– Aquí vienen el nombre, la fecha y la dirección. No guardamos fotografías en nuestra base de datos, así que no podemos decirle si esta Wei Hong es la persona que busca.
– Le agradezco mucho su información. Además, busco a una segunda persona -le enseñó a la directora una foto-: Guan Hongying.
– Hace unas semanas, otra persona de su oficina preguntó por ella, pero no tenemos su nombre en nuestros registros -afirmó mientras sacudía la cabeza-. Habríamos reconocido a la trabajadora modelo de rango nacional. ¿Cree usted que viajaba con Wei Hong?
– Es posible.
– Xiao Xie acompañaba al grupo. Ella le podría decir si Guan era una de ellos, pero ya no trabaja con nosotros.
– ¿Y qué hay de Zhaodi? -preguntó-. ¿Había alguien del grupo que se llamase Zhaodi?
– Me temo que habrá de averiguarlo usted mismo -pulsó varias veces el teclado y le indicó que se sentara-. Verá, tengo a mucha gente esperando.
– No importa, ya entiendo.
La agencia había hecho un buen trabajo con la base de datos. Chen empezó su búsqueda localizando la fecha. En la fila de octubre, encontró el nombre de Zheng Zhaodi en la lista de la excursión a las Montañas Amarillas. Sin embargo, la información no estaba completa, pues faltaban su dirección y su profesión, aunque pasaba lo mismo con otros clientes. Introducir todos esos datos en caracteres chinos requería mucho tiempo. Wei Hong figuraba en la misma excursión.
Antes de despedirse, Chen pidió la dirección de Xiao Xie. Era el número 36 de la calle Jianguo, 303. Su nombre completo era Xie Rong. Como no vivía demasiado lejos, Chen decidió que iría a verla.
Llegó al fondo de un pequeño bloque de pisos de mediados de los años cincuenta. La escalera era oscura, húmeda y dura, que hasta incluso de día, debía tener una luz encendida. Chen no pudo encontrar el interruptor. Llamó a la puerta, que estaba entreabierta, aunque protegida por una cadena en el interior. Asomó la cabeza una mujer de pelo canoso con unas gafas de marco dorado. Chen se presentó y le enseñó su placa por la puerta. Ella la cogió y la examinó detenidamente antes de dejarlo entrar. Era una mujer de unos sesenta y pocos años. Llevaba una blusa color perla de cuello alto y plisado, un vestido largo, medias y zapatos sin tacón. Sostenía en la mano un libro de lengua extranjera. En la habitación había escasos muebles, pero a Chen le impresionaron las altas estanterías en las paredes, que no tenían otro adorno.
– ¿En qué puedo ayudarle, camarada inspector jefe?
– Busco a Xie Rong.
– No está.
– ¿Cuándo volverá?
– No lo sé. Se ha marchado a Ghuangzhou.
– ¿De viaje?
– No, por trabajo.
– ¡Ah!, ¿de qué tipo?
– No lo sé.
– Usted es su madre, ¿no? -Sí.
– Entonces tiene que saber dónde está en Ghuangzhou.
– ¿Por qué la busca?
– Quiero hacerle unas cuantas preguntas sobre un caso de homicidio.
– ¿Qué? ¿Cómo es posible que esté implicada en un homicidio?
– No, es una testigo, pero es importante.
– Lo siento, no tengo su dirección. Sólo he recibido una carta de ella, nada más llegar, con la dirección del hotel donde se hospedaba. Me contaba que se iba a mudar y que me mandaría su nueva dirección. Desde entonces, no he sabido nada de ella.
– ¿Así que sabe no qué hace su hija allá?
– Resulta difícil de creer, ¿no? -dijo sacudiendo la cabeza-. Es mi única hija.
– Lo siento.
– No tiene por qué sentirlo -replicó ella-. Son los tiempos modernos. «Las cosas se derrumban. El centro no se sostiene».
– Eso es verdad -convino sorprendido por la cita literaria de la anciana-. Al menos, hasta cierto punto. Pero eso no significa que la anarquía se haya adueñado del mundo. Es un periodo de transición.
