Выбрать главу

Algo dorado brillaba bajo la luz de los reflectores: la silueta ovalada de una placa de la Kriminalpolizei colgada de su cadena en un clavo en la pared. Esa placa debió de ser la llave al apartamento de Angelika Blüm y a su confianza; lo que la habría engañado haciéndole creer que su asesino era Fabel. Maria pasó por su lado y le señaló un recorte de periódico que estaba sujeto con una chincheta encima de las otras capas de papel.

– Dios mío… -murmuró-. Eres tú.

El artículo era de hacía un año y lo había recortado del Hamburger Morgenpost. La fotografía de Fabel estaba encima de un par de columnas dedicadas a la detención de Markus Stümbke. Éste había acosado y asesinado a una miembro del Senado, Lise Kellmann. Era obvio que la noticia era la continuación del artículo principal, porque tal como prometía el titular, explicaba con gran detalle la experiencia profesional de Fabel y su historial en la policía de Hamburgo. MacSwain había subrayado una referencia a sus orígenes británicos y alemanes y al hecho de que, a menudo, lo llamaban der englische Kommissar. Fabel recorrió con la mirada el resto de la exposición. Estaba dedicada, casi por completo, a la mitología e historia vikingas. Un mapa del norte de Europa mostraba las rutas que siguieron los vikingos; bajando por el Volga hasta llegar al corazón de Ucrania, siguiendo las costas del mar del Norte y del Báltico y, marcada otra vez en rojo, la ruta que tomaron para asaltar y asentarse en la costas del norte de Escocia. Con aquel rotulador rojo, MacSwain había trazado la línea de una historia personal falsa; una red fina pero inquebrantable de justificación perversa para sus acciones.

– ¿No ves que aquí falta algo? -preguntó a Maria, y ella asintió.

– No hay fotografías ni cosas de las víctimas… No hay trofeos.

– Exacto.

Los asesinos en serie tratan de establecer una relación con aquellos a los que asesinan, aunque el primer contacto hubiera sido el asesinato mismo. Aquí no había referencias: ni a Ursula Kastner, ni a Angelika Blüm, ni tampoco a Tina Kramer. No había ninguna fotografía de las víctimas antes de su muerte. No había prendas de ropa. No había trofeos.

– Eso es porque él no eligió a sus víctimas -dijo Fabel-. Alguien las seleccionaba por él. El objeto de la obsesión de MacSwain no es su víctima, sino la persona que lo guía, su padre espirituaclass="underline" Vitrenko. Y es éste quien ocupa el lugar que dejó un padre natural a quien le importaba una mierda su hijo.

Algo más llamó la atención de Fabel.

– No hay documentos del piso de Angelika Blüm. Y la cámara de vídeo desaparecida tampoco está aquí. Se los ha entregado a Vitrenko. Él le dijo cómo asesinar y qué debía llevarse de las escenas.

Werner apareció a su espalda. Con Maria y Werner detrás de él, se sintió atrapado en ese espacio tan pequeño y asfixiante. Se dio la vuelta y les indicó el espacio abierto del comedor con un movimiento de cabeza tajante. Los tres salieron del trastero.

– Es Anna, jefe. -La preocupación nublaba el rostro de Werner-. Malas noticias. No está en su apartamento y se ha dejado el bolso y el móvil.

Sábado, 21 de junio. 22:00 h

El Elba, cerca del Landungsbrücken (Hamburgo)

El día que acababa intentaba ser recordado en un cielo pintado de rojo y en la calidez placentera de la brisa vespertina. Franz Kassel se quitó la gorra y se alisó los finos mechones rubios. Su turno estaba a punto de terminar, y esperaba con ganas tomarse una cerveza fría, o quizá unas cuantas. Había sido un turno tranquilo, y pudo saborear lo que le había atraído de la Wasserschutzpolizei en primer lugar: escuchar el delicado sonido del agua y el suave crujido y zumbido de los barcos amarrados; observar la luz cambiante al pasar bajo los cascos enormes e imponentes mientras patrullaba. Pero sobre todo, había sido por la perspectiva diferente que ofrecía. Las cosas siempre parecían diferentes desde el agua; uno veía más. El Hamburgo que él veía cada día era totalmente distinto del que se veía desde tierra firme. Se sentía privilegiado por tener ese punto de vista único.

