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Así que lo mató.

Lo hizo por mí, ¿sabes? Porque, como él decía, su papel en esta función ya había concluido y vio la oportunidad de tener una última aparición emocionante y digna en el escenario de la puta vida.

Richard el justiciero. Hay que ver.

Cuando me lo contó, apenas podía creerlo. Yo estaba convencida de que a Fabio lo había asesinado alguien que llegó de fuera. Algún ladrón que se puso nervioso y… Cada día abundan más esos casos. Tengo una amiga que vive en el centro de Madrid; una mañana, a las siete y media, un tipo del este de Europa entró en su piso, encaramándose por el balcón. Rompió a patadas las ventanas. Ella estaba durmiendo, sola. Desvalijó la casa; cuando estaba a punto de irse, mi amiga se levantó y se tropezó con él de frente. Imagínate el resto.

Yo creía que a Fabio le había ocurrido algo semejante, con un desenlace fatal, pero no.

Le dije a Richard que era un idiota, y nos peleamos. Él me dio las fotos, y cuando las miré… ¿Sabes?, cuando las miré todo cambió. En ninguna aparecía mi hermana, pero todas eran niñas más pequeñas que Nikita por aquella época.

Lo demás ya lo sabes.

Richard decidió abandonarme y se metió el último pico. Llevaba años desintoxicándose y volviendo a caer. Era una especie de círculo vicioso. Los que han probado la heroína dicen que no hay nada mejor, ni nada más terrible.

Cuando todo terminó y nos dejaron volver a casa, busqué a Martínez Ursola. No me fue difícil dar con éclass="underline" venía en la guía de teléfonos. Vivía solo en Madrid, a pesar de su enfermedad; por lo que pude averiguar, su mujer pasaba la mayor parte del tiempo lejos del hogar conyugal, en Valencia. Únicamente volvía a Madrid con su marido cuando recibían la visita de sus hijos y sus nietos, por Navidad y otras fechas señaladas. No creo que fuesen un matrimonio muy bien avenido.

Escaneé las fotos que me había dado Richard en mi casa, hice copias en color con mi propia impresora y, antes de enviárselas por correo certificado con acuse de recibo, lo llamé por teléfono. Su voz apenas era un hilillo, y me aseguró que no recordaba haber conocido jamás a ninguna Nikita.

– Te he mandado un paquete. Mañana lo recibirás -le dije-. A lo mejor sirve para refrescarte la memoria.

Eso es todo.

El otro día, igual que tú, leí en el periódico la noticia de su muerte. Sé que se ha suicidado. Es una decisión que él ha tomado. Era libre. El mal también es una elección. Yo lo sé mejor que nadie.

Mi hermana Nikita, cuando se dejó enredar por ese monstruo, probablemente buscaba a su padre. Me la imagino riendo, encantada al pensar que por fin lo había encontrado. Su sueño. Un hombre mayor que la cuidaría para siempre. El padre que ni ella ni yo tuvimos nunca. Me la imagino sonriendo a la cámara, feliz y desnuda. Con las manos del ogro sobre su piel, recorriéndola igual que insectos repugnantes…

Sí, Fabio me ha dejado su herencia. ¡Qué gracia, eh! Una casa que vale un dinerito, y un fondo de casi dos millones de euros. Cuando me llamaron de la notaría, pensé que estaban delirando, o que alguien me gastaba una broma. Pero me equivocaba. Era cierto: soy la heredera de Fabio.

No, no habría sido capaz de tocar ese dinero ni en un millón de años. Me habría sentado mal, acarreándome alguna desgracia. Seguramente me habría comprado con él un coche y me habría estrellado, o algo así. Y yo ya tengo dinero, mi propio dinero. El que yo gano, de una manera más que complicada, vendiendo libros.

Lo he donado todo, a Unicef, y a Aldeas Infantiles. Espero que lo empleen en cuidar de algunos niños que necesitan que les echen una mano. Ser niño es lo más difícil del mundo. No es fácil sobrevivir a la infancia, aunque uno salga de ella vivo.

UNA CARTA DEL PASADO

Antes de despedirse, Rocío le entregó a Nacho un sobre. El meteorólogo se quedó mirándolo como temiendo quemarse si lo tocaba.

