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La puerta del dormitorio se abrió de golpe.

– ¿Pero qué…?

– Vete -gruñó Greg contra la almohada. Pero notó un tirón en la espalda y se estremeció cuando una mano golpeó en su mejilla. Se sentía como si le hubiera explotado la cabeza. «Esta tarde, a las cinco. Ojalá pudiera», pensó.

– Abre los ojos, cabrón.

Greg obedeció con esfuerzo. Jill lo miraba con ojos furibundos. Una mano lo aferraba por la camiseta y la otra amenazaba con darle un manotazo.

– No me pegues más. -Las palabras sonaron casi como un lloriqueo.

– Eres… -Jill sacudió la cabeza, indignada y perpleja-. He dejado que te quedaras aquí sabiendo que cometía un error y solo porque un día fui lo bastante estúpida para amarte. Pero ya no eres el mismo de antes. Era él, ¿verdad? El tipo de voz horripilante que no para de llamar preguntando por ti. Le debes dinero, ¿no?

– Sí -respondió con un hilo de voz-. Le debo dinero. Y a ti también. Y a mis padres. -Cerró los ojos-. Debo dinero a varios bancos y oficinas de crédito.

– Antes eras alguien importante. -Jill, indignada, lo soltó con un empujón que hizo que a Greg volviera a darle vueltas la cabeza-. Ahora no eres más que un borracho asqueroso. Llevas un año entero sin trabajar.

Él se tapó los ojos con las manos.

– Eso mismo me dice mi agente.

– No te pases de listo conmigo. Habías hecho carrera. Mierda, Greg, tu rostro se encontraba en prácticamente todos los hogares de la ciudad. Pero lo echaste todo a perder por culpa del juego.

– Qué asco de vida, Greg Sanders -repuso él con desprecio.

Jill soltó algo parecido a un sollozo. Greg abrió los ojos y vio que los de ella estaban llenos de lágrimas.

– Te van a partir las piernas, Greg -musitó.

– Eso solo pasa en las películas. En la vida real es mucho peor.

Ella dio un paso atrás.

– Pues esta vez no pienso quedarme a recoger tus pedazos, y no quiero que vuelvan a destrozarme el piso. -Se dio media vuelta y se alejó, pero se detuvo en la puerta-. Te quiero fuera de aquí antes del viernes, ¿está claro? -Luego desapareció.

«Tendría que estar furioso -pensó Greg. Pero no lo estaba. Jill tenía razón-. Lo tenía todo y lo he echado a perder. Tengo que recuperar mi vida. Tengo que pagar mis deudas y empezar de cero.» No le quedaba un céntimo, pero seguía contando con su rostro. Si una vez le sirvió para ganarse la vida, bien podía volver a servirle.

Se levantó de la cama con cuidado y se deslizó en la silla frente a su ordenador. Al día siguiente le pagarían quinientos dólares. Claro que eso no era ni la décima parte del capital que debía. Si además añadía los intereses… Necesitaba más dinero y rápido. Pero ¿cómo lo conseguiría? ¿De quién? Abrió mecánicamente el correo electrónico y frunció el entrecejo al ver el mensaje de E. Munch.

Por lo menos la oferta seguía en pie, solo habían cambiado el horario. «Podría esconderme hasta entonces.» Pero ¿para qué molestarse? Quinientos dólares eran una ridiculez. Lo mejor que podía hacer era marcharse a Canadá sin perder tiempo, teñirse el pelo y cambiar de identidad.

O… Se le ocurrió otra idea. Munch estaba dispuesto a pagarle quinientos dólares en metálico y en su primer e-mail le había dicho que tenía diez papeles para asignar. Incluso con resaca Greg era capaz de efectuar la operación. En la reseña de Munch ponía que el hombre llevaba más de cuarenta años haciendo películas, o sea que era un anciano. Y los ancianos escondían dinero por todas partes. Además, los ancianos eran fáciles de manejar.

«No.» No podía hacer eso. Entonces pensó en la amenaza de… no volver a mear. Sí, sí que podía. Y si Munch no tenía dinero suficiente… Bueno, ya se lo plantearía cuando llegara el momento.

