Выбрать главу

«Oh, Dios, ¿de veras había contestado eso?» Se metieron en el ascensor y la atmósfera pareció hacerse tan densa que casi no podía respirar. Zachary colocó las dos manos en el pasamanos de metal, apoyando sus caderas contra el pulido y limpio metal, sin atreverse a acortar la distancia que había entre los dos.

Ella no debería estar pensando en Zach en aquellos términos. No tenía tiempo de liarse con un hombre; no le quedaban fuerzas para eso y, hasta donde ella sabía, aquel hombre era su hermanastro y la única cosa sensata que podía hacer era mantenerse alejada de él. Lo cual le parecía imposible.

«Bueno, al menos trata de pensar en él en términos que no sean sexuales», se dijo mientras el ascensor se detenía y se abrían las puertas. «Es el peor candidato a amante que puedes encontrar. ¡La persona equivocada! ¡Por el amor de Dios, utiliza la cabeza, Adria!»

Intentando ignorar a Zach, salió hacia el largo pasillo. Estaba tranquilo y desierto. Demasiado desierto. Demasiado tranquilo.

«No dejes que tu imaginación empiece a jugarte malas pasadas.»

Adria intentó sacarse de encima la sensación de que algo estaba fuera de lugar, que no estaba perfectamente en su sitio, pero en cuanto llegó a la puerta, tuvo más de un segundo de duda. El miedo hizo que su mano se detuviera con la llave ya preparada. Por tonto que fuera, tenía el estremecedor presentimiento de que alguien o algo maligno había estado allí hacía poco, y un escalofrío de terror le recorrió la columna vertebral.

Lo cual era ridículo. No era más que la consecuencia del cansancio acumulado durante aquel largo día, y de las notas y el paquete que había recibido hacía poco; eso era todo. Sin embargo, aún dudó un instante antes de introducir la llave en la cerradura.

– ¿Pasa algo? -preguntó Zachary tan cerca de ella que pudo sentir su aliento en la parte de detrás de su cuello. «No seas tonta.»

– No, por supuesto que no.

– ¿Quieres que entre yo primero? -dijo él, animándola y alzando una de sus negras cejas.

– No. Creo que me las apañaré -dijo ella con sarcasmo-. Olvídate de las tácticas de guardaespaldas, ¿de acuerdo?

Forzando una leve sonrisa, Adria metió la llave en la cerradura y abrió la puerta empujando con el hombro. Dio un paso hacia dentro.

La habitación estaba helada y el aire acondicionado encendido.

La mirada de Adria se topó con el gran espejo que había al lado del armario. Se le heló la sangre.

– ¡Oh, cielos! -susurró, intentando apagar un grito.

– ¿Qué? -le preguntó Zach, avanzando a su lado, para detenerse en seco al observar la escena-. ¡Cielos!

El espejo estaba roto y salpicado de sangre, como si alguien hubiera golpeado el cristal con un puño. Entre los trozos de espejo alguien había pegado una gran fotografía de Adria mutilada. La cabeza estaba separada del cuerpo y la sangre que manchaba el espejo parecía salir de su cuello. Los ojos estaban recortados y rodeados de sangre, y el espejo estaba tan completamente rojo que cuando ella miró la imagen vio reflejados allí sus propios ojos bañados en sangre.

– ¿Qué tipo de monstruo ha podido hacer esto? -dijo Adria, empezando a temblar.

– Alguien que te quiere ver fuera de la escena -contestó Zach, rodeándole los hombros con un brazo-. No lo mires más.

Pero ella no podía apartar la vista de allí. El miedo la había dejado paralizada.

– Esto es una locura -susurró ella-. Una auténtica aberración.

– Es cierto.

– Alguien me odia.

– Y mucho. Y podría estar escondido detrás de ti en cualquier esquina.

– ¡Oh, Dios!

– Puedes acabar con todo esto cuando quieras, lo sabes -dijo él, apoyando la barbilla en la cabeza de ella y rodeándola con sus brazos-. Olvida todo este asunto de London. La familia te pagará…

Ella se apartó de él.

