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Tres hombres hablando en un idioma que no entendía colocaban las puertas superiores de los armarios. April estaba sentada en un rincón del comedor mirando con el ceño fruncido una hoja de su bloc.

– Tú eres artista -le dijo a Blue cuando entró-. ¿Puedes ayudarme con esto? No se me da mal la ropa, pero con los detalles arquitectónicos me pierdo, en especial cuando no estoy segura de qué es lo que quiero.

Blue había esperado conseguir otro donut, pero en la caja sólo quedaba azúcar glaseado y un par de manchas de mermelada.

– Es el porche cerrado para la parte trasera de la casa -dijo April.

Blue se sentó a su lado y miró el dibujo. Mientras los hombres charlaban, April le explicó lo que había imaginado.

– No quiero que parezca el porche de una cabaña de pesca. Quiero grandes ventanales de suelo a techo para que entre mucha luz ymolduras en todo el perímetro, aunque no sé de qué tipo.

Blue lo pensó unos minutos y comenzó a esbozar algunos adornos sencillos.

– Me gusta ése -dijo April-. ¿Podrías dibujarme la pared? ¿Con las ventanas?

Blue esbozó cada una de las paredes como April la había descrito. Hicieron algunos ajustes y entre las dos llegaron a un acuerdo.

– Eres muy hábil -dijo April cuando los trabajadores hicieron una pausa para fumarse un cigarrillo-. ¿Te interesaría hacer algunos bocetos interiores para mí? A lo mejor estoy suponiendo demasiado. No sé exactamente cuánto tiempo vas a quedarte ni qué tipo de relación tienes con Dean.

– Blue y yo estamos comprometidos -dijo Dean desde la puerta.

Ninguna de las dos lo había oído acercarse. Dejó la taza vacía de café encima de la cocina y se acercó para coger el boceto de Blue-. Se quedará mientras yo esté aquí.

– ¿Comprometidos? -dijo April.

Él ni siquiera levantó la vista del boceto.

– Exacto.

Blue apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Éste era un claro ejemplo del desprecio que sentía hacia su madre. Quería recordarle lo poco que le importaba; tan poco, que ni siquiera se había molestado en decirle que se casaba. Una crueldad hacia alguien que se suponía que estaba al borde de la muerte.

– Enhorabuena.-April dejó el lápiz sobre la mesa-. ¿Cuánto hace que os conocéis?

– Lo suficiente -dijo él.

Blue no podía fingir que lo que había visto April unas horas antes no había ocurrido.

– Lo que pasó anoche fue una equivocación. Quiero que sepas que me acosté en la cama totalmente vestida.

April arqueó una ceja con escepticismo.

Blue intentó parecer avergonzada.

– Hice voto de castidad cuando tenía trece años.

– ¿Que hiciste qué?

– No hizo voto de castidad -dijo Dean con un suspiro.

En realidad, Blue sí lo había hecho, aunque incluso a los trece años había tenido serias dudas al respecto. Sin embargo, si se hubiera negado a hacer aquel pacto con Dios, la Hermana Lucas la habría vuelto completamente loca.

– Dean no está de acuerdo, pero para mí la noche de bodas tiene un significado especial. Por eso dormiré en la caravana esta noche.

Él bufó. April miró a Blue durante largo rato y luego a él.

– Es muy guapa.

– En eso sí que estoy de acuerdo. -Colocó el boceto sobre la mesa-. Pero no te cortes y di lo que piensas en realidad de ella. Créeme, le he dicho cosas bastante peores.

– ¡Eh!

– La primera vez que la vi fue en una feria. -Se dirigió a la cocina para examinar las puertas del mueble superior-. Había metido la cara por uno de esos paneles de madera, es normal que llamara mi atención. Debes admitir que tiene una cara excepcional. Para cuando vi el resto, era demasiado tarde.

– Sigo aquí sentada -les recordó Blue.

– Yo no le veo nada malo -dijo April sin demasiada convicción.

– Tiene un montón de cualidades maravillosas. -Probó los goznes de la alacena-. Así que pasé lo demás por alto.

