Выбрать главу

La mirada de ella se dirigió a la delgada línea que cruzaba un lado de su cara. Apenas era visible, pero parecía servirle como un continuo recordatorio. No había duda de que él todavía estaba convencido de que el ataque que había sufrido en el Orion lo había orquestado la familia Polidori.

En la zona del bar se escuchó un alboroto de aprobación de los clientes que estaban viendo el partido de baloncesto. La sala se llenó de gritos y silbidos, apagando la voz del comentarista y la música. Los Blazer debían de haber metido otra canasta.

– Por qué no me cuentas los detalles de esa enemistad familiar -le sugirió ella una vez que se calmó el alboroto y un borracho ofreció una ronda a todos-. Y luego decidiré si quiero o no reunirme con Mario.

– La enemistad -dijo él, sintiéndose reticente a hablar de aquello.

– Ya conozco una parte de la historia.

– Hubiera apostado a que así era.

– Venga, Zach, cuéntame.

Se la quedó mirando pensativamente e hizo girar su alargada botella de Henry's entre las palmas de las manos. Alzó las cejas y luego arrugó el entrecejo.

– Bueno, ¿por qué no? De todas formas estoy seguro de que ya conocerás los detalles más sangrientos. Ha estado ahí desde siempre, desde que yo era niño. Nunca he conocido un… odio tan intenso entre dos familias. Posiblemente ya habrás leído muchas cosas al respecto -dijo él, y ella asintió con la cabeza prefiriendo no mencionar a María Santiago.

La camarera llegó con una nueva cerveza para Zach. Cuando hubo retirado las botellas, los vasos vacíos, los platos y los cuencos, y dejado la cuenta sobre la mesa, se marchó balanceando precariamente su pesado cuerpo. Entonces Zach siguió contándole la historia de los Polidori y los Danvers. Su versión era más o menos la misma que ella había escuchado antes.

– Y eso es todo -concluyó él, frunciendo el entrecejo.

Se bebió parte de la cerveza, dejó la botella medio llena en la mesa y pagó la cuenta. Salieron a la calle. La noche era fría pero clara, y millones de estrellas centelleaban en un suave cielo de ébano. Altos abetos se erguían como viejos centinelas alrededor de la taberna y el sonido de un riachuelo brincando entre oscuras piedras rasgaba el silencio de la noche.

Cuando ella subió al coche se sentía sin defensas. Le gustaba estar con Zach y se sorprendía del hecho de que apenas acababan de conocerse… ¿o no era así? Una parte de ella se sentía como si lo conociera de toda la vida.

Él condujo entre las estribaciones de las montañas, por un sinuoso camino que seguía el curso del río Clackamas. Detuvo el coche en una zona en que la calzada era más ancha y la ayudó a bajar por un camino que llegaba hasta la orilla del agua. En medio de la oscuridad, ella podía oler el agua clara mezclada con el aroma de la tierra húmeda y los abetos, y sentía la fuerza del río en su camino a través de las colinas.

Una brisa fría descendía por el cañón como si siguiera el curso del río y Adria notó el aliento de él sobre su rostro. Empezó a sentir frío y se abrazó para calentarse. Zach se quitó la chaqueta vaquera y se la echó a ella sobre los hombros sin siquiera llegar a rozarla con los dedos.

– Creo que te gustará ver esto -dijo él como si necesitara una razón para convencerse a sí mismo-. Cuando veo las cosas oscuras o difíciles, suelo pasar un rato donde el poder de la naturaleza es más fuerte. A veces me ayuda a aclararme. Si estoy cerca de la costa, camino por la playa observando las grandes olas. Si estoy en el rancho, cabalgo por las montañas, entre las ensenadas que llevan hasta el río Deschutes y, si estoy en la ciudad, bueno, normalmente vengo hasta aquí.

– ¿Sólo? -preguntó ella y su sonrisa brilló en la oscuridad.

– Siempre.

Un pájaro nocturno cantó lastimeramente y pareció que el bosque de ancianos árboles se cerraba alrededor de ellos, separando el resto del mundo de aquella corriente de agua.

– Me estabas hablando de la enemistad familiar -añadió ella y pudo ver que la tensión volvía a sus duras facciones.

