– O solucionamos el asunto a mi manera o haré que detengan a ese muchacho -insistió Witt con una mueca de odio en la cara-. Y no intentes jugar conmigo, Trisha, porque nada me gustaría más en este mundo que ver en la cárcel al único hijo de Polidori.
– No puedes…
Witt arqueó los labios y sus ojos azules empezaron a brillar con maldad.
– Te sedujo, Trisha. Te violó y te dejó embarazada. Te utilizó, como si fueras una vulgar puta. Y si te crees que voy a permitir que tengas un hijo de Polidori, será mejor que lo pienses dos veces.
– No quiero…
Witt había alzado su mano con la intención de golpearla y Trisha dejó escapar un espeluznante gemido.
– Yo me encargaré de esto -dijo Kat, entrando a toda prisa en la habitación como si hubiera estado escuchando desde el pasillo, esperando el momento adecuado para hacer su aparición. Se quedó mirando a Trisha con una calma escalofriante. Trisha sintió miedo por primera vez en su vida.
– Es mi hija -protestó Witt.
– Y tú has perdido los nervios -dijo Kat, apretando los labios-. Te he dicho que yo me encargaré de esto, Witt. Esto es cosa de mujeres.
– No pienso dar mi brazo a torcer -gruñó Witt y salió corriendo de su estudio golpeando la puerta tras él.
Tranquilamente, Kat echó el cerrojo a la puerta y se volvió hacia ella con una mirada funesta. Los ojos de Trisha estaban llenos de lágrimas, porque sabía que acababa de perder aquella batalla. Dios, cuánto odiaba a su madrastra.
– Ven aquí, Trisha, vamos a hablar con un poco de sensatez de lo que ha pasado -dijo Kat-. Sé que estás enfadada y que tu padre, bueno, él también lo está. Pero se ha puesto así porque te quiere demasiado.
– ¡Una mierda! -sollozó ella, echándose atrás y pisando los trozos de vidrio roto.
– Es verdad. Él te quiere, a su manera. Pero odia a los Polidori tanto como te quiere a ti, y habla en serio cuando amenazaba con denunciar al chico. Posiblemente Mario se pasaría una buena temporada en prisión y ¿qué ibais a sacar de bueno tú y tu niño de eso? -La sonrisa de Kat era paternal y fría a la vez.
Trisha había empezado a sollozar desconsoladamente, dándose ya por vencida ante la enorme y constante presión que la familia seguramente iba a ejercer sobre ella.
Al final, Kat la había convencido para que hiciera lo que era más razonable, lo que era mejor para todos los que estaban involucrados, que era abortar; y al día siguiente, antes de que Trisha pudiera cambiar de opinión, Kat la había llevado a una clínica privada, donde había abandonado a la única persona -lo único- que había significado algo para ella.
Nunca más había vuelto a quedarse embarazada. Había perdido al niño y el amor de Mario. Aunque él afirmaba que todavía la quería, su relación nunca había vuelto a ser la misma. Habían perdido aquella inocencia que compartieran en el pasado. Por culpa de Witt. Por culpa de Kat. Dios, cómo los había odiado a los dos.
Ahora, pasados ya muchos años odiosos, apoyó la cabeza en el volante de su coche deportivo. Al menos su padre y Kat ya estaban muertos. Se lo habían merecido. Pero Trisha y Mario todavía seguían siendo amantes ilícitos, corriendo hacia las sombras de encuentros de sexo ardiente a escondidas y sin ningún compromiso. Trisha intentaba ocultarse el hecho de que todavía lo amaba, pero al final siempre pasaba algo que hacía que despertaran sus viejas y largo tiempo enterradas emociones, como si aquella pequeña vida que había durado tan poco, que había existido tan poco, la hubiera unido a Mario para siempre.
El amor, unido a los celos y al sentido de posesión que lo acompañaban, siempre volvía a salir a la superficie. Ella amaría a Mario Polidori hasta el día que entregara su último aliento. Esa noche, viendo a Mario con Adria, Trisha había vuelto a sentir las viejas punzadas del dolor y la pérdida, del amor y los celos. Sollozó con fuerza y sintió que su odio se ponía al rojo vivo, alojándose en la boca del estómago, donde le quemaba.
