Conviene reconocerlo: toda esta primera parte de su escrito (donde el joven lugareño en palacio se empleó con deleite, dando rienda suelta a la inmensa vanidad que le rezumaba por todos los poros de la piel, sólo contenida, restañada y sofrenada de cuando en cuando por la no menos insultante soberbia que le era connatural y que producía en él una extraña combinación de inseguridad y de aplomo) resulta ahora de un valor inapreciable, no a causa de la personalidad de Tadeo Requena, pues el sujeto no era, desde luego, tan interesante como él mismo se imaginaba, sino para los efectos de entender bien y a derechas la génesis de las perturbaciones actuales, buceando en esa prehistoria inmediata que, por rara casualidad, viene a revelarnos el oscuro secretario a quien su acto homicida, y sólo su acto homicida, ha colocado luego en el centro de los acontecimientos históricos.
A través de ellas vemos cómo se incubó el monstruo, y podemos reconstruir los primeros y secretos pasos de la infección que había de reventar luego con tanta fiebre. Yo mismo -e igual que yo, la generalidad de las gentes- no tenía clara idea acerca de la procedencia del fatídico secretario, a quien nadie tomaba demasiado en serio a pesar del efectivo poder que llegó a detentar: pues nadie podía imaginarse lo que, andando el tiempo, desencadenaría con su desatentada acción. La primera vez que oí hablar de él fue, si mal no recuerdo, cuando se supo que Bocanegra lo había nombrado secretario suyo. Seguramente se hablaría de ello en el Café y Billares de La Aurora, donde acostumbro yo a pasarme las tardes; y creo que nadie sabía a punto fijo de quién se trataba. La habitual maledicencia, que adoba, aliña y sazona los comentarios a cualquier noticia del día, se centró esa vez sobre el supuesto vínculo de filiación que se afirmaba existir entre el Presidente y su flamante protegido, a quien ninguno allí conocía, pero del que se daba por descontado que era uno de tantos hijos naturales como ese bestia tenía desperdigados por todo el país [33]. La cosa, a decir verdad, no resultaba muy sensacional; de modo que, a falta de otros elementos que introdujeran incitadoras variantes, el chismorreo se agotó pronto. Lo más probable es que fuera cierto, después de todo. El propio Tadeo, demasiado cauto y demasiado soberbio para acoger abiertamente lo que sin duda era versión corriente también en el poblado de San Cosme, se las arregla para dejarlo traslucir en varios pasajes de sus memorias, y de manera particular en uno donde refiere, trayéndola un poco por los pelos, la broma de mal gusto que, en cierta ocasión, le había gastado el gallego Luna, el de los abarrotes [34] de la plaza, desde atrás del mostrador. «¿Qué haces ahí tú, muchacho? -le había gritado-. Anda que a ti, cuando te crezca el bigote, con sólo que te engalles un poquitín, hasta la tropa te va a saludar al paso…» Sea como quiera, la cuestión carecía de toda entidad, y la gente no se ocupó demasiado del nuevo secretario privado. Entre las arbitrariedades del Gran Mandón, a nadie podía chocarle mucho este nombramiento, como cualquier otro que hubiera podido hacer para el mismo puesto: cada cual busca sus colaboradores y ayudantes entre los de su propia laya; y aunque Bocanegra provenía de buena familia, eran bien conocidos sus gustos de atorrante [35], y siempre se le solía afear esa invencible propensión suya al trato de la canalla…
Así, pues, como digo, nadie concedió importancia al asunto. Los periódicos mismos, que viven de hinchar cualquier novedad [36], publicaron esta noticia caracterizando al doctor Tadeo Requena como a «una de nuestras jóvenes promesas», «letrado distinguido» y «representante brillantísimo de la nueva generación que irrumpe a la arena pública con el corazón lleno de impetuosas esperanzas, y a la que nuestro ilustre caudillo, el señor Presidente de la República, atento de continuo a velar por el futuro de nuestra Patria, abre generosos cauces para que se incorpore poco a poco a las responsabilidades del mando y de las funciones civiles»; pero, todo esto, como se ve, sin salir de una rutina inflada por el oficioso halago. Sólo en una oportunidad escuché -y, por cierto, de labios de Camarasa, ese pobre y locuaz de Camarasa que tan desgraciado fin ha tenido-, sólo en una oportunidad, digo, oí interpretar el nombramiento de Requena como algo lleno de significado, y aun de significado transcendente. Según él, la designación del nuevo secretario particular y el manifiesto propósito de encumbrarlo bajo su palio [37] indicaba en el dictador propósitos bien calculados de iniciar un viraje en su gobierno… Ignoro por qué se le ocurrió a Camarasa venir a explayarse conmigo; quizás porque ese día estaba un poco bebido ya cuando entró al café, y