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Tenía seis micrófonos pegados a la cara mientras los reporteros no dejaban de tomar fotografías y de filmarla. El viento mecía sus cabellos haciéndolos caer sobre, su cara, el tráfico seguía fluyendo con su ruido de motores, las mangas de regadío seguían lanzando chorros de agua y los frenos hidráulicos de los camiones chirriaban como telón de fondo.

Un periodista prepotente, de labios delgados y nariz puntiaguda, le preguntó:

– ¿Tiene usted alguna prueba, aparte de la cinta de vídeo de su padre adoptivo, de que es usted London Danvers?

– No, la verdad es que no…

– ¿Y eso no le parece poco? Las cintas caseras de vídeo son hoy en día algo muy usual. Cualquiera podría preparar un montaje como este.

Los ojos de Zach se quedaron mirando a aquel hombre y tuvo que agarrarse las dos manos con fuerza solo para estar seguro de que no iba a emprenderla a puñetazos con aquel desgraciado.

– No es un montaje -replicó Adria con firmeza.

– Usted piensa que no. Pero no lo sabe. No tiene usted ni idea de cuáles fueron los motivos que tuvo su padre adoptivo para filmar eso.

Una mujer pelirroja con voz profunda preguntó:

– ¿Qué fue de Ginny Slade?

– Ojalá lo supiera.

– ¿Por qué no pidió un rescate?

– Tampoco lo sé -dijo Adria, mientras pasaba rugiendo un camión que hizo que las palomas de la plaza alzaran el vuelo dejando tras de sí un rastro de plumas azuladas.

– ¿Qué me dice del millón de dólares de recompensa que ofreció Witt a quien pudiera encontrar a su hija? ¿No podría Ginny haber estado interesada por ese dinero?

– No puedo hablar por ella.

– En el momento del secuestro, algunas personas sugirieron que uno de los hombres de negocios locales, Anthony Polidori, podría estar detrás del asunto -preguntó otra mujer-. Witt Danvers siempre mantuvo que Polidori estaba involucrado.

– No sé quién estaba detrás de aquello.

– Polidori fue investigado por la policía pero no se pudo probar nada.

– No tengo nada que comentar al respecto.

– ¿Quién organizó el secuestro?

– No lo sé…

– Y qué dice usted, señor Danvers, ¿qué hay de usted y de su familia?

Zach contestó atravesando a aquella mujer con una mirada que la hizo estremecerse de miedo.

– No tengo nada que decir.

– Pero está usted aquí, junto a la mujer que afirma ser su hermana.

– Se trata de su circo, no del mío. -La sangre estaba empezando a hervirle.

– De modo que ¿eso es lo que piensa de este asunto? -insistió la mujer obviamente nerviosa mientras avanzaba hacia él-. ¿Y qué me dice del resto de la familia?

– Tendrá que preguntarles a ellos.

– Ellos no están aquí. Usted sí. ¿Qué opina usted?

– No tengo nada que comentar.

– ¿No fue usted uno de los principales sospechosos en aquel momento?

– Por el amor de Dios, ¡yo solo tenía diecisiete años! -dijo él con los ojos brillándole pero enseguida trató de calmarse-. Esa pregunta tendrá que hacérsela a la policía.

Agarró a Adria por el brazo y, si hubiera podido, le habría gustado largarse de allí con ella de inmediato. Los periodistas eran animales carroñeros. Todos ellos. Lo había aprendido personalmente cuando secuestraron a London.

– ¿Y qué es lo que tendría que decir la policía?-preguntó la mujer pelirroja.

Adria lanzó una mirada a Zach.

– Todavía nada -dijo Adria, pero no añadió que, a insistencia de Zach, ella había pasado las tres horas anteriores en la comisaría explicando su historia, dejándoles una copia de la cinta de vídeo y mostrándoles las notas amenazadoras-. Gracias a todos por haber venido. Si desean ponerse en contacto conmigo, por favor, dejen una nota en la recepción del hotel Orion. -¿El Orion? ¿Por qué no el hotel Danvers? -gritó un hombre.

