Выбрать главу

Su hija, Shelly, riendo y con la leve brisa marina moviendo su pelo, la miró desde la foto. Shelly era la única cosa de la que los dos, ella y Jason, se preocupaban. La única cosa.

La mirada de Jason se topó con la foto y sus dedos se relajaron.

Nunca podría hacer nada que significara poder perder a su hija, pues estaba tan colado por ella como Witt lo había estado por London. A sus ojos, su hija no podía hacer nada malo. Aquel diablillo lo manejaba con uno solo de sus pequeños dedos.

– Sabes que no me gustaría que ella viera lo que nos está pasando -dijo Nicole con calma, a pesar de que por sus palabras corría un afilado acero-. Eso podría ser devastador para ella.

– Los niños siempre sobreviven -dijo Jason, pero su sonrisa se había desvanecido.

– ¿Eso crees? -preguntó ella, añadiendo-: ¿Y qué me dices de ti?

– Yo estoy bien.

– ¿Lo estás? Yo no estoy tan segura. Y además están tus hermanos y…

Sus miradas volvieron a cruzarse en el espejo.

– Zach es un tipo que siempre cae de pie… Y los demás… ¿quién sabe? -Se apartó de ella y empezó a andar hacia la puerta.

– No pienso humillarte en público, Jason. Si tu amiguita quiere menear la mierda, yo no voy a formar parte del juego, ni tampoco Shelly. O bien dejas de ver a esa putita o bien intentas controlarla, no me importa lo que prefieras hacer.

Eso no era del todo verdad, le importaba, pues sabía que otra mujer, una mujer más joven, podía hacerle perder la cabeza; pero ella era lo suficientemente inteligente para darse cuenta de que Jason necesitaba algo más que una esposa. Necesitaba sentirse adorado y que le hicieran carantoñas, y siempre había necesitado alguna jovencita guapa que calentara su cama y acariciara su ego masculino.

La sola idea la ponía enferma, pero tenía que vivir con eso. Por Shelly. Siempre y cuando ninguna de sus guarras amantes se diera a conocer en público. Nunca antes se había preocupado por esos deslices, pero aquella Kim le preocupaba. Se había atrevido -demonios, y con unos nervios de acero- a llamar a la mujer de Jason Danvers y darle órdenes.

Las cosas parecían haber cambiado desde que Adria Nash había pisado aquella ciudad. Y no precisamente para mejor.

Oyó que llamaban a la puerta de entrada y el corazón se le subió a la garganta. ¿Y ahora qué? Durante un estúpido segundo sus miedos la hicieron imaginar que se trataba de Kim que estaba lo suficientemente desesperada como para dejarse ver en su propia casa. Probablemente Jason le había dado el código de la puerta y aquella putita había tenido el suficiente coraje para enfrentarse con su amante y la esposa de este.

¡Shelly! De repente pensó en su hija. ¡No podía permitir que Shelly se cruzara con aquella mujer! Cogiendo la bata de satén que había dejado a los pies de la cama, se la puso y salió corriendo escalera abajo, mientras se anudaba el cinturón. Maldita fuera aquella zorra si se cruzaba con su hija. Jason iba dos peldaños delante de ella y abrió la puerta, dejando que una ráfaga de viento frío precediera la entrada de su hermano.

Zachary, vestido con un pantalón tejano y chaqueta vaquera, parecía fuera de lugar en aquella casa en la que había crecido. Se le veía tenso y alterado, y no dejaba de caminar de un lado a otro de la entrada. Nicole se dio cuenta de que algo pasaba y, por la forma en que sus ojos se cruzaron con los de ella, se sintió atravesada por una corriente eléctrica. Llevaba el pelo demasiado largo y despeinado, y parecía que hacía días que no se pasaba una maquinilla de afeitar por la mandíbula; como si acabara de llegar del rancho. Era tan innatamente sexual que Nicole intentó evitar mirarlo a los ojos, por el miedo a sentir la promesa de una dulce seducción que presentía en aquellas cálidas órbitas grises.

Ella le ofreció una silla, pero él negó con la cabeza y se quedó mirando a su hermano. -Dame el número de Sweeny.

– Estaba a punto de marcharme… -dijo Jason.

– ¿Ahora?

– Una reunión de última hora. Zach no le presionó, como si lo que Jason hiciera con su tiempo no fuera asunto suyo.

