Como si él hubiera sentido lo mismo, sus ojos se encontraron con los de ella y durante un ridículo instante él deseó besarla de nuevo. Sus ojos se ensombrecieron por un momento, buscando los de ella, y su aliento le rozó la cara. Olía a cuero y a café, y a masculino almizcle, y su mandíbula estaba casi negra por no haberse afeitado.
Salvaje y rudo.
Primario y lascivo.
Apasionado y mordaz.
Zachary Danvers era todo eso y mucho más. Ella se mordió los labios y aguantó la respiración. Esperando…, sintiendo que él podía leerle el pensamiento.
– ¿Qué demonios voy a hacer contigo?
– Tú no eres responsable de mí.
– ¿Ah, no? -Una de sus oscuras cejas se arqueó. Ella se puso tiesa, en actitud defensiva.
– Mira, Zach, supongo que debería agradecerte que me hayas ayudado hoy, pero la verdad es que no necesito a una niñera.
– Podría llegar a sorprenderte. -Él le dirigió una sonrisa que la atravesó. Pura animalidad masculina. Luego saltó a la calzada y ella tuvo que echar a correr para alcanzarle.
Tenía ganas de decirle que se perdiera y la dejara en paz, pero no podía hacerlo. Había estado a su lado cuando lo había necesitado y había tenido que aguantar la rueda de prensa; y no le había discutido, sino que incluso la había ayudado a reunir a los periodistas y había estado a su lado todo el tiempo, manteniendo la calma. Ella desconocía cuáles eran sus motivos, pero dudaba de que fueran nobles. Le estaba agradecida por su ayuda, a pesar de que pensaba que debería haber manejado aquella situación sola, y creía que probablemente él estaba siendo amable con ella solo para poder espiarla por orden de la familia. Pero, entonces, ¿por qué había insistido para que fueran a la comisaría y presentara una denuncia? Puede que no tuviera otra elección; quizá se había sentido acorralado y prefirió que se hiciera público de una vez por todas que había llegado a Portland otra mujer que afirmaba ser la hija desaparecida de Witt Danvers.
Entraron en el restaurante. Se podía oír música country por encima del bullicio de las conversaciones y del crepitar de la parrilla. Se sentaron a una mesa al lado de la ventana.
Al cabo de unos instantes, una camarera les sirvió café y les prometió que regresaría para tomar el pedido. Adria cogió un menú e intentó concentrarse en la lectura de los platos especiales del día, pero tener a Zachary sentado enfrente era una distracción, un tipo de distracción que ahora no deseaba.
Una vez hubieron hecho sus pedidos, Zach se bebió su café y se sentó de lado en la silla.
– Creo que podrías decirme qué es lo que piensas hacer, Adria -dijo él, mirándola con unos ojos que parecían poder ver hasta en los rincones más oscuros de su alma-. Porque de aquí en adelante me parece que no va a haber demasiada diversión.
«Y por eso estoy aquí. Para descubrir la verdad. Para descubrir por mí misma si realmente soy la hija de Witt y Katherine Danvers…» Su voz era clara. Potente. Su barbilla estaba levantada como diciendo que no podía dar marcha atrás.
«Maldita sea.»
En su habitación, quien asesinó a Katherine observaba las imágenes de Adria Nash en la televisión.
«Por qué no ha vuelto a su casa? ¿Por qué demonios ha tenido que montar una rueda de prensa? ¡Ahora todo Portland -por no decir todo el maldito país- la estará mirando!»
La rabia le ardía por dentro.
¿Y si ella fuera realmente London? ¡Cielos, se parecía tanto a Kat que casi daba miedo!
Por su memoria pasaron varias imágenes de Katherine Danvers.
Kat, una mujer joven y con éxito, segura de su sexualidad, caminando por una calle al lado de Witt.
Kat, un poco más mayor, con el anillo de oro brillando en su dedo y demostrando que ella era la señora de Witt Danvers.
Kat, embarazada y todavía seductora, con su otrora terso vientre ahora redondeado. Aquel niño creciendo en su interior le había dado un aspecto orgulloso. Ahora ya estaba unida a Witt y a la fortuna de los Danvers de manera irrevocable.
El asesino de Kat parpadeó, sintiendo el sudor que le corría por la frente y luego caía sobre la mullida alfombra. «Cálmate, cálmate. No dejes que te saque de quicio.» Pero las imágenes que veía en la televisión le recordaban otras del pasado, fotografías mentales que nunca podría olvidar. Imágenes que ardían y emitían destellos dolorosos. ¡Flash!