– Es algo que pasa de generación en generación, ¿no es así? El viejo Witt, el gran hombre que intentas demostrar que fue tu padre, era tan cruel y testarudo como su padre. Witt estaba dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de preservar la fortuna y el nombre de los Danvers.

– No te caía bien.

– En absoluto -admitió Zach.

– Pero ¿le respetabas?

– Odiaba a aquel hijo de perra. -Zach se quedó mirando el río, y Adria pudo ver que sus rasgos, severos y fuertes, se teñían con un vestigio de remordimiento a la pálida luz de la luna.

– ¿Qué me dices de tu madre?

Él resopló, apretando los labios pensativamente.

– Eunice… ella es un poco… complicada -dijo él como si estuviera sopesando sus palabras-. Dice una cosa y hace otra.

Adria había oído la historia de Eunice Patricia Prescott Danvers Smythe. Cuando era joven, Eunice había sido la mejor elección de Witt Danvers como esposa. Además de pertenecer a una familia rica, tenía su propia fortuna, algo de inteligencia y un porte majestuoso, a pesar de que se rumoreaba que, desgraciadamente, solía pensar por sí misma. Algunas personas habrían dicho de ella que era consentida, desdeñosa y despreciativa. Se sabía que Witt había tenido otras mujeres en su vida, especialmente cuando era joven, y María, la criada, admitía que los líos de faldas de Witt eran algo que se comentaba por toda la ciudad y que habían llegado a los oídos de Eunice. Aunque le había dado dos hijos, un muchacho y una chica, Witt no se sentía satisfecho con su testaruda mujer y pasaba muchas noches fuera.

María le había dicho que ella los había oído discutir, y que Eunice había, acusado a Witt de impotente, pero seguramente no se trataba más que de las palabras vengativas de una mujer amargada, porque nunca se demostró que fuera verdad. Eunice le había dado a Witt dos hijos más, Zachary y Nelson.

Desde el principio, se había, especulado acerca de la paternidad de Zachary. Este se quedó mirando a través de la oscuridad hacia el salvaje río.

– Parece que tu madre se preocupa de todos vosotros -dijo ella con un tono de duda.

– Mi madre nos abandonó.

– Porque no tuvo otra elección.

– Eso es lo que ella dice. -Se agachó y agarró una piedra que luego lanzó al río con toda la fuerza de sus músculos.

– ¿Esperabas que se quedara con tu padre?

– No -dijo Zach con los labios apretados en la oscuridad, mientras cogía otra piedra y la lanzaba al cauce del agua. Luego, como si se hubiera dado cuenta de la futilidad de aquel acto, se acercó a la base de un viejo abeto y se apoyó contra su rugoso tronco-. Esperaba que nos llevara con ella.

– Pero no podía…

– No quiso, querrás decir. En aquella época, los jueces y los tribunales de divorcios solían favorecer a la madre, aunque el padre fuera un hombre poderoso como Witt Danvers. Pero Eunice estaba demasiado asustada para ir a un juicio público, demasiado interesada en salvar la cara y conseguir todo el dinero que sus abogados pudieran sacarle a Witt. Tenía que mantener un caro estilo de vida. La verdad de todo es que, incluso cuando sus hijos eran pequeños, Eunice pasaba más tiempo en el club MAC, haciendo ejercicio y relacionándose, del que pasaba con nosotros. Y entonces, cuando mi padre decidió divorciarse de ella, no quiso que arruinaran su reputación por el hecho de que mi padre fuera un mujeriego y ella tuviera un lío con Polidori… -Miró en dirección a Adria, esperando su reacción-. ¿De verdad crees que yo era tan ingenuo para no enterarme de lo que pensaba la gente o tan sordo para no oír lo que todos comentaban? -Su sonrisa era tan fría como el helado fondo del río-. Desde que tengo memoria, he oído las conjeturas de la gente acerca de que yo era hijo de Polidori. Pero eso no es verdad.

Ella se acercó a él y se quedó parada bajo las ramas del macizo árbol. El olor a tierra húmeda y agua fresca se mezclaba en el aire con un aroma de puro almizcle masculino. La noche era seductora y los rodeaba como un suave manto oscuro.