Mario estaba con Adria.
La hermosa Adria.
Tan hermosa como Kat.
Tanto como London.
20
– Voy a salir -dijo Jason, deteniéndose ante la puerta del dormitorio de su esposa.
– ¿Ahora? -Sentada ante el tocador, cepillándose el cabello, Nicole vio el reflejo de Jason en el espejo y pensó cómo podía haber estado alguna vez tan loca como para creer que él la amaba. Echó una ojeada a su reloj- ¿Adonde vas?
– A una reunión de última hora.
– Es casi medianoche -dijo ella sin disimular el tono de reproche en su voz.
– Lo sé.
Cerrando los ojos, intentó descubrir qué era lo que todavía la mantenía a su lado. Dejó el cepillo sobre la cómoda y dijo con calma:
– Sabes, Jason, debería divorciarme de ti y empezar de nuevo. De esa manera ya no tendrías que estar mintiendo todo el tiempo.
– No estoy…
– Por favor -dijo ella, levantando una mano antes de abrir los ojos-. No me hagas pasar por tonta, ¿no te parece?
Cuando se lo quedó mirando, Jason le estaba sonriendo con aquel rictus frío que ella había llegado a odiar con los años; un tipo de sonrisa que parecía reservar solo para ella.
¿La sartén te parece de repente demasiado caliente para ti, cariño? -dijo él y ella sintió que se le revolvían las entrañas al oír aquel apelativo.
Cuánto se habían alejado el uno del otro a lo largo de los años.
– Lo que está demasiado caliente no es la sartén, ni el fuego, sino tu joven y condenada amante -dijo ella, sintiendo que se le revolvían las entrañas. Sabía que hacía años que había dejado de quererla, pero las mentiras todavía le dolían.
Al menos él tuvo la decencia de no contestar.
– Se llama Kim, ¿no es verdad? ¿Esa rubia menuda de largas piernas y sin tetas? -Nicole se aplicó crema de noche para hidratar la piel, esperando poder detener esas pequeñas arrugas que empezaban a verse en el rostro conforme los años pasaban por ella-. Imagino que no creerías que no me enteraba de nada, ¿verdad?
Él pareció deshincharse un poco, como solía sucederle cuando en la práctica de la abogacía se enfrentaba con un testigo especialmente recalcitrante en el estrado.
– No sé de qué me estás hablando.
– Venga ya, Jason. -Se quitó la crema sobrante-. Al contrario de lo que tú quieres creer, no soy ninguna estúpida. Y sé lo que está pasando con el asunto ese de London. Empiezas a estar asustado, ¿no es así? -Ella se apartó el pelo de los hombros; se quitó los pendientes de diamantes que brillaban a la suave luz y los colocó en el neceser. Ella misma los había elegido. Se los había regalado Jason por su ¿quince…? ¿dieciséis…? aniversario-. Esta pequeña nueva London quizá podría ser tu hermana.
– No lo creo.
A veces, cuando el dolor no era demasiado grande, cuando ella era capaz de distanciarse de él, le parecía divertido verle mentir. Lo hacía tan bien, con tanta elegancia y tanta… convicción, como si de verdad creyera en lo que estaba diciendo.
– Zachary no estaría metido en esto si la cosa no pudiera ser realmente seria -dijo ella-. Me parece que Nelson está ocultando algo. Trisha está peor que nunca, se diría que está pasando una de esas temporadas. Y tu madre, normalmente tan distante, parece que de repente se interesa por la familia. Y tú estás preocupado -dijo ella, metiendo los pendientes en una caja de terciopelo y cerrándola-. Todos estáis muy preocupados.
– ¿Y tú no lo estás?
Él se acercó hasta ella por detrás y colocó suavemente las manos alrededor de su cuello. Sus miradas se cruzaron en el espejo y ella levantó la barbilla un segundo al sentir que él apretaba, apenas ligeramente. Para él podría ser muy fácil apretar un poco más, hasta que el aire dejara de pasar por su garganta, y estrangularla, pero Nicole no le tenía miedo. Echó una rápida mirada a la fotografía enmarcada que estaba colocada en una esquina de su neceser.