– Bien. Vete. Solo quiero el número de teléfono.

– Sweeny está fuera de la ciudad. -Ahora era Jason quien empezaba a ponerse nervioso.

– Entonces dime dónde puedo encontrarlo.

– Había un tono desesperado en la voz de Zach, que amenazaba con ser desafiante.

– Va de aquí para allá; es difícil localizarlo -dijo Jason con un tono de voz estrangulado, casi fuera de control.

Toda su práctica de jugador de póquer desapareció. Nicole se dio cuenta de que estaba mintiendo de nuevo. Y sus mentiras parecían crecer cuando se enfrentaba a su hermano menor. ¿No iba a terminar nunca aquella cadena de engaños?

– Dame el número, Jason, o llámale tú mismo de una maldita vez. Quiero hablar con él -dijo Zach con mirada sombría.

– Me parece que necesitas un trago. Voy a buscar una botella de… -dijo Jason, retirándose.

– No necesito una copa -le cortó Zach-. Solo necesito ese maldito número.

Jason se quedó observando a su hermano y finalmente se ablandó.

– De acuerdo. Ven, vamos al estudio -dijo, mirando su reloj-. Sabrás que son casi las dos de la mañana en Memphis.

– Perfecto. Seguro que estará en casa.

– Puede que esté durmiendo.

– Pues entonces ya es hora de que se despierte -dijo Zach incapaz de aplacar la dura y desnuda tensión que había hecho nido en él desde que besó y tuvo entre sus manos a Adria.

Tenía miedo por ella. Miedo de que quienquiera que la estaba persiguiendo empezara a subir su apuesta. Pero no podía confiarle eso a su familia. No cuando uno de ellos podría ser el psicópata. Y por otra parte estaba el problema de sus sentimientos hacia Adria. Aquellos labios le habían ofrecido promesas tan dulces, con la cabeza echada hacia atrás en completo abandono y los pechos irguiéndose contra la fina tela de su sujetador. Había estado a punto de hacer el amor con ella, demasiado cerca, y había hecho todo lo que había podido para echarse atrás. Ella estaba allí, deseosa y suave, con su cuerpo rendido ante el suyo. En el momento de besarla ya sabía que no debería haberlo hecho, se había reprochado acariciar aquellos pechos y casi había perdido el control cuando ella le había aplastado la cabeza contra su pezón erguido. Nunca se había sentido tan excitado en su vida. Nunca había deseado algo tanto. Nunca había tenido que luchar tanto contra sus propios deseos.

Sólo pensar ahora en aquello hacía que sintiera una erección bajo la tela de sus téjanos. Se metió una mano en un bolsillo mientras Jason le mostraba el número de teléfono que tenía clavado en un corcho, al lado del escritorio. Apoyando el auricular en un hombro, Zach marcó el número y esperó impaciente, golpeando con los dedos de la mano que tenía libre en la esquina de la mesa.

– Venga, vamos -murmuró mientras Jason cerraba la puerta del estudio.

La voz nasal de Sweeny contestó al séptimo timbrazo.

– ¿Sí?

– Soy Zachary Danvers.

– Por Dios, ¿sabes qué hora es?

– ¿Qué es lo que has descubierto?

– Pensaba llamar a Jason por la mañana.

– Pues tienes suerte. Es por la mañana y Jason está aquí a mi lado -dijo Zach, mirando el reloj.

– Eres un gilipollas de mierda, Danvers. -Se aclaró la garganta y oyó el clic de un encendedor-. De acuerdo. No es mucho, pero al menos es un comienzo.

A Zach se le encogió el estómago. Si Sweeny confirmaba el hecho de que Adria era un fraude, entonces no era nada más que una buscona barata, una impostora. Pero si descubría que ella era London… Cielos, aquello podría ser aún peor, porque había estado con ella. El corazón le latía frenéticamente. De cualquier manera aquello no tenía remedio.

– Ha sido como buscar una aguja en un pajar -dijo Sweeny-. ¿Sabes lo que quiero decir? Bueno. Ahí va. Veamos, parece que el tipo que se casó con Ginny Watson se trasladó a Kentucky hace un tiempo. A Lexington. A finales de los setenta, por lo que he podido averiguar. Le iré a hacer una visita mañana.