– No, no es lo que piensas -le aseguró Rocío-. No son las dichosas fotos. Ésas están guardadas a buen recaudo, aunque ahora que ha muerto uno de sus figurantes…, creo que me desharé de ellas el día menos pensado. Verlas no puede hacerle bien a nadie.

Nacho cogió el sobre que ella le entregaba.

– ¿Qué es?

– Cuando me entregaron las llaves y las escrituras de la casa de Fabio, fui a verla.

Nacho la animó a seguir con un gesto.

– Me armé de valor, y un buen día me planté allí por la mañana, con todo el tiempo del mundo por delante. La registré centímetro a centímetro, lo que, por otra parte, ya había hecho la policía. Pensé que quizás podría encontrar algún recuerdo de mi madre, o de mi hermana, entre las cosas de Fabio.

– ¿Y tuviste suerte?

– Pues no. Fabio tenía una vida sucia, pero quizás era muy consciente de ello y por eso se había preocupado de ir desinfectando su casa. No había nada interesante. Su pongo que las fotos eran su mejor secreto, y se las había entregado a Richard. -Rocío se puso en pie y apuró su café-. Pero encontré esto.

Nacho volvió a prestar atención al sobre que acababa de recibir. Amarillo y acolchado, nuevo.

– ¿Qué es? -quiso saber.

– Una carta. Puedes verla, el sobre…, los dos sobres están abiertos. Dásela a doña Agustina de mi parte, con mis respetuosos saludos. Parece que hablas con ella de vez en cuando.

Nacho también se levantó y le tendió la mano, pero ella se acercó y le dio un beso.

– Nos vemos, ¿vale?

– De acuerdo.

Cuando salió del café, abrió el sobre. Dentro, como le había dicho Rocío, había otro. Una carta con matasellos muy antiguo. Estaba dirigida al conde Ciano, el remitente era don Alberto Pons, poeta laureado, que la había escrito con una letra redondeada, clara e infantil. Estaba encabezada con un «carissimo amico».

ZARAGOZA. 1 DE AGOSTO DE 2007

Rodrigo se había levantado tarde y había ido de mal en peor conforme avanzaba el día. Había una fiesta esa misma noche a la que lo habían invitado, pero como no podía ser menos, esta vez tampoco podría ir.

No tenía chica. Ni perspectivas de tenerla en los próximos diez años. Y eso, con un poco de suerte.

Detestaba la idea de ir solo a esos sitios. «En cuanto te ven los colegas, se dan cuenta de que eres un pringao que no se come una rosca», pensó. Se sentía de un humor nublado. Podía notar las nubes rozando su frente y escarbando en su nariz de una forma harto impertinente.

Estaba solo en casa. Sus padres andaban trabajando, y su hermano había salido con algunos otros frikis como él. Pero al menos ellos eran todavía lo bastante pequeños como para que no les importara lo más mínimo la ausencia de compañía femenina.

No era el caso de Rodrigo. A él le importaba, y mucho. Llamaron a la puerta. No hizo ni caso. Volvieron a llamar un par de veces más hasta que decidió levantarse de la cama, en vista de que nadie iría a abrir si no lo hacía él mismo.

– ¡Ya voy, ya voy! ¿A qué vienen esas prisas? -gritó, enfurecido. Estaba claro que en esa casa era él quien tenía que ocuparse de todo, hasta de abrir la puerta-. ¡Eh, que no soy el portero, vale!

Cuando la abrió se quedó patidifuso. Aquel bellezón. ¡Por todos los bits del universo!

– Se ha equivocado -le dijo a la chica-. No hemos pedido nada.

La joven lucía un ceñidísimo vestido de fiesta, tenía las mejillas arreboladas y un cuerpo de escándalo.

– Esto viene a portes pagados -le dijo a Rodrigo-. Tengo entendido que tú y yo vamos a ir a una fiesta. ¿Por qué no estás vestido todavía? ¿O piensas aparecer con esa pinta?

– ¿Una fiesta? Sí, tengo una fiesta, pero no iba a acudir, yo…