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– De acuerdo -convino Vito-. Ya sabemos cuáles son los siguientes pasos. Exhumar la tumba de Simon para asegurarnos de que no es él quien está enterrado. Pedirle el historial de Simon al doctor Pfeiffer. Encontrar a la segunda chantajista. Investigar al alumno de Sophie y comprobar cómo son las iglesias del mapa que nos ha facilitado Jen. Y dar con Van Zandt. Ayer tomó la autopista de Pensilvania y, según Charles y Carlos, todavía no ha regresado a Manhattan. Hemos dictado una orden de busca y captura, inclusive en los aeropuertos, por si intenta salir del país. -Vito miró alrededor de la mesa-. ¿Algo más?

– Que Kay Crawford os está agradecida -dijo Brent-. No sabe gran cosa de la investigación, pero es consciente de que se ha librado de algo muy serio. Me ha pedido que os dé las gracias a todos.

– ¿Y a ti? ¿Te ha dado las gracias? -preguntó Liz, dirigiéndole una mirada risueña.

Brent trató de evitar sonreír, pero le fue imposible.

– Todavía no. Quería invitarme a cenar pero le he dicho que era mejor dejarlo para cuando todo esto termine. Eh -exclamó cuando Nick soltó una risita-, ya me dirás de qué otro modo se las arreglaría un tipo como yo para salir con una rubia explosiva de un metro ochenta.

La sonrisa de Vito se desvaneció al instante.

– ¿Qué pasa?

Brent miró alrededor. Todo el mundo ponía mala cara.

– ¿He dicho algo malo? La chica es rubia y alta, y está buenísima.

– ¿Tienes alguna foto? -preguntó Nick.

– Solo la que aparece en tupuedessermodelo.com.

Brent la mostró y el corazón de Vito se paralizó.

– Santo Dios -musitó.

– ¿Qué pasa? -insistió Nick.

El semblante de Nick expresaba gravedad.

– Se parece a Sophie Johannsen.

Jen se estaba poniendo enferma.

– Ahora ya sabemos por qué Simon dejó de interesarse por la modelo.

– Porque prefiere a Sophie. -A Katherine se le quebró la voz-. Vito.

– Ya lo sé. -Vito dominó el terror que lo invadía-. Liz, tenemos que…

– Enviaré a un agente al museo -dijo Liz-. Sophie estará vigilada las veinticuatro horas del día, siete días a la semana, mientras no hayamos encerrado a Simon. No le pondrá la mano encima, Vito.

Vito, tembloroso, asintió.

– Gracias. Vamos. Cuidaos. Y encontrémoslo ya, por favor.

21

Viernes, 19 de enero, 9:30 horas

– Sophie.

Sophie levantó la cabeza del ordenador y vio a Ted Tercero plantado en la puerta de su despacho con expresión furiosa.

– Ted.

– No me vengas con familiaridades. ¿De qué va todo esto? -exigió saber Ted-. Una cosa es que la policía te acompañe al trabajo, pero resulta que me han invadido el museo. ¿Qué narices está pasando?

Sophie suspiró.

– Lo siento, Ted. Yo tampoco lo he sabido hasta hace media hora. Estoy colaborando con la policía en un caso.

– Sí, resuelves sus dudas históricas. Ya me acuerdo.

– Bueno, parece que a alguien no le ha gustado nada que los ayude y creen que podría correr peligro. Por eso han enviado agentes para vigilar que no me ocurra nada. Es una medida temporal.

La expresión airada de Ted se tornó preocupada.

– Dios mío, por eso llevan toda la semana acompañándote. No tienes ningún problema con la moto ni con el coche.

– Bueno, con la moto sí. Me han llenado el depósito de azúcar. -Pero Amanda Brewster había actuado con inteligencia y se había puesto guantes. La policía no había encontrado ni una sola huella.

– Sophie, no intentes desviar mi atención. ¿Qué aspecto tiene esa persona?

– No lo sé.

