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Dos periodistas españoles trabajaban en la redacción de ese gran diario local, y los dos perecieron, a lo que parece, víctimas de su propia insolencia. Al otro, Camarasa, muchos se la tenían jurada desde que, hará cosa de un año o dos, publicó aquel famoso y tontísimo artículo sobre Cómo se hace una nación, que levantó tal polvareda y que había de resultarle fatal en la oportunidad de las actuales circunstancias. Es el colmo, perder la vida por haber querido hacerse el gracioso. Pero siquiera esa broma contenía una punta política, y bastante punzante si se va a analizar, pretexto que nadie hubiera podido aducir, en cambio, ni con los palmetazos pedantes del gallego Rodríguez, ni con las inocentes carambolas del pobre José Lino. De todas maneras, bien lejos estaría su autor, cuando se divirtió en borronear esa eutrapelia, o paparrucha, de imaginarse el precio que, no muy a la larga, tendría que pagar por ella. Camarasa era un andaluz zafado, medio sardónico, incapaz de retener la lengua, ni la pluma; pero, en el fondo, no mala persona.

Cierto es también que en la ruleta de períodos turbulentos como éste se ve funcionar más al desnudo y más en crudo ese misterioso factor de la vida humana al que llamamos suerte: la buena o la mala suerte de cada cual se manifiesta entonces a través de las más estupendas combinaciones del azar. Pero hay casos en que hubiera sido menester casi un milagro para torcer destino tan perfectamente previsible, dadas las circunstancias, como el de nuestra desdichada Primera Dama de la República [13], la inefable doña Concha, a quien centenares, quizás, de voluntarios, allá en el chiquero-prisión de la Inmaculada, pasaron por las armas (con este eufemismo canalla se lo significaba, guiñando el ojo) antes de que un sádico imbécil pusiera término al general entretenimiento machacándole el cráneo. La ilustre matrona se había labrado con su conducta un final tan lamentable, hasta el punto de que algunos pudieran considerarlo merecido castigo. No en vano -alegaban- se luce la pechuga ante todo un pueblo durante años y años, en fotografías, en noticiarios de cine, por la televisión [14]. También la publicidad puede volverse arma de doble filo… Pero hay algo que todavía nadie conoce, y es uno de los secretos que yo revelaré al mundo: a saber, que la buena señora se tenía muy ganado en efecto tan horrible acabóse, y no por la venial, aun cuando contumaz ya, e inveterada culpa de provocar urbietorbi [15] con sus abultados pectorales encantos, sino en razón de manejos criminales a los que sin duda, la llevaron no sé qué infelices veleidades de heroína shakespeareana [16]. Así se desprende claramente de las memorias de Tadeo Requena, y así habrá de explicarse y documentarse llegado el momento en las presentes notas.

