– Oh, no importa. Tengo tanto carácter que si añadimos belleza al cóctel sería demasiado. Sinceramente, hasta esta noche, no había pensado en ello. Bueno, salvo por Jason Stanhope, pero eso fue en séptimo.
– Ya veo. -Seguía pareciendo divertido.
Con aire despreocupado, Blue se dirigió a la puerta y La abrió.
– Mira el lado bueno, piensa que te has escapado por los pelos.
– Lo que pienso es que estoy cachondo.
– Por eso las habitaciones de los hoteles disponen de tele por cable. Seguro que encuentras algún canal porno. -Cerró la puerta con rapidez y suspiró con fuerza. El truco para ir por delante de Dean Robillard era mantenerse fuera de su alcance, pero conseguir hacerlo hasta Kansas City no iba a ser fácil, como tampoco sería fácil saber lo que haría cuando estuviera allí.
Castora debió de trasnochar porque tenía el dibujo listo a la mañana siguiente. Esperó hasta que hicieron una parada en el autoservicio de una gasolinera de Kansas para dárselo. Dean se quedo mirándolo fijamente. No era de extrañar que estuviera en la ruina.
Castora contuvo un bostezo.
– Si hubiera tenido más tiempo te lo hubiera hecho en pastel.
Considerando el estropicio que había hecho con el lápiz, casi mejor no. Había dibujado su cara, pero sus rasgos estaban distorsionados: los ojos demasiado separados, el nacimiento del pelo retrasado unos cinco centímetros y le había endosado algunos kilos de más, lo que le hacía un hombre mofletudo. Peor aún, ella había reducido el tamaño de su nariz hasta que parecía aplastada contra la cara. Rara vez se quedaba sin palabras, pero el dibujo lo había dejado sin habla.
Ella le dio un mordisco a un donut de chocolate. -Alucinas, ¿verdad? Cómo habría cambiado tu vida si ésa fuera tu cara de verdad.
Fue cuando se dio cuenta de que quizás Castora lo había hecho mal a propósito. Aunque parecía más pensativa que satisfecha.
Casi nunca puedo experimentar -añadió ella-. Has sido el modelo perfecto.
Me alegro de haberte sido útil -dijo él secamente. Por supuesto, hice otro. -Sacó un segundo dibujo de la carpeta que había llevado al autoservicio y lo tiró despectivamente encima de la mesa, donde aterrizó al lado de un bollo a medio comer. En ese boceto aparecía en la cama, con una rodilla doblada, la camisa abierta y el pecho descubierto, exactamente como había posado para ella.
– Monísimo, como era de esperar-dijo ella-, pero algo aburrido, ¿no crees?
No sólo era aburrido, sino vulgar, y su expresión además de calculadora era arrogante. Parecía como si hubiera visto a través de él y a Dean no le gustó. Todavía le costaba creer que ella le hubiera plantado la noche anterior. ¿Habría perdido su habilidad con las mujeres? ¿ O quizá se trataba de un arte que no había practicado antes? Como las mujeres se dejaban caer directamente en sus brazos, nunca se había molestado en dar el primer paso. Tendría que ponerle remedio.
Estudió el primer dibujo otra vez, y mientras observaba su cara deformada, comenzó a pensar cómo habría sido su vida si hubiera nacido con la cara que Castora había dibujado. Nada de anuncios de Zona de Anotación, eso seguro. Incluso cuando era niño había conseguido un montón de cosas gracias a su aspecto. Era algo que sabía en teoría, pero ese dibujo era la prueba patente.
Castora hizo una mueca.
– ¿No te gusta? Debería haber sabido que no lo entenderías, pero pensé… bueno, eso no importa ahora. -Se lo quitó de las manos.
Él lo recuperó antes de que ella pudiera destruirlo.
– Me ha tomado por sorpresa, eso es todo. No creo que lo cuelgue encima de la chimenea, pero tampoco me parece tan mal. Me hace pensar. De hecho, me gusta. Me gusta bastante.
Ella lo observó, tratando de adivinar si estaba siendo sincero o no. Cuanto más estaba con ella, más curiosidad sentía.