– Sophie. -Ted la miró con el ceño fruncido-. Si alguien supone un peligro para ti, todo el museo está en riesgo. Dime cómo es.

Sophie sacudió la cabeza.

– Si lo supiera, te lo diría. Pero no lo sé, de verdad. -Podía ser joven o viejo. Podía ser cualquier persona de cualquier grupo. Se había pasado un año entero acechando a su propia hermana y ella no lo había reconocido. Un escalofrío recorrió la espalda de Sophie. Podría tenerlo justo enfrente y ni siquiera sospecharlo-. Si quieres, me marcharé.

Ted soltó un resoplido.

– No, no quiero que te marches. Tenemos cuatro visitas programadas para hoy. -Se la quedó mirando con expresión cariñosa e irónica a la vez-. No será todo una treta para no tener que hacer de Juana de Arco, ¿verdad?

Sophie se echó a reír.

– Ojalá se me hubiera ocurrido una cosa así. No, no es ninguna treta.

Ted se puso serio.

– Si en algún momento corres peligro, ponte a gritar.

Sophie sintió otro escalofrío en la espalda, esta vez más intenso, y su sonrisa desapareció al instante.

– De acuerdo, eso haré.

Ted miró el reloj.

– Por desgracia, la fiesta continúa. A las diez te toca hacer de vikinga. Será mejor que empieces a maquillarte.

Atlanta, Georgia,

viernes, 19 de enero, 10:30 horas

Frank Loomis los esperaba en el aeropuerto.

– Siento lo de vuestros padres.

– Gracias, Frank -dijo Daniel. Susannah apenas habló, se fe veía débil. Tras enterarse de que Simon llevaba un año acechándola, ambos tenían los nervios de punta.

– Tengo que decirte una cosa, Daniel; de todos modos no tardará mucho en correr la voz. Vamos a exhumar la tumba de Simon. Tenéis que estar preparados para véroslas con unos cuantos periodistas.

Daniel ayudó a Susannah a subir al coche de Frank.

– ¿Cuándo empezarán a cavar?

– A partir de las dos, lo más probable.

Daniel ocupó el asiento del acompañante y se volvió para comprobar cómo estaba Susannah. En ese momento ella destapaba una caja de papel para impresora.

– ¿Qué es eso?

– El correo de vuestros padres -respondió Frank-. He pasado a recogerlo por la oficina de correos esta mañana. En el maletero hay tres cajas más. Le he pedido a Wanda que hiciera una primera selección; casi todo lo que no es propaganda está en esa caja, Suze.

– Gracias. -Susannah tragó saliva-. Menuda vuelta a casa.

Filadelfia,

viernes, 19 de enero, 10:45 horas

Vito se apoyó en el mostrador de recepción.

– Señorita Savard.

– Detective. -La recepcionista de Pfeiffer miró a Nick con atención-. ¿Quién es este?

– Soy el detective Lawrence -respondió Nick-. ¿Podemos hablar con el doctor Pfeiffer?

– En estos momentos está con un paciente, pero le diré que están aquí.

Pfeiffer salió a recibirlos a la sala de espera.

– Detectives. -Los llevó a su despacho y cerró la puerta-. ¿Han encontrado a la persona que mató a Claire Reynolds?

– Todavía no -respondió Vito-. Pero en el curso de la investigación ha salido a relucir otro de sus pacientes. -Los tres se sentaron y Pfeiffer suspiró.

– No puedo revelar datos de mis pacientes si están vivos, detective. Crea que me encantaría poder ayudarles.

– Lo sabemos -dijo Nick-. Por eso hemos venido con una orden judicial.

Pfeiffer arqueó las cejas. Luego extendió la mano.

– Muy bien, traiga.

De pronto Vito se sintió curiosamente reacio a entregarle la orden.

– Confiamos en su discreción.

Pfeiffer se limitó a asentir.

– Ya conozco las reglas del juego, detective.

Vito notó que Nick se ponía tenso y supo que habían tenido la misma impresión. No obstante, necesitaban el historial, así que le entregó la orden judicial al doctor.