– ¿Y qué piensas que debemos hacer? -preguntó Zach incapaz de descifrar la expresión de su hermano menor. Zach nunca lo había entendido, ni siquiera cuando Nelson no era más que un muchacho.
– ¡Mierda, no tengo ni idea de lo que debemos hacer! Por eso estoy aquí.
– Pues tú eres quien pretende convertirse en un gran alcalde -dijo Zach antes de acercarse la botella de Coors a los labios.
– Gobernador -aclaró Nelson.
Trisha acercó un encendedor a su cigarrillo.
– ¿Y qué piensas tú que podemos hacer, Zach?
– Dejarla en paz. Y esperar a que el juego se le vaya de las manos.
Trisha se rió en medio de una nube de humo.
– El que a ti no te importe este asunto no quiere decir que a los demás nos traiga sin cuidado.
– ¿Tienes alguna idea mejor?
– Alquilar a un matón. -Trisha cruzó las piernas y se echó hacia atrás sobre los mullidos cojines del sofá.
– ¡Ni pensarlo! -le soltó Nelson.
– ¡Cielos! ¿Es que no sabes reconocer cuándo estoy bromeando? -Trisha miró hacia otro lado, pero Zach pudo ver una extraña sombra en su mirada, algo que ella disimuló al momento.
– Nadie es capaz de darse cuenta de cuándo estás bromeando, Trisha. Ni siquiera tú -dijo Nelson, enfrentándose a su hermana.
– Eres muy listo, Nelson. Muy listo.
Nelson se pasó ambas manos por el pelo.
– Lo mejor es que nos andemos todos con cuidado. La chica acaba de recibir dos anónimos amenazadores y cierto maldito paquete del que no me quiso contar nada -dijo Nelson.
– Qué bonito -ronroneó Trisha, pero Zach notó que todos los músculos de su cuerpo se ponían en tensión.
– ¿Qué quieres decir?
Mientras Nelson les relataba la conversación que había mantenido con Adria, a Zach se le heló el corazón. ¿Alguien estaba amenazando a Adria? Pero ¿quién? Solo las personas que había en aquella habitación, y su madre y la familia Polidori, sabían dónde estaba alojada. No, eso no era así; estaban también los criados que habían podido oír las llamadas telefónicas, y también el investigador privado que Jason había puesto tras sus huellas. Trisha, con una expresión indescifrable, aplastó su cigarrillo en un cenicero de cristal.
– ¿A alguno de vosotros se le ha ocurrido pensar que Adria podría ser quien dice que es? Puede que sea realmente London, y si es así todos nosotros estamos de mierda hasta las orejas y sin una pala con que recogerla.
– London está muerta-dijo Jason, dando por zanjado el asunto.
– ¿Cómo estás tan seguro? ¿Cómo podemos saberlo? -preguntó Trisha.
– Todos lo sabemos. Obviamente, murió hace muchos años y si no es así hay una posibilidad entre un millón de que todavía esté viva en alguna parte, inconsciente del hecho de que es una Danvers.
– O puede que ya haya descubierto quién es -dijo Zach, dirigiendo lentamente su mirada a cada uno de los miembros de la familia.
– Es como una mosca en el culo -dijo Trisha mientras se levantaba del sofá- Sabes una cosa, odio todo esto. No soporto cuando alguien se presenta aquí afirmando que es London, la princesita de Witt Danvers. Así es como él la llamaba, ¿sabéis? -Dirigió sus ojos sombríos hacia Zach-. Te acuerdas, ¿no es verdad? Ella era lo único que le interesaba. Cualquiera de nosotros podría haber desaparecido de la faz de la tierra y él ni siquiera habría parpadeado. Pero si se trataba de London… ah, entonces todo era muy importante.
– Tiene que estar muerta -dijo Jason.
– Puede que alguno de nosotros la matara -añadió Zach sin poder evitar morder el anzuelo.
– Por Dios, Zach, ¿sabes lo que estás diciendo? ¿Cómo te atreves ni siquiera a pensarlo? -Nelson se arremangó las mangas de su suéter mientras dirigía la mirada a cada uno de sus hermanos-. Mirad, discutir entre nosotros no nos va a llevar a nada bueno. Lo que tenemos que hacer es encontrar una manera de desacreditarla. Me ha asegurado que si descubrimos que de verdad ella no es London se marchará de aquí.