– Históricamente, los periodos de transición son cortos -respondió ella también sorprendida, aunque daba muestras de animación por primera vez desde que Chen había llegado-, pero lo son a escala de una vida.
– Sí, tiene razón. Por eso nuestra elección es lo más importante -dijo Chen-. Por cierto, ¿dónde trabaja usted?
– En la universidad de Fudan, Departamento de Literatura Comparada -agregó-, aunque el Departamento prácticamente ha desaparecido, y yo estoy jubilada. En el mercado en que vivimos hoy en día, nadie quiere estudiar esa asignatura.
– Entonces, si no me equivoco, usted es la profesora Xie Kun.
– Sí, la profesora jubilada Xie Kun.
– ¡Es un honor conocerla! He leído La musa modernista.
– ¿ Ah, sí? -dijo ella-. Jamás me habría imaginado que a un oficial de la policía le interesaría ese libro.
– Ya lo creo que sí. Incluso lo he leído dos o tres veces.
– Entonces espero que no lo haya comprado cuando salió la primera edición. El otro día vi un ejemplar a la venta en un viejo rickshaw, costaba veinticinco feng.
– Bueno, nunca se sabe. «La hierba verde / verde que se extiende por doquier» -recitó él, que se alegraba de hacer otra alusión inteligente e insinuar que Xie Kun tenía lectores y estudiantes en todas partes que apreciaban su trabajo-.
– No por doquier -respondió ella-, ni siquiera en casa. Xie Rong, entre otras, no lo ha leído.
– ¿Y eso cómo puede ser?
– Tenía la esperanza de que ella también estudiara Literatura, pero después de graduarse en el instituto, empezó a trabajar en el Hotel Shanghai Sheldon. Ganaba tres veces más que yo, además de todos los cosméticos gratis y las propinas que le daban a menudo.
– Lo siento mucho, profesora Xie. No sé qué decir -suspiró Chen-, pero a medida que la economía mejore, las personas cambiarán de parecer con respecto a la Literatura. En cualquier caso, eso espero.
Decidió no hablarle de sus propias actividades literarias.
– ¿Ha oído alguna vez ese refrán que dice «El más pobre es un Doctor en Filosofía y el más tonto, un profeso»? -preguntó Xie-. Yo soy pobre y tonta, de manera que se entiende por qué ella escogió otro camino.
– ¿Y por qué dejó el trabajo en el hotel para ir a trabajar en una agencia de viajes? -interrogó Chen para cambiar de tema-. ¿Y por qué dejó la agencia de viajes para ir a Ghuangzhou?
– Lo mismo le pregunté, pero me contestó que yo era demasiado anticuada. Según ella, los jóvenes de hoy cambian de empleo como cambian de ropa. No deja de ser una buena metáfora. Lo esencial es el dinero, la verdad.
– Pero ¿por qué Ghuangzhou?
– Es lo que me preocupa. Que una chica viva allá…, y que viva sola.
– ¿Xie le habló alguna vez de un viaje que hizo a las Montañas Amarillas en octubre pasado?
– No hablaba mucho de su trabajo conmigo, pero ese viaje sí lo recuerdo. Trajo un poco de té verde. El té Nubes y Bruma de las montañas. Parecía un poco molesta cuando volvió.
– ¿Sabe usted por qué?
– No.
– ¿Podría ser por eso que cambió de empleo?
– No lo sé, pero poco después se marchó a Ghuangzhou.
– ¿Puede usted darme una foto reciente de ella?
– Claro que sí -Xie Kun sacó una foto de un álbum y se la entregó-.
Era la foto de una chica joven en el Bund. Vestía una camiseta blanca ajustada y una falda plisada muy corta, algo atrevida para la moda de Shanghai.
– Si la encuentra en Ghuangzhou, por favor dígale que rezo para que vuelva. No puede ser fácil para ella, y yo estoy aquí, sola y vieja.
– Eso haré -dijo él y cogió la foto-. Haré todo lo que pueda.