Blue ya tenía una vaga idea de a dónde conducía esa conversación, así que se limitó a pasar el dedo por el azúcar glaseado del fondo de la caja de donuts.

– No a todo el mundo le interesa la moda, Dean. No es un gran pecado. -Lo decía una mujer que bien podría haberse subido encima de la mesa en ese momento y recorrerla como si participara en un desfile.

– Me ha prometido que en cuanto nos casemos me dejará escoger su vestuario -dijo él.

Blue miró la nevera.

– ¿Hay huevos? ¿Y un poco de queso para hacer una tortilla?

Los pendientes de plata de April se enredaron en un mechón de su pelo.

– Tendrás que acostumbrarte, Blue. Cuando Dean tenía tres años, le daba un berrinche si no le tenía preparado sus Underoors, ya sabes, esos calzoncillos con dibujos de superhéroes. En tercero cambió a los de Ocean Pacific, y se pasó la mayor parte de secundaria usando los de Ralph Lauren. Te juro que aprendió a leer con Las etiquetas de la ropa interior.

Que April se pusiera a recordar cosas del pasado fue un gran error. El labio superior de Dean se afinó considerablemente.

– Me sorprende que te acuerdes de tantas cosas de tus años oscuros. -Se acercó a Blue y posó la mano sobre su hombro de una manera tan posesiva que ella se preguntó si su falso compromiso sería una treta para asegurarse de tener siempre a alguien de su lado. Dean aún no se había dado cuenta de que se había topado con Benedict Arnold [3] y que ella cambiaba de bando como de chaqueta.

– Por si Dean no te lo ha contado -dijo April-. Era drogadicta.

Blue no sabía cómo responder a eso.

– Y también fui una groupie -añadió April con sequedad-. Dean se pasó casi toda su infancia entre niñeras e internados para que yo pudiera continuar con mi sueño de colocarme y acostarme con toda estrella del rock que pillara.

Realmente, Blue seguía sin saber qué decir. Dean dejó caer la mano de su hombro y se apartó.

– Esto… ¿y cuánto tiempo llevas limpia? -dijo Blue.

– Unos diez años. La mayoría de ellos los he empleado de una manera muy respetable. Y he trabajado por mi cuenta los últimos siete.

– ¿A qué te dedicas?

– Soy estilista de moda en Los Ángeles.

– ¿Estilista? Genial. ¿Y qué es lo que haces exactamente?

– Por el amor de Dios, Blue. -Dean le arrancó la taza de las manos y se la llevó al fregadero.

– Trabajo para actrices de Hollywood con más dinero que gusto -dijo April.

– Parece genial.

– En realidad, todo es pura diplomacia.

Blue podía comprenderlo.

– ¿Algo así como convencer a una celebridad cincuentona de que no lleve minifalda?

– Cuidado, Blue -dijo Dean-, estás pisando terreno peligroso. April tiene cincuenta y dos años, pero te aseguro que tiene el armario repleto de minifaldas de todos los colores.

Blue miró las piernas sin fin de la madre de Dean.

– Y seguro que todas le quedan de vicio.

Él se apartó del fregadero.

– Vamos al pueblo. Tengo que comprar algunas cosas.

– Tienes que comprar comestibles -dijo April-. Yo como en la casita de invitados, así que aquí no hay mucho para picar.

– Vale, ya lo haremos. -Con Blue a remolque se dirigió hacia la puerta.

Blue rompió el silencio cuando Dean se incorporó a toda velocidad a la carretera.

– No pienso mentir. Como me pregunte por el color del vestido de las damas de honor, le digo la verdad.

– No habrá damas de honor, así que no tienes por qué preocuparte-dijo él con sarcasmo-. Nos fugaremos a las Vegas.

– Cualquiera que me conozca sabe que nunca me casaría en Las Vegas.

– Ella no te conoce.

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[3] Benedict Arnold (1741- 1801): General británico que en la guerra de Independencia Americana se pasó al bando de los americanos. (N. delas T.)