Daniel rió en silencio.
– Creo que hoy hemos hecho un bien al mundo. Dígame, Sophie, aparte del corte del costado, ¿tiene alguna otra herida?
– Tengo una en la lengua.
La mostró a los dos hombres y ambos se estremecieron.
Daniel la asió por la barbilla con suavidad y le volvió la cabeza hacia la luz.
– Santo Dios, criatura, un poco más y se la arranca. Tendrán que suturarle también esa herida.
– Pero no he gritado -dijo satisfecha-. Hasta que he oído el ruido arriba.
Daniel sonrió con tristeza.
– Bien por usted, Sophie.
Le tomó una mano y empezó a frotarle la muñeca que la cuerda había escoriado.
Vito le tomó la otra mano. Estaba temblando.
– Dios mío, Sophie.
– Estoy bien, Vito.
– Está bien -repitió Daniel, y Vito levantó la cabeza y clavó los ojos en el chico.
– ¿Qué clase de negociación es esa? -soltó lleno de furia-. «No, no te marcharás. Yo no lo permitiré.» ¿Qué mierda de negociación es esa?
– Vito -musitó Sophie.
– Usted no lo habría dejado marchar, y lo sabe -dijo Daniel-. Simon detestaba que nadie le dijera lo que tenía que hacer. Esperaba que se pusiera como loco y que Sophie pudiera servirse de eso. -La miró con una sonrisa-. Lo ha hecho muy bien, buena chica.
– Gracias.
– Tengo que decírselo a Suze. -Daniel se puso en pie-. Lo siento, Vito. No pretendía asustarle.
Él respiró hondo.
– No se preocupe. Sophie está bien y Simon ha muerto. Estoy satisfecho.
Cuando Daniel hubo subido la escalera, Sophie le estrechó la mano a Vito.
– ¿Y mi abuela?
– Resiste.
Sophie respiró de veras por primera vez, a pesar del dolor del costado.
– Gracias.
Vito la miró con vacilación.
– Has hecho un buen trabajo con la espada.
Los labios de Sophie se curvaron.
– Mi padre y yo solíamos practicar esgrima. Alex participaba en campeonatos, pero a mí tampoco se me daba mal. Si Simon me hubiera visto hacer de Juana de Arco, lo habría sabido.
Vito recordó la elegancia con que Sophie blandía la espada, para deleite de los niños que seguían la visita. No tenía claro que volviera a hacerlo alguna vez.
– Quizá deberíamos retirar a Juana de Arco. Amplía el repertorio -añadió, imitando el acento de Nick.
Sophie cerró los ojos.
– Me parece una buena idea. Claro que después de esto, no quiero a ninguna María Antonieta a menos de tres metros.
Vito se llevó las manos de Sophie a los labios y rió con voz trémula.
– Siempre te queda la guerrera celta.
– Boudica -musitó ella, y oyó más pasos en la escalera. Había llegado el equipo médico-. Podríamos ofrecer una visita nocturna no apta para menores. Ted tendría cubiertos los estudios de Theo en menos que canta un gallo.
26
Domingo, 21 de enero, 7:50 horas
– Vito, ven a ver esto. -Nick le hizo señales a Vito para que volviera a entrar en la casa-. Arriba.
Desde el camino de entrada a la casa de Selma Crane, Vito siguió con la mirada a la ambulancia que se llevaba a Sophie. Irguió la espalda y se dirigió adentro dispuesto a cumplir con su trabajo. Subió la escalera y, una vez arriba, miró a su alrededor despacio, con los ojos muy abiertos.
– Imagino que no fue así como Selma Crane dejó este lugar.
– Mmm, no. Pero lo que tienes que ver está por aquí.
Simon Vartanian se había acomodado bien. Había derribado todos los tabiques de la planta superior. A excepción de la cama de matrimonio extragrande que conservaba en un extremo y un ordenador último modelo, había convertido el resto del espacio en un estudio enorme. Vito se dirigió al fondo de la sala para reunirse con Nick y se desplazó de cara a la pared mientras examinaba la colección de macabras pinturas.
Durante un buen rato, Vito no pudo hacer otra cosa que mirar y maravillarse de que hubiera una mente capaz de… crear todo aquello. Esta vez no se trataba de simples reproducciones. Simon Vartanian había captado algo en los ojos de sus víctimas; una luz, o tal vez la extinción de la luz.