– ¿Es eso lo que quieres? ¿Es que tú formas parte de… de esta locura? -le preguntó intentando razonar. ¿Estaba allí Zach por encargo de alguien, para ser su salvador, para hacerla entrar en razón o para asegurarse de que se marchara de allí?

– Solo me preocupa tu seguridad.

– Y que me vaya.

– Adria…

– Pues no ha funcionado. Creo que ya te lo había dicho antes, no me dejo asustar fácilmente.

– Esto no es una broma.

– Lo sé. Pero no pienso echarme atrás. -Aunque estaba temblando, se encaró con él-. Puedo enfrentarme a esto, Zach -dijo ella, cruzando los brazos sobre la cintura-. Maldito bastardo enfermo. No se va a salir con la suya. No pienso permitírselo.

Zach la miró por un instante y luego inspeccionó rápidamente el lavabo y los armarios. Todo parecía en orden. Estaban solos.

– Quienquiera que haya hecho esto ya se ha ido, pero no hace mucho. La sangre todavía no está seca. Puede que haya sido descuidado, quizá ha dejado alguna huella dactilar, algún pelo o algo por el estilo.

– Bastardo -murmuró ella, temblando como un pedazo de gelatina.

A pesar de las duras palabras que le había dirigido a Zach, tenía ganas de desplomarse, de tirar la toalla, de aceptar la derrota y marcharse de allí. ¿A quién demonios le importaba si ella era o no London Danvers? No valía la pena. No cuando estaba enfrentándose con un psicópata. Y ya no podía más. No cuando estaba tan cerca de sentirse obviamente asustada por culpa de aquel desgraciado.

– Voy a llamar primero a la policía y luego a seguridad del hotel. -Zach inspeccionó el pasillo, luego volvió a entrar y se acercó al teléfono.

– Espera un momento -dijo ella, agarrándole la mano.

– ¡Ni lo sueñes! Esto es muy grave. Quien te está haciendo esto es un enfermo. Primero la rata, ahora esto. -Él levantó el auricular.

– Quienquiera que está haciendo esto se ha marchado de aquí corriendo -matizó ella, intentando mantener la calma, algo que se le estaba haciendo demasiado difícil de conseguir. Se recordó que estaba a salvo. Que Zach estaba a su lado.

«Pero ¿él no es parte de la familia? ¿No te estaba diciendo que te marcharas, e incluso sugiriéndote que aceptaras una recompensa?»

A Adria se le secó la garganta. ¿Podía confiar en él? Y si no podía confiar en Zach, ¿en quién?

– Necesito un minuto para pensar y… arreglar un poco esto y…

– ¡Ni hablar! No te acerques ahí. -Él la miró fijamente-. No pensarás tocar eso, ¿verdad? Mira, no se trata de una broma de niños. Se trata de la obra de un perturbado. De alguien que está obviamente trastornado. No quiero ni pensar qué podría hacer luego.

– Yo no… no tengo miedo -mintió ella.

– Y una mierda. Tienes tanto miedo como yo. No quieras engañarme. Mira, no discutí contigo cuando quisiste hablar con la prensa, y estuve a tu lado como si fuera una estatua de mármol mientras tú dabas las entrevistas. Pero no pienso dejar que te pase algo malo solo porque eres demasiado cabezota para dar marcha atrás cuando un auténtico chiflado te está amenazando.

– ¿Quieres que dé marcha atrás?

– Sí, eso es lo que quiero.

– Y eso es lo que quiere él. Es lo que él espera.

– Muy bien, ¿y a quién le importa?

– A mí.

Zach se quedó mirándola fijamente.

– Entonces es que no eres tan lista como había imaginado. -Él cruzó la habitación y la agarró por los hombros antes de acercar su rostro al de ella. Sus fosas nasales palpitaban y sus ojos estaban entornados-. Esta noche no te vas a quedar aquí.

Ella prefirió no discutirle. No podía seguir en aquella habitación ni un segundo más.