– No me has contado mucho de ti misma -dijo él-. ¿Dónde te criaste?
Ella se detuvo a punto de darle un mordisco al donut.
– Aquí y allá.
– Venga, Castora. No volveremos a vernos nunca. Cuéntame tus secretos.
– Me llamo Blue. Y si quieres conocer mis secretos, tendrás que contarme antes los tuyos.
– Te haré un resumen. Demasiado dinero. Demasiada fama. Demasiado guapo. La vida es dura.
Había tenido intención de hacerla sonreír. Pero ella se limitó a mirarlo tan fijamente que se sintió incómodo.
– Es tu turno -dijo él con rapidez.
Ella se tomó tiempo mientras se comía el donut. Dean sospechaba que estaba decidiendo qué contarle.
– Mi madre es Virginia Bailey -dijo-. Es probable que no hayas oído hablar nunca de ella, pero es muy famosa en temas relacionados con la paz.
– ¿Relacionada con el pis [2]?
– Relacionados con la paz. Es activista.
– Mejor no te cuento lo que he llegado a imaginar.
– Ha recorrido todo el mundo, la han arrestado más veces de las que puedo contar, incluidas las dos veces que estuvo ingresada en una prisión de máxima seguridad por violar la entrada en zonas de misiles nucleares.
– Caramba.
– Y eso no es más que la punta del iceberg. Casi se muere en los años ochenta al declararse en huelga de hambre en protesta por la política estadounidense en Nicaragua. Más tarde, ignoró las sanciones de las Naciones Unidas para llevar medicamentos a Irak. -Castora se frotó el azúcar de los dedos con expresión distante-. Cuando los soldados americanos entraron en Bagdad en 2003, ella estaba allí con su grupo internacional de paz. En una mano sostenía un cartel de protesta. Con la otra, distribuía cantimploras para los soldados. Desde que puedo recordar, ha mantenido sus ingresos lo suficientemente bajos para no pagar el impuesto sobre la renta.
– Eso es como tirar piedras contra su propio tejado, ¿no?
– No puede soportar que su dinero se invierta en bombas. Puede que no esté de acuerdo con ella en un montón de cosas, pero creo que el gobierno debería permitir que cada uno eligiera en qué quiere invertir el dinero de sus impuestos. ¿No te gustaría que todos esos millones que le pagas al tío Sam se dedicaran a escuelas y hospitales en vez de a cabezas nucleares?
Pues sí. Campos de entrenamiento para jóvenes, un buen programa deportivo para los niños y operaciones LASIK de cirugía ocular para los árbitros de la NFL. Dean dejó su café en la mesa.
– Parece que es un todo un carácter.
– Dirás más bien que es una chiflada.
Era demasiado educado para mostrarse de acuerdo.
– Sin embargo, no lo es. Mi madre es como es, para bien o para mal. Ha sido nominada dos veces al premio Nobel de la Paz.
– Bueno, ahora sí que estoy impresionado. -Se reclinó en la silla-. ¿Y tu padre?
Ella mojó la punta de una servilleta de papel en un vaso de agua y se limpió el azúcar del donut de los dedos.
– Se murió un mes antes de que yo naciera. Se le derrumbó un pozo que estaba cavando en El Salvador. No estaban casados.
Algo más que Castora y él tenían en común.
Hasta ahora, ella le había contado un montón de cosas, pero no le había revelado nada personal. Él estiró las piernas.
– ¿Quién se encargó de ti mientras tu madre estaba salvando al mundo?
– Un puñado de personas bienintencionadas.
– No debe de haber sido agradable.
– No fue tan terrible. Eran hippies, profesores de universidad, trabajadores sociales. Nadie abusó de mí ni me maltrató. Cuando tenía trece años, estuve viviendo con una traficante de drogas en Houston, pero en defensa de mi madre debo decir que no tenía ni idea de que Luisa se dedicaba a eso, y salvo por aquel tiroteo en coche, me gustó vivir con ella.
Esperaba que Blue estuviera bromeando.
– Viví en Minnesota durante seis meses con un ministro luterano, pero, como mi madre es muy católica, la mayor parte del tiempo lo pasé con un grupo de monjas activistas.