6

Lunes, 15 de enero, 8:15 horas

La teniente Liz Sawyer se sentó ante su escritorio y examinó el plano que mostraba la tabla de cuatro por cuatro tumbas con la frente surcada de arrugas.

– Parece imposible.

– Lo sabemos -dijo Vito-. Pero la arqueóloga asegura que en ese terreno hay nueve cadáveres, y hasta ahora no ha fallado ni una sola vez.

Liz levantó la cabeza.

– ¿Habéis comprobado que esas siete fosas están vacías?

– Vacías pero forradas de madera, tal como dijo Sophie -puntualizó Nick.

– ¿Cuál es la situación llegados a este punto?

– Hay tres cadáveres en el depósito -explicó Vito-. La Dama, el Caballero y el tipo al que le falta media cabeza. El cuarto cadáver está en camino, y Jen se encuentra examinando el quinto.

Nick prosiguió.

– El cuarto cadáver es de un hombre mayor. Las tres primeras víctimas debían de tener unos veinte años, pero parece que ese tipo estaba más bien sobre los sesenta. A simple vista, no presenta anomalías.

– Quieres decir que no tiene las manos atadas, ni le faltan las tripas, ni le han arrancado los brazos -dijo Liz con sarcasmo.

Vito negó con la cabeza.

– El cuarto cadáver parece una víctima normal y corriente.

Liz se recostó en la silla y esta crujió.

– Así, ¿cuáles son los siguientes pasos?

– Vamos a ir al depósito de cadáveres -explicó Nick-. Katherine nos ha prometido darnos prioridad y necesitamos identificar a esa gente. Tal vez cuando conozcamos los nombres podamos empezar a atar cabos.

– Jen ha pedido que analicen la tierra -añadió Vito-. Espera descubrir de dónde procede. El laboratorio la examinará al detalle para ver si encuentran algo que nos dé una pista sobre el asesino, pero no da la impresión de que el tipo se haya olvidado de nada.

Liz volvió a mirar el mapa.

– ¿Por qué están vacías esas fosas? Es evidente que no ha completado su plan, sea el que sea, pero ¿por qué deja vacías esas dos? -Señaló las dos fosas de un extremo de la segunda fila-. Ha llenado todas las tumbas de la primera fila; después, las dos primeras de la segunda. Y luego va y salta a la tercera fila.

– Debemos suponer que tiene un motivo -dijo Vito-. Lo ha planeado todo hasta el más mínimo detalle, no creo que se salte dos tumbas porque sí. Pero antes de empezar a hacer conjeturas tenemos que desenterrar todos los cadáveres.

Liz señaló la puerta de su despacho.

– Mantenedme informada. Me las arreglaré para tener disponible a otro equipo que pueda trabajar con las pistas que encontréis. Ni que decir tiene que el alcalde no ve la hora de que todo esto se aclare. No me hagáis quedar como una estúpida, chicos.

Vito tomó el plano.

– Te haré una copia. Intenta evitar que el alcalde hable con la prensa antes de tiempo, ¿de acuerdo?

– De momento podemos considerarnos afortunados -opinó Liz-. Los periodistas no han descubierto nuestro jardín secreto, pero es solo cuestión de tiempo. Hay demasiados cadáveres en el depósito y demasiados forenses haciendo horas extras. Algún reportero acabará siguiéndonos el rastro. Insistid en que no tenéis comentarios y dejadme a mí el resto.

Vito rió con tristeza.

– Aceptamos encantados la orden.

Lunes, 15 de enero, 8:15 horas

El museo Albright ocupaba el espacio de una antigua fábrica de chocolate. Para Sophie, ese había sido un factor decisivo al considerar la oferta de Ted Tercero seis meses atrás. Era cosa del destino, pensó. El museo poseía una de las colecciones particulares más importantes de objetos medievales europeos de toda Norteamérica y además se encontraba en una fábrica de chocolate. ¿Cómo era posible que se equivocara si aceptaba el puesto?

La pregunta acabó convirtiéndose en una de las tantas que no tienen respuesta, pensó con amargura al llegar a la puerta principal del museo. Como el secreto de la vida, o como cuántas veces había que lamer un chupa-chups hasta llegar al palo. Nunca se sabría.