– Espere un minuto…

– Solo unas pocas preguntas más…

Los dedos de Zach se apretaban con fuerza alrededor de su codo y la empujaban hacia el jeep.

– Maldito circo -gruñó él mientras la introducía en el coche y luego se sentaba al volante.

Mirando por el espejo retrovisor, vio a más de uno de los hambrientos periodistas que corrían hacia sus coches y furgonetas esperando, sin duda, seguirlos. «Buena suerte», pensó Zach ariscamente. Conocía aquella ciudad como si fuera la palma de su mano y había pasado la mayor parte de sus años de adolescencia dándole esquinazo a los coches de la policía. Puso la primera marcha, quitó el freno de mano y arrancó. Varios coches les siguieron y él no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción.

– Creo que ha estado bien, ¿no te parece? -preguntó Adria.

– Ha sido un fiasco.

– Hablando como un auténtico Danvers.

Frenó al doblar una esquina y las ruedas patinaron.

– ¿Nos están siguiendo? -preguntó ella.

– Sí. -Él miró por el retrovisor, frunció el entrecejo y giró por un callejón que desembocaba en Burnside-. Algunos de los buitres parece que no se han quedado aún satisfechos. -Aceleró sobre el oscuro río Willamette diciéndose hacia las montañas del este, luego giró en rendo en medio de la calzada, volviendo a cruzar el río y dirigiéndose hacia el sur, mirando continuamente por el retrovisor hasta que vio satisfecho que los coches qué estaban de uno a otro carril detrás de ellos ya no podrían darles alcance-. Ahora realmente has agitado el nido avispas.

– Ya era hora.

– No tendrías que haber llamado a la prensa lo primero…

– Te he dicho que no he sido yo.

– Bueno, pues alguien lo ha hecho.

– Sí -asintió ella, dándole vueltas a esa idea mientras dejaban atrás la ciudad-. Alguien lo ha hecho.. «¿Quién?» ¿Alguno de los Danvers? ¿Anthony Polidori? ¿El obseso que le había dejado aquellas feas notas? ¿Alguien que había estado espiando sus conversaciones telefónicas? ¿Trisha? ¿Nelson? ¿Jason? ¿Zach? Sintió que le dolía la cabeza y se dio cuenta de que aparte del café amargo y oscuro, que había tomado en la comisaría de policía, no había comido nada en todo el día.

– Tendrás que marcharte del Orion.

– Lo sé.

– ¿Tienes algún otro lugar en el que alojarte?

– Aún no.

– Jason piensa que deberías venirte al rancho.

– ¿Contigo?-preguntó ella.

– Supongo.

De repente el interior del jeep pareció empequeñecerse y la atmósfera se fue cargando, mientras ella pensaba cómo podría ser vivir lejos de la ciudad, con Zachary. ¿Qué tal sería encontrárselo a su lado cada mañana? Echó una mirada a su perfil. El corazón empezó a latirle con fuerza. Por supuesto, no podía aceptar aquella proposición; tenía muchas cosas que hacer allí, en el valle del Willamette. Y aquello no era más que otra estratagema de la familia para quitarla de en medio.

– Me da igual lo que piense Jason. «¿A solas con Zachary Danvers? ¿A salvo?» No podía creerlo ni por un segundo. Zachary era peligroso desde muchos puntos de vista como para pensar en eso. Nunca podría estar a salvo con él.

– Eso te gustaría, ¿no es así? -dijo ella, tocando con el dedo el interior de la ventanilla y limpiando el vaho que se había formado en el cristal-. De ese modo estaría encerrada en un lugar en el que la familia me pudiera tener vigilada, escuchando mis conversaciones telefónicas y teniéndome controlada veinticuatro horas al día. Gracias, pero creo que no me interesa.

Él abandonó la autopista y se metió en un área de servicio. Al final del camino había un restaurante con un neón centelleante que anunciaba desayunos y comidas las veinticuatro horas. Zach aparcó al lado de la puerta de entrada.

– Bueno, vayamos a comer algo y luego decides. -Él se acercó a ella para abrirle la puerta. El contacto con su cuerpo cálido y firme rozando sus muslos tuvo un efecto definitivo en la velocidad del pulso de Adria. «Detente.»