A él no le gustó nada oír eso.
– Por respeto a su edad, señora Garrison, voy a pasar eso por alto. Tiene veinticuatro horas para ordenar a sus lacayos que hagan el trabajo.
Ignorándolo, Nita se volvió hacia Blue.
– Quiero que mañana a la una estés aquí para pintar el retrato de Tango. Si lo haces, les diré a los hombres que continúen con el trabajo.
– Se supone que el chantaje implica una sutileza mayor -dijo Blue.
– Soy demasiado vieja para ser sutil. Sé lo que quiero, y te aseguro que lo obtendré.
– No lo entiende, señora Garrison -dijo Dean-. Lo único que va a obtener es un montón de problemas. -Agarró a Blue por el codo y la guió hacia la puerta.
Cuando regresaron al coche, Dean no abrió la boca más que para prohibir a Blue que se acercara a la señora Garrison. Como Blue odiaba que le dieran órdenes, estuvo tentada de discutir con él por principios, pero no tenía intención de dejar que esa anciana le siguiera amargando la vida. Además, quería disfrutar de la velada.
Se detuvieron delante de un edificio de planta baja con un letrero amarillo sobre la entrada que ponía Barn Grill.
– Pensaba que este lugar sería un granero de verdad -dijo ella mientras se dirigían hacia la puerta.
– Yo también lo pensé la primera vez que vine aquí. Luego me enteré de que el nombre era la idea que tenía la propietaria de un chiste. En los años ochenta, era conocido como Walt's Bar and Grill, pero por la manera de hablar de Tennessee lo acortó.
– Barn Grill [5]. Ya lo entiendo.
Sonaba Tim McGraw cantando «Don't Take the Girl» cuando traspasaron la puerta para acceder a un vestíbulo de entrada con paredes enrejadas de color café oscuro y un acuario con un castillo naranja fluorescente sobre un lecho de rocas azules. El espacioso restaurante estaba dividido en dos zonas, y la barra estaba situada en la parte frontal. Flanqueado por un par de lámparas de imitación de Tiffany, había un camarero que se parecía a Chris Rock sirviendo un par de jarras de cerveza. Saludó a Dean en voz alta cuando lo vio. Los clientes de la barra se bajaron de los taburetes y lo saludaron de inmediato.
– Hola Boo, ¿dónde te has metido todo el fin de semana?
– Qué camisa tan bonita.
– Hemos estado hablando sobre la próxima temporada y…
– Charlie piensa que deberías correr y lanzar a la vez.
Actuaban como si lo conocieran de siempre, aunque Dean le había dicho que sólo había comido allí dos veces. La familiaridad que mostraba esa gente hacia Dean la hizo alegrarse de no ser famosa.
– Por lo general, me gustaría hablar de fútbol con vosotros, chicos, pero esta noche le prometí a mi novia que no lo haría. -Dean le pasó el brazo por los hombros-. Es nuestro aniversario, y ya sabéis lo sentimentales que se ponen las chicas con esas cosas.
– ¿El aniversario de qué? -preguntó el doble de Chris Rock.
– Hoy hace seis meses que mi amorcito me echó el lazo.
Los hombres se rieron. Dean la alejó de la barra hacia la parte de atrás del restaurante.
– ¿Te eché el lazo? -dijo ella-. ¿Desde cuándo has dejado de ser un yanqui?
– Desde que me convertí en un granjero sureño. Me hice bilingüe al instante.
Una pared a media altura con más enrejado color café y una hilera de botellas de Chianti dividía el restaurante de la barra. La condujo a una mesa vacía y le apartó la silla para que se sentara.
– ¿Viste a esos hombres de la barra? Uno es el juez del condado, el grandote es el director del instituto, y el calvo es peluquero y un gay declarado. Me encanta el sur.
– Es un buen lugar para ser un bicho raro, de eso estoy segura. -Blue extendió la mano sobre el mantel rojo de vinilo para coger una bolsita de galletitas saladas de la panera-. Me sorprende que te sirvan. Nita Garrison ha debido de cometer un desliz.
– Estamos fuera de los límites del pueblo y este sitio no le pertenece. Además, aquí se suele aplicar el dicho de «Ojos que no ven, corazón que no siente».
– ¿Piensas en serio echarle encima a tu abogado?
– No estoy seguro. Sé que ganaría, pero también sé que me llevaría meses.
– No voy a pintar a Tango.
– Por supuesto que no.
Ella dejó a un lado las galletitas rancias. Aunque sólo era lunes, casi todas las mesas estaban llenas, y la mayor parte de los allí presentes no les quitaban los ojos de encima. No era difícil saber por qué.
– Hay mucha gente para ser lunes.
– No hay más sitios adonde ir. Las noches de los lunes o vas al Barn Grill o tienes catequesis en la Iglesia Baptista. Aunque creo que eso es los martes. Dar catequesis en este pueblo es más complicado que estudiar las jugadas de los Stars en plena temporada.
– Te gusta todo esto, ¿verdad? No sólo la granja. Sino la vida en un pueblo pequeño.
– Es diferente.
La camarera apareció con los menús. En su cara delgada y seca se dibujó una sonrisa cuando vio a Dean.
– Me llamo Marie, seré vuestra camarera esta noche.
Blue deseó que hubiera una ley que prohibiera que se presentase una persona que trabajaba en un lugar con botellas de tabasco sobre el mantel.
– Encantado de conocerte, Marie -pronunció lentamente el granjero Dean-. ¿Qué tenemos esta noche?
Marie ignoró a Blue mientras recitaba los menús sólo para él. Dean eligió pollo asado con una ensalada. Blue pidió barbo frito con algo llamado «patatas sucias», que resultó ser un mejunje parecido a una mezcla de puré de patatas con natillas y champiñones bañados en salsa. Mientras ella se lanzaba al ataque, Dean se comió el pollo sin la piel, le añadió sólo un poco de mantequilla a la patata al horno, y no quiso postre; durante todo ese tiempo conversó cordialmente con todos los que le interrumpieron la comida. La presentó a todos como su novia. Cuando al fin tuvieron un momento a solas, ella le preguntó mientras se tomaba una porción de pastel de Oreo bañado en chocolate:
– ¿Qué explicación darás cuando rompamos nuestro compromiso?
– No lo sé. En este pueblo seguiré estando comprometido hasta que haya una buena razón para no estarlo.
– Es decir, al minuto siguiente de que una impresionante, guapísima e inteligente chica de veinte años capte tu atención.
Él miró fijamente su postre.
– ¿Dónde logras meter toda esa comida?
– No he tomado nada desde el desayuno. Nada de chistes, Dean. Lo digo en serio. No quiero que digas que rompimos nuestro compromiso porque yo tenía una enfermedad mortal o porque