– Anglais? -preguntó Sophie, y aferró la espada con fingida rabia. La pequeña abrió los ojos aún más y el hombre volvió a suspirar.
– Juana, ya hemos hablado de esto otras veces. No asuste a los invitados. Cuando vienen niños americanos, tiene que hablarles en inglés. Y nada de insultos, por favor. Haga el favor de comportarse.
Sophie suspiró.
– Hay que ver qué cosas tengo que hacer -dijo, acentuando mucho las palabras-. Pero… el trabajo es el trabajo. Incluso yo, Juana de Arco, tengo gastos que afrontar. -Miró a los padres-. Saben lo que son los gastos, ¿verdad? El alquiler y la comida. -Se encogió de hombros-. Y la televisión por cable. Cosas imprescindibles, non?
Los padres asintieron sonrientes, y de nuevo Vito se sintió intrigado.
Sophie miró a los niños.
– Es que, bueno, ya sabéis, estamos en guerra con los ingleses. Sabéis lo que es la guerra, ¿verdad, petits enfants?
Los niños asintieron.
– ¿Por qué están en guerra, señora de Arco? -preguntó uno de los padres.
Sophie dirigió una encantadora sonrisa al padre en cuestión.
– S'il vous plaît, llámeme Juana -dijo-. Bueno, la cosa es que…
Fue en ese momento cuando vio a Vito y Nick de pie en un extremo de la sala. La sonrisa permaneció fija en sus labios pero desapareció de sus ojos y Vito notó la frialdad incluso desde la distancia. Sophie se volvió hacia el hombre trajeado.
– Señor Albright, tenemos una visita. ¿Podría atenderla?
– ¿Qué narices le has hecho, Chick? -masculló Nick.
– No tengo ni idea. -Vito siguió con la mirada a Sophie, quien reunió a los niños y los guió hasta la pared de los estandartes, donde empezaba la visita guiada-. Pero lo averiguaré.
El hombre trajeado se les acercó, sonriente.
– Soy Ted Albright. ¿En qué puedo ayudarles?
– Soy el detective Lawrence y este es el detective Ciccotelli. Nos gustaría hablar con la doctora Johannsen en cuanto sea posible. ¿Cuándo está previsto que termine la visita?
Albright pareció preocuparse.
– ¿Hay algún problema?
– No -le aseguró Nick-. No es nada de eso. Estamos trabajando en un caso y tenemos unas cuantas preguntas que hacerle. Preguntas sobre historia -añadió.
– Ah. -Albright se animó-. Puedo responderlas yo.
Vito recordó que Sophie había dicho que Albright era un historiador de pacotilla.
– Se lo agradecemos -dijo-, pero preferimos hablar con la doctora Johannsen. Si la visita dura más de quince minutos, nos iremos a comer y volveremos más tarde.
Albright miró hacia donde Sophie se encontraba mostrándoles a los niños las espadas expuestas en la pared.
– La visita dura una hora. Después estará libre.
Nick se guardó la placa en el bolsillo.
– Pues aquí estaremos. Gracias.
7
Dutton, Georgia,
lunes, 15 de enero, 13:15 horas
Daniel se encontraba sentado en la cama de sus padres. Llevaba una hora mirando al suelo, convenciéndose de que debía levantar la tabla que ocultaba la caja fuerte de su padre. El día anterior no lo había hecho. No quería que Frank descubriera la caja, y mucho menos su contenido.
No sabía muy bien qué encontraría dentro; y, de hecho, no quería saberlo. Pero ya había postergado el asunto durante demasiado tiempo. Su padre creía que ningún miembro de la familia conocía la existencia de aquella caja fuerte. Su esposa, seguro que no; y sus hijos, menos.
No obstante, Daniel sí lo sabía. En una familia como la suya, le había tocado pagar por ser el único que sabía dónde se escondían los secretos. Y dónde se guardaban las pistolas. Su padre tenía muchas vitrinas con pistolas y muchas cajas fuertes, pero esa era la única caja fuerte que contenía pistolas. Era el lugar donde guardaba las armas a las que Daniel sospechaba que había borrado el número de serie. Lo único que tenía claro era que no estaban registradas.
