo algunos artículos sobre la familia Danvers. -Tomó un largo trago de su vaso-. ¿Qué opinas?

– Lo que yo pienso, Adria -dijo Nelson con una voz sorprendentemente baja y calmada-, es que tú eres igual que las demás. Una impostora.

– Y lo que yo pienso es que alguno de los miembros de esta familia empieza a estar asustado. -Golpeó las notas con la yema de un dedo-. Muy asustado.

– Ni siquiera sabes que las haya enviado alguien de la familia.

– ¿Quién si no?

Recogió las notas y se las metió en el bolso. No tenía ganas de llegar tan lejos, pero no le dejaban otra salida. Alguien de la familia parecía haber decidido que ya era hora de jugar fuerte. ¿Acaso era Nelson? No le parecía, pero ella apenas lo conocía. Si Nelson fuera realmente su hermano, ella sentiría pena por él, vistiendo sus caros trajes durante el día y su flamante chaqueta de cuero negro por la noche, mientras seguía en un trabajo que no le gustaba solo porque formaba parte del juego político que muchos años atrás había empezado su padre. Imaginaba que aunque el bueno de Witt estuviera en la tumba, Nelson todavía estaba intentando demostrarle a su padre -o a sí mismo- que, después de todo, él también era capaz de hacer algo realmente importante con su vida.

– Si hay algo más que quieras saber -preguntó ella.

– ¿Por qué no nos dejas en paz?

– No puedo.

– Esa es tu misión, ¿no es así?

– Veo que lo has pillado, Nelson. -Como aquella conversación no parecía llevar a ninguna parte, ella cambió de actitud-. Mira, esto tampoco tiene por qué ser una batalla -dijo.

– Por supuesto que lo es. -Él se la quedó mirando con unos ojos que de repente parecían haberse quedado sin vida. Ella deseaba apartar la vista de aquella mirada muerta, pero no lo hizo-. Y si conoces algo a nuestra familia, entenderás que no puede ser de otra manera.

– Ya veo que nos hemos entendido -dijo ella, señalando hacia la barra del bar-, y no te preocupes por la cuenta, diré que la carguen a mi habitación.

Nelson se la quedó mirando, mientras cruzaba las puertas acristaladas del bar. No le habían salido demasiado bien las cosas. Había pretendido hacerse amigo de ella y sonsacarle algo de información, pero ella le había dado la vuelta a la conversación y él no había sabido qué decir. Normalmente no se ponía nervioso con las mujeres, en casi todos los sentidos era inmune a ellas, pero ocasionalmente se encontraba con alguna que podía hacerle perder los nervios, y Adria Nash, fuera quien fuese, había conseguido mucho más que ponerle de los nervios.

Tuvo la horrible premonición de que aquella mujer era London. No solo por su apariencia, sino por su manera de hablar, por su arrogancia y su firmeza. Había esperado encontrarse con una tímida y tonta campesina de Montana, una muchacha interesada en conseguir algo de dinero y batirse enseguida en retirada, pero en aquella mujer había mucho más de lo que aparentaba y eso lo asustaba sobremanera.

Pasándose los dedos por el cuello de la chaqueta, se vio reflejado en el espejo que había tras la barra del bar. Otra mirada turbia se cruzó con la suya y Nelson sintió que se le reblandecía la nuca. Había pasión en aquella mirada, descarada energía sexual, que le golpeó con una intensidad que hizo que se le helara el aire en los pulmones. Sintió la misma conmoción oscura que había tratado de negarse durante años. Durante un instante le mantuvo la mirada al extraño, pero luego dio media vuelta y salió corriendo. No tenía tiempo para ligues de una noche. Además, eran bastante peligrosos. Tenía que pensar en su carrera política y no podía, solo por una lengua húmeda deslizándose hacia abajo por su columna vertebral, caer en el oscuro deseo que le había perseguido desde la primera vez que se había sentido interesado en el sexo. Una sola noche podía poner todo su futuro en peligro. Especialmente ahora.