Kat con la niña, maravillosa, y Witt pegado a las dos, como si no tuviera ya una familia, como si no tuviera ya otros cuatro hijos, como si esa preciosa criatura fuera más importante que los otros cuatro juntos. Cielos, aquello era asqueroso. Horrible. Quien asesinó a Katherine estaba estremeciéndose por dentro. Recordando. ¡Flash!
Kat intentando recuperar de nuevo su esbelta figura, quemando cualquier resto de grasa que hubiera quedado del embarazo y posando en un impecable y diminuto traje de baño de una sola pieza. ¡Flash!
Kat, con el pelo negro reluciente y recogido sobre la cabeza, rodeada de la élite de Portland. Jugando al bridge. Acudiendo a fiestas de caridad o a bailes de gala en sus ceñidos trajes… ¡Flash!
Kat flirteando con alguien, vestida solo con unas bragas.
¡Flash!
Kat desnuda… Su cuerpo reluciente… En la ducha… Oh, Dios, qué vulnerable que había, sido desde que London fue apartada de su lado… qué fácil había sido poner píldoras en su bebida y después, cuando estaba desorientada, cuando tropezó ahí afuera, darle un empujón por encima del muro. ¡Flash!
Kat cayendo por encima del muro, el reconocimiento escrito en sus ojos cuando sus miradas se cruzaron, el miedo contrayendo sus hermosos rasgos.
Y luego el sonido. El horripilante sonido de los huesos rompiéndose y los músculos golpeando con un ruido seco contra el pavimento, ahí abajo. No fue muy difícil. Se podría hacer de nuevo.
«Solo unas pocas preguntas más», un periodista seguía insistiendo, pero la cámara ya no enfocaba a Adria. La cámara enfocaba ahora el pétreo semblante de un Zachary Danvers, quien parecía realmente cabreado. Mientras empujaba a Adria alejándola de la muchedumbre, una vena se hinchaba en su cuello y sus ojos estaban tan oscuros que casi parecían negros.
Por supuesto que él tenía que estar allí. Zachary nunca había podido resistirse a las mujeres hermosas. ¿Por qué no iba a sentirse, como tantos otros hombres, cautivado por su madrastra? ¿Por qué no iba a arriesgarse a sufrir la cólera de Witt por estar con ella?
Y ahora estaba con una mujer que podría ser una copia de aquella.
El hijo igual que el padre.
Locos los dos.
Iba siendo hora de hacer algo. Algo permanente. Pero antes… un susto.
El asesino de Katherine sonrió y apagó el televisor.
¡Flash!
En un destello de futuro le llegó una imagen de Adria, la pretendiente, tumbada sobre un charco de su propia sangre, con los huesos rotos, el cuello y la cabeza doblados en un ángulo imposible. Con los ojos mirando ciegos hacia arriba.
Incluso en su muerte podría sentirse orgullosa de parecerse a la mujer que afirmaba que había sido su madre.
Sonó el interfono.
– Ya sé que ha dicho que no le molesten, señor Danvers -dijo la secretaria de Jason, Francés, en su más anodino tono de voz-, pero tiene a su hermano por la línea dos, e insiste en hablar con usted ahora mismo. He intentado explicarle que no se podía poner…
– Está bien, hablaré con él.
Jason cruzó la alfombra de color verde bosque y descolgó el teléfono. La voz de Nelson parecía agitada y fuera de sí.
– Canal dos. Las noticias. -Sonó un clic que daba a entender que había colgado.
Como la soga de un verdugo, un nudo se apretó en la garganta de Jason. Cogió el mando a distancia y, apuntando hacia el televisor que estaba en la otra esquina de su oficina, presionó el conmutador mientras con un mal presentimiento colgaba el teléfono. El televisor se puso en funcionamiento. Y Jason se quedó mirando el programa, viendo hechos realidad sus peores presentimientos. Lo había hecho. Adria Nash había dado su maldita rueda de prensa en medio de un parque y, a su lado, unas veces a la vista de las cámaras y otras no, estaba Zach. Maldita mosca en el culo ese Zach. Su mandíbula estaba oscurecida por una incipiente barba y sus ojos eran fríos y de una expresión indescifrable. Vestía ropas arrugadas y tenía el aspecto de un maldito vaquero, pero no parecía importarle la imagen que estaba dando ante las cámaras.