Las pistolas sin registrar de Arthur no tenían nada que ver con el motivo por el cual se habían mudado a Filadelfia o con adónde hubieran ido una vez allí. Sin embargo, Daniel no había encontrado pista alguna en ningún otro lugar donde había buscado, así que allí estaba, sentado en la cama.
«Hazlo y punto.»
Retiró la tabla y miró la caja fuerte. Había encontrado la combinación en la Rolodex de su padre, sabiamente anotada como la fecha de cumpleaños de una tía muerta hacía tiempo. Daniel recordaba a la tía y la verdadera fecha del cumpleaños porque era próxima a la del suyo.
Marcó la combinación y en recompensa oyó saltar la cerradura. Vía libre.
Sin embargo, las pistolas no estaban dentro. El único contenido de la caja era la matriz de un talonario y una memoria USB. El talonario no era del banco que había servido a los Vartanian durante generaciones. Antes de abrirlo, Daniel ya sabía lo que iba a encontrar.
Había una serie de retiradas regulares de dinero, todas del puño y letra de su padre. En todas las operaciones se indicaba «En efectivo» y una cantidad fija de cinco mil dólares.
Lo más probable era que se tratara de un chantaje. Sin embargo, a Daniel no le extrañó.
Se preguntó qué parte del pasado de Arthur era la que había vuelto para perseguirlos a todos. Se preguntó qué era lo que había en la memoria USB y que su padre no quería que nadie más viera. Se preguntó cuándo partiría el siguiente vuelo hacia Filadelfia.
Lunes, 15 de enero, 13:40 horas
Sophie tiró del velcro que mantenía unida la armadura.
– Por tercera vez, Ted: no sé por qué quieren hablar conmigo -le espetó. El abuelo de Ted Albright era un legendario arqueólogo, pero por algún motivo él no había heredado ni uno solo de sus brillantes genes-. Esto es un museo de historia, así que tal vez tengan alguna pregunta relacionada con la historia, ¿no te parece? ¿Puedes dejar el interrogatorio y ayudarme a quitarme esto? Pesa una tonelada, maldita sea.
Ted levantó el pesado peto y lo pasó por la cabeza de Sophie.
– Podrían haberme preguntado a mí.
«Si ni siquiera distingues a Napoleón de Lincoln.»
Pero Sophie guardó las apariencias y respondió tranquilamente:
– Mira, Ted, hablaré con ellos y veré qué es lo que quieren, ¿de acuerdo?
– De acuerdo.
Ted ayudó a Sophie a quitarse las grebas de las canillas y luego ella se sentó para quitarse las botas que llevaba encima de sus zapatos.
Vito Ciccotelli, alias el Cerdo, la esperaba fuera. Sophie tenía menos ganas de hablar con él que con Ted Albright; con eso estaba todo dicho. Y para colmo, la había visto vestida de época. Qué humillación.
– La próxima vez que organices una visita del caballero, asegúrate de que venga Theo. No exagero cuando te digo que esa armadura pesa una tonelada. -Se levantó y se estiró-. Y da mucho calor.
– La verdad es que para ser una amante de la autenticidad te quejas bastante -protestó Ted-. Menuda historiadora.
Sophie se mordió la lengua para no soltar un comentario grosero.
– Volveré después de comer, Ted.
– No tardes mucho -le gritó él-. A las tres te toca hacer de vikinga.
– Por mí puedes coger el disfraz y… -masculló, y alzó los ojos en señal de exasperación al ver a Patty Ann inclinada sobre el mostrador coqueteando descaradamente con los detectives.
Tenía que reconocer que eran dos hombres bien parecidos. Ambos eran altos y anchos de espaldas, y guapos a ojos de cualquiera. Nick Lawrence, con su pelo rojizo y su semblante formal, tenía cierto encanto rural; claro que Vito Ciccotelli… «Admítelo, Sophie. Lo estás pensando.» Soltó un suspiro de hastío. «Vale, está bueno. Está bueno y es un cerdo. Como todos.»