como tan sólo encontró allí al bobo de José Lino, con quien no se podía hablar dos palabras seguidas sobre cosa alguna, después de barrer con una mirada tediosa todo el local, vino a dejarse caer junto a mi sillón para tomarse otro coñac a mi lado. Me palmeó la espalda, llamándome, con su habitual desenfado, Pinedito, y enseguida inició el despliegue de su inagotable facundia. De tema en tema, vino por fin a obsequiarme con la presentación de una teoría fabricada por él, toda completita, acerca del poderío «bocanegresco». Prédica y agitación popular habían sido -expuso- los recursos primeros de este demagogo, cuyo truco, fácil pero infalible, consistió -quién no lo recuerda- en reunir cuantos temas y motivos, aun contradictorios, fueran aptos para hurgar en las heridas de la pobre gente, y tremolarlos en el aire, disparando a los cuatro vientos promesas disparatadas, sin tasa, miedo ni medida. ¿No es así?, me preguntaba Camarasa; y yo asentía. Claro, nada de eso era novedad ninguna, ni para mí ni para nadie, sino vieja historia archisabida; pero él necesitaba recordar tales «antecedentes» para componer bien su cuadro. Siguió, pues, adelante: «encaramado en el poder por obra de aquel golpe de astucia (¡y de habilidad, caramba!, porque el tío -eso no puede negársele- es más listo que el hambre), encaramado a favor del descuido, la sorpresa y el desconcierto de las clases altas, a quienes sus alharacas atemorizaban, el nuevo Presidente, en lugar de transar con la realidad como era de esperarse y, sentando por fin la cabeza, haberse aplicado a rehacer tranquilamente su disipada fortuna, defraudó una vez más a los suyos y prefirió saciar sus injustificados rencores mediante festines de refinadas e hipócritas represalias, frías humillaciones, vejámenes tanto más irritantes cuanto minúsculos, y -lo que era en verdad insufrible- consintiéndole todo a la chusma…» Según Camarasa, que lo explicaba con fruición, esa primera fase de su gobierno había culminado y hecho crisis en el asesinato del senador Rosales, único miembro de las antiguas familias capaz de inquietar en serio al dictador. Removido el obstáculo, ya la suerte estaba sellada: y la subsiguiente «capitulación y entrega» del hermano de la víctima, ese infeliz de Luisito Rosales que, con general escándalo y consternación, terminó por aceptar la cartera de Instrucción Pública ofrecida por Bocanegra, no era ya sino el símbolo patente de tan melancólico destino. Todo un periodo de la historia nacional quedaba clausurado con eso. De ahí en adelante -y los ojillos de Camarasa relucían de inteligencia y de excitación alcohólica en el entusiasmo de su propia perspicacia-, de ahí en adelante el dictador, dueño de un poder incontrastable, se preparaba -y yo había de verlo- a edificar una dominación faraónica, para lo cual sacrificaría a los mismos esclavos en quienes se había apoyado primero, pero cuyo sostén no le hacía falta ya para nada.
– Tú lo verás, Pinedito, qué poco me engaño en esto. Su lenidad anterior frente a los desmanes de los pelados se cambiará ahora en represiones implacables, hasta que nadie se atreva a rebullir. Risa me da pensar en los ingenuos que, viéndolo mantenerse pobre en la cúspide del poder, se hacían lenguas de su honestidad administrativa. ¿Para qué había de distraer nada de las arcas del Tesoro si pensaba hacerlo suyo todo entero, convirtiendo al Estado en finca propia?
[33] como ese bestia tenía desperdigados por todo el país: se entiende que la bestialidad de Bocanegra ha engendrado al hijo natural capaz de matarle.
[34] abarrotes: en ciertos países de América, la forma plural significa «artículos de comercio, como comestibles, caldos, cacaos, conservas, papel, etc.» (Dic. Real Acad., 3).
[35] atorrante: argentinismo que significa «vago, callejero» y, por extensión, «desfachatado, desvergonzado» (Dic. Real Acad., 159).
[36] Los periódicos mismos, que viven de hinchar cualquier novedad: en Muertes de perro satiriza Ayala a menudo a la Prensa. Esta sátira continuará, si bien en una forma más sutil, en El fondo del vaso, donde, por ejemplo, un personaje afirma, «Ustedes, los muchachos de la prensa, son el diablo: son capaces de fabricar una noticia con cualquier cosita» (190). Sobre la crítica del Periodismo en Ayala, ver Vázquez Medel, 75-79.
[37] bajo su palio: una locución que, según María Moliner, II, 613, significa acoger a una persona «con muestras de mucha consideración y afecto»; pero la palabra «palio» puede connotar la divinización del Estado, pues propiamente es un dosel, hecho de tela rica puesta sobre cuatro o más barras, llevado entre varios individuos y utilizado para cubrir al portador de la Eucaristía, a una imagen religiosa, a un prelado o a un jefe de Estado» (Dic. Real Acad. 1069).