– ¿Y tú la has creído? -preguntó Trisha con una larga risita sofocada-. Cielos, Nelson, eres realmente un ingenuo, ¿lo sabías? Cuanto más pienso en ello, más convencida estoy de que eres el perfecto funcionario.
– Basta ya-le ordenó Jason-. Tengo a Sweeny investigando su historia y a un hombre que la sigue a todas partes. Si tiene un cómplice, nos enteraremos enseguida. -¿Sweeny? -dijo Zach enfadado. Había sospechado que Jason podría haber hecho que siguieran a Adria, pero Oswald Sweeny era un tipo tan poco de fiar que sería capaz de vender a su propia madre si el precio era lo suficientemente alto.
– Ha hecho muy bien su trabajo.
– Es un jodido lameculos -dijo Trisha. Por una vez, Zach estuvo de acuerdo con su hermana, pero ahora no tenía tiempo de discutir con Jason su manera de elegir a los detectives privados.
Zach se volvió hacia su hermano pequeño. Nelson parecía increíblemente nervioso, como si estuviera drogado.
– ¿Los anónimos que recibió eran auténticos? -preguntó Zach, forzándose a pensar con un poco de lógica. Por una parte, tenía ganas de despedazar uno a uno a todos sus hermanos por los despectivos comentarios que hacían sobre Adria, y por otra, se sentía como un tonto por confiar en ella, aunque fuera un poco.
– ¿Adonde quieres llegar? -preguntó Nelson, mirándole con expresión interrogante.
– Puede que los haya escrito ella misma.
– ¿Para qué? -preguntó Nelson. -Para ganarse la simpatía de la gente -contestó Zach mientras despegaba la etiqueta de su botella.
– Eres un poco retorcido, ¿no te parece? -dijo Trisha.
– Espera un momento. ¿Por qué no? -preguntó Jason, dándole vueltas a aquella idea-. Es lo suficientemente inteligente para haber escrito ella misma las notas. Mierda, es verdad, probablemente eso es lo que ha hecho. -En sus ojos se reflejaba una auténtica admiración.
– O de lo contrario puede que esté en peligro -pensó Zach en voz alta y aquella idea hizo que se estremeciera hasta los huesos-. ¿Por qué no me dices dónde se aloja?
– Ha alquilado una habitación en el Orion -le informó Nelson-. No sé el número de habitación.
«El Orion.» No había vuelto a estar en aquel hotel desde la noche del secuestro. Y jamás había podido pasar por delante de aquella fachada de cemento sin tener la sensación de que el tiempo corría hacia atrás, y le llevaba hasta aquella horrible noche en que le dieron una paliza -dejándolo casi muerto- que acabó por convertirle en sospechoso del secuestro de su hermana. -¿Quién más sabe que está allí? Nelson se mordió el labio inferior.
– Probablemente lo sepan ya la mitad de los habitantes de Portland. Demonios, Zach, ¿no me has oído? ¡Me dijo que estaba dispuesta a ir a la prensa y a la policía! ¿No sabes lo que podría pasar? Esto va a ser un circo…
– ¿Por qué te preocupas tanto? -le preguntó Trisha a Zach, mientras sacaba otro cigarrillo del paquete-. Como ya he dicho, nunca te ha importado una mierda lo que le pasara a la familia.
– Y sigue sin importarme.
– Pues parece que te haya picado el gusanillo, ¿no crees? -Golpeó el filtro de su cigarrillo en el encendedor-. Sabes una cosa, Zach, si no te conociera tan bien, pensaría que estás interesado en Adria. Románticamente hablando.
El no se molestó en contestar.
– Como con Kat. No pudiste apartar tus manos de ella, aunque sabías que aquello era un suicidio. -Trisha se quedó mirando el dorado filtro de su cigarrillo como si allí estuvieran todas las respuestas a todos los enigmas del universo-. No me gustaría pensar que esta copia de Kat haya puesto ya sus garras en ti.
Zach forzó una fría sonrisa.
– Por todos los demonios, Trisha, me parece que aquí la única que tiene garras eres tú.
Ella lo miró con el ceño fruncido a través de una nube de humo.