Sabía que no todo el mundo compartía aquella sensación de privilegio, como Gebhard, el Polizeiobermeister, que estaba al mando y guiaba el WS25 de vuelta a la estación de Landungsbrücken. Para Gebhard, la WSP era tan sólo un trabajo. Hacía solamente tres años que estaba allí, y no hacía más que decirles a los otros tripulantes que quería entrenarse y ser transferido a la base terrestre del MEK.

Kassel observaba cómo Gebhard gobernaba el barco hasta la orilla. Estaba capacitado para el trabajo, pero le faltaba el «sentido» del agua que Kassel consideraba esencial para cualquier policía fluvial de verdad. Era algo que un marinero nato llevaba dentro: la conciencia de que el río es un ser vivo. Sin embargo, Gebhard trataba el Elba como si fuera una carretera anegada y él no fuera más que un policía de tráfico. Kassel dejó a Gebhard al timón y se fue a la cubierta. La brisa le refrescaba la cara, y suspiró como suspira el hombre feliz que ha encontrado su lugar y lo sabe. Fue entonces cuando vio cómo un barco que le era familiar salía del atracadero cerca del Überseebrücke. Kassel levantó los binoculares. Era el yate Chris Craft 308 que habían tenido que vigilar la otra noche. Entró rápidamente en la cabina y ordenó a Gebhard que siguiera a la lancha, pero a una distancia prudencial.

– Pero si ya acabamos el turno, jefe -protestó. Kassel le respondió con una mirada vacía, y Gebhard se encogió de hombros y dirigió el WS25 hacia el Elba otra vez. Kassel no tenía ni idea de si la chica de la Mordkommission aún estaba interesada en esa embarcación, pero pensó que sería mejor comprobarlo. Descolgó la radio y pidió que lo pusieran en contacto con la Oberkommissarin Klee de la Mordkommission.

Sábado, 21 de junio. 22:00 h

El Elba, cerca de Hamburgo

La conciencia de Anna carecía de una forma clara. Si la confusión pudiera definirse como forma, entonces sería ésa la forma más aproximada que adoptó su mente. Pero incluso la confusión se relaciona con otros sentimientos, otras emociones. Uno puede estar confuso y enfadado, confuso y asustado, o confuso y entretenido. Sin embargo, lo de Anna era la confusión en sí misma, desvinculada por completo de cualquier otra cosa. Tenía un momento de lucidez y después la perdía. Era como volar a través de bancos de nubes espesas; de vez en cuando, el avión sale de la nube y el resplandor del cielo azul deslumbra un instante para volver a desaparecer después.

Estaba despierta. Reconoció el interior del barco de MacSwain. Tenía las manos atadas a la espalda y estaba recostada en la cama. Ahora sabía dónde estaba y qué le había ocurrido. MacSwain la había drogado. Había estado en su apartamento. Había preparado un cóctel mezclando flunitrazepam o clonazepam con gamahidroxibutirato en el agua. No llevaba ni la pistola ni el móvil encima. Fabel le había dado el día libre, así que nadie la echaría en falta. Estaba sola y tendría que arreglárselas para escapar. Durante unos segundos, todos esos datos estaban claros como el agua. Un momento después, se habían esfumado. No tenía ni idea de dónde estaba ni de qué estaba pasando. Entonces algo parecido al sueño la envolvió.

La despertó la voz de MacSwain. Estaba hablando con alguien y lo hacía rápido, sin respirar ni detenerse. No podía entender qué decía, estaba demasiado sumergida en las profundidades de su propia conciencia, pero nadaba hacia arriba, hacia la voz.

Rompió la superficie. La cabeza le retumbaba de dolor, un dolor que vibraba contra las paredes del cráneo. MacSwain seguía hablando. Anna abrió los ojos. Él estaba sentado enfrente, clavando una mirada fría e inerte en ella, sin parpadear; su boca era lo único en su cara que tenía vida. Era como si alguien hubiera abierto un grifo que no podría cerrarse hasta que todo el contenido de la sucia mente de MacSwain se hubiera vaciado.