– El instante de la muerte -masculló.
– Estaba experimentando con las fases de la muerte mediante tortura -dijo Nick-. La muerte de Claire, La muerte de Zachary, La muerte de Jared; de Bill, Brittany, Warren y Greg hay series de cuadros.
– Así que la última víctima se llama Jared. Es algo para empezar.
– Tal vez nunca sepamos quién es. Puede que Simon solo conociera su nombre de pila. Guardaba mucha información de todos los modelos, pero de Jared no. -Nick le indicó que se acercara hacia la mesa donde Simon había instalado su ordenador. En mitad del escritorio impoluto había una única carpeta. Nick colocó la mano sobre ella cuando Vito se dispuso a abrirla-. Recuerda que Sophie está bien, ¿eh?
Vito asintió, y apretó los dientes con renovada cólera cuando vio lo que había dentro.
– Son fotos de Sophie vestida de vikinga. -Se la veía de pie frente al pasmado grupo de niños, blandiendo el hacha de combate sobre su cabeza con expresión resuelta. Vito cerró la carpeta-. Me alegro de que no viera la visita de Juana de Arco. El elemento sorpresa le ha salvado la vida.
– Mira esto. -Había dibujado un diagrama que conectaba a Kyle Lombard con Clint Shafer y a Clint con Sophie mediante una línea vertical. El nombre de Alan Brewster aparecía unido a los otros tres.
– Así que Alan estaba implicado -dijo Vito.
– Me lo he olido.
Vito entornó los ojos.
– ¿Has encontrado a Brewster?
– Eso creo. He descubierto a qué se debía el chirrido de la grabación. -Se dirigió a la pared contigua a la escalera y abrió una pequeña puerta-. Un montaplatos.
Vito miró dentro con una mueca. Allí había un hombre desnudo a quien le faltaba la mayor parte de la cabeza.
– Da la impresión de que le haya… explotado. -Se inclinó para examinar la mano del hombre-. En su sello aparecen las iniciales «A.B.». Imagino que era Brewster.
– El montaplatos llega hasta el sótano y dispone también de acceso desde la planta baja. Así era como Simon bajaba a las víctimas y los instrumentos pesados. También da la impresión de que una vez muertas las subía hasta aquí para pintarlas.
– Qué bestialidad.
– Pues sí. -Nick introdujo la mano en el montaplatos y tiró de la cuerda para desplazar hacia abajo la plataforma sobre la que descansaba Alan Brewster. Luego volvió a subirla-. El chirrido suena igual que en la grabación. Esta es su máquina del tiempo.
Jen se acercó a ellos desde el rincón que Simon utilizaba como sala de estar, de donde había estado tomando muestras.
– ¿Y la iglesia?
– Está en el sótano -dijo Vito-. Separó la mitad del espacio con un tabique para hacerlo servir de cripta. Incluso hay colgados pósters que simulan las vidrieras de colores.
– Así que no había ninguna iglesia -dijo Jen con un suspiro-. Cuántas horas perdidas.
– Gracias, Jen -dijo Vito, y tragó saliva-. Gracias a los dos.
– Me alegro de que Sophie esté bien. -Se aclaró la garganta-. He encontrado los restos del lubricante de Simon. Lo compararé con el de las manos de Warren, pero estoy segura de que coincidirá.
– ¿Y los cuadros? -preguntó Nick-. Nos servirán como pruebas, pero me pregunto qué querrán hacer los Vartanian con ellos después.
– Los quemaremos -dijo Susannah Vartanian desde la escalera-. Queremos destruirlos.
– Nosotros también hemos atado algún que otro cabo -dijo Daniel, quien adelantó a su hermana en la escalera y luego le tendió la mano para ayudarla a acabar de subir-. Nuestra madre intuía que nuestro padre encubría algunas fechorías de Simon, pero no creía que este estuviera vivo. Cuando Stacy Savard le envió la fotografía a mi padre, mi madre la vio y pensó que se había cometido un grave error en la identificación y que Simon ni siquiera sospechaba que le creyeran muerto. Pero cuando vino a Filadelfia con mi padre empezó a sumar dos y dos. Lo último que le faltó fue que mi padre tratara de sonsacar al anciano ruso de la biblioteca.