III

¡Buena caja de sorpresas es el mundo [17], y bien de ellas encierran las tales memorias! ¡Quién lo hubiera adivinado! Pocas son las cosas que se escapan a mi observación en esta desconocida Atenas del trópico americano [18]. Reducido por mi enfermedad al mero papel de espectador, desde mi butaca veo, percibo y capto lo que a otros, a casi todos, pasa inadvertido. Son las compensaciones que la perspectiva del sillón de ruedas ofrece al tullido. ¿Se imagina a un ratón que, asomado a su agujero, o a un canario en su jaula, pudiera tomar nota de cuanto, descuidadas, hacen y dicen las gentes? Quieto en un ángulo del café, mientras los demás van y vienen, o instalado acaso tras los jugadores de billar que, al inclinarse para perfilar con esmero sus carambolas, me muestran el fondillo de sus pantalones, he corrido yo más mundo, y más cosas he visto, que otros apurándose, desalados, de un lado a otro. Pero, con eso y todo, he de confesarlo: el joven secretario Tadeo Requena me dio el gran chasco. Ahí, el ratón y el canario fallaron: descubrir las memorias fue para mí un asombro del que todavía no salgo. ¿De modo que este sujeto gris, callado, inteligente sin duda, pero brutal, y sobre todo frío como un lagarto, despreciable en definitiva; esta especie de arribista desaprensivo, acabado ejemplo de la mulatería rampante que hoy asola el país, resultaba ser en el secreto de sí mismo nada menos que todo un señor dotado de aficiones literarias; y no sólo eso, sino un crítico implacable de la sociedad en torno suyo, muy capaz el hombrecito de darle a sus rencores la forma del sarcasmo; que pertenecía en fin a la clase de individuos que se permiten la extravagancia, sólo disculpable para un inválido, de emplear sus horas sobrantes en garrapatear y emborronar hojas y más hojas, por el puro gusto de delatarse, traicionarse y venderse; quiero decir que, en el fondo, era uno como yo, un animal de mi especie [19], un congénere mío? Si en lugar de caer en mis manos por pura casualidad, el montón de papeles va a parar en la basura, como hubiera sido normal en los tiempos que corremos y con el desorden que hoy reina en todo, ¡adiós para siempre Tadeo Requena! Junto con su cuerpo acribillado a tiros, se hubiera enterrado su nombre oscuro, y una parte de la historia contemporánea, si no importante para el resto del mundo, al menos curiosa y aleccionadora para nosotros y, hasta cierto punto, ejemplar. Pues es lo cierto que estas memorias constituyen la pieza maestra en la serie de documentos que estoy reuniendo y que me propongo extractar aquí como base de mi futuro libro.

Hay en ellas, por supuesto, bastantes cosas que, o no vienen al caso, o a veces diluyen lo interesante en multitud de pormenores triviales o accesorios, sólo relacionados con el autor mismo y sus preocupaciones; pues el tal sujeto era de veras egocéntrico, bajo aquella apariencia entre feroz y servicial que lo había convertido en el perro guardián del Presidente [20]. De su manuscrito me prometo omitir o resumir todo lo que no afecta al curso de la vida pública, aun cuando, para empezar, y aquí mismo ya, no me resistiré a reproducir algo del relato que hace sobre los orígenes de su buena fortuna y la manera como le aconteció venir -o, mejor, ser traído- a la Capital (a la Corte, pudiera haber dicho; y aún me extraña que no pusiera a contribución el joven Tadeo aquella cultura precaria y apresurada que el doctor Luisito Rosales le había hecho ingerir, y que él, aunque pretenda disimularlo con desdenes, ingurgitó sin duda ávidamente, para invocar en ese punto los antecedentes ilustres que la Historia -con mayúscula- ofrece a su raro destino; sí, me extraña que, en su manía de grandezas, no le acudiera a las mientes, digamos, la halagadora comparación, que resulta obvia, con el famoso e imperial Donjuán de Austria [21]…). Da comienzo a sus memorias el secretario Requena -lo cual no es mala idea, y prueba lo seguro de su instinto literario- con algunas reflexiones generales, o lugares comunes, acerca de la vida humana y de lo incalculable de la suerte. «Inescrutable» es la palabra pretenciosa que emplea y repite. Exclama: «¡Si de veras pudiera uno leer el porvenir!…»; y esta exclamación, este suspiro, es la primera frase que trazó su pluma, para seguir lamentando enseguida que las señales del destino, borrosas siempre, suelan a menudo ser engañadoras; que muchas veces emprendes algo bajo lo que consideras excelentes auspicios, y luego todo te sale al revés; aun cuando, con frecuencia, también aquello que al pronto te había parecido una desgracia cambia a lo mejor de sentido y resulta una bendición, de modo que viene a confirmar por último los signos iniciales; así que, en definitiva, nunca se sabe… El pobre Tadeo Requena lo escribe, es claro, para abrir con cierta dignidad retórica el tema del fabuloso giro de su fortuna y subrayar lo mucho que para él tuvo de cosa inesperada, de sueño increíble [22]. «Yo era entonces un mero desgraciado, nadie; menos que nadie, nada. Desde mi actual posición condesciendo más de una vez, no sin complacencia, a reconocerme retrospectivamente en aquel abandono. Ni conciencia tenía, Dios me valga, de mi estado miserable; ni cuenta me daba tan siquiera, pues mi suerte era al fin la misma suerte negra de tantos otros, de todos», explica.

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[13] Primera Dama de la República: el lenguaje periodístico simulado abunda en Muertes de perro. En los Estados Unidos se aplica la expresión First Lady a la esposa del Presidente federal o a la del gobernador de cada Estado.

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[14] en fotografías… por televisión: el poder se impone con toda crudeza; otro ejemplo nos lo ofrece Bocanegra, en su cuarto de baño presidencial. En 1988. como ha hecho notar M. A. Vázquez Medel (80), Ayala advierte el imperio omnímodo de la televisión y el empeño de los regímenes totalitarios por monopolizar todos los medios electrónicos de comunicación social.

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[15] urbi et orbi: aquí se superpone lo sagrado a lo vil. Según María Moliner, la «expresión latina… significa literalmente "a la ciudad [Roma] y al mundo entero"». La palabra del papa, particularmente su bendición, se dirige al mundo. Se emplea enfáticamente la fórmula para indicar que algo se publica a los cuatro vientos (II, 1424); ver el análisis de este pasaje en K. Ellis (213). Idéntica superposición de lo sagrado a lo vil se descubre en el nombre de Concha (Concepción) y en el del «chiquero-prisión de la Inmaculada», donde ese personaje sufre muerte tan degradante y sucia (Bieder, 113).

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[16] infelices veleidades de heroína shakespeareana: según R. Hiriart (75), se alude aquí a Lady Macbeth, mujer del protagonista de The Tragedy of Macbeth. Como Lady Macbeth, Doña Concha ha conspirado con un varón poderoso (el marido en Shakespeare, el secretario del dictador en Ayala) para cometer el magnicidio sirviendo a las víctimas bebidas dañinas.

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[17] ¡Buena caja de sorpresas es el mundo!: Alusión al mito de Pandora, cuyo nombre significa en griego «todos los regalos». La primera mujer creada, según los griegos, tenía en su casa una caja que estaba prohibido abrir. Pero su curiosidad pudo más, y al abrirla soltó al aire todas las calamidades de la humanidad.

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[18] desconocida Atenas del trópico americano: otro intento de agrandar lo insignificante comparándolo con lo mejor de su especie.

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[19] un animal de mi especie: bípedo con pluma, escritor. Pinedo acumula todo un parque zoológico de referencias a animales: al ratón, al canario, al lagarto. Sin saberlo, está presentándose como una bestia humana más, presa de la crisis que asola a su país. Teme no tener holgura para elaborar más que «un mamotreto crudo y un tanto caótico».

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[20] perro guardián del Presidente: la metáfora canina viene a continuación de la referencia a la muerte violenta de Requena. La alusión al título de la novela queda patente, y así también la negativa ejemplaridad de este personaje. Cfr. el fin ignominioso de Requena, a quien el coronel Pancho Cortina «habría de matar […] como a un perro».

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[21] el famoso e imperial Donjuán de Austria: ¿Comparación «halagadora»? El malicioso narrador alude quizá menos a la valentía de este hijo del emperador Carlos V que a su nacimiento ilegítimo (Ratisbona, 1545) de un padre poderoso, lo único que Requena tiene en común con él.

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[22] de sueño increíble: clara alusión a la suerte del príncipe Segismundo de La vida es sueño, quien en la Primera Jornada se vio transportado, sin saber cómo, de una miserable existencia en cadenas al palacio real, donde pudo vivir como en sueños cual príncipe heredero. Véase la nota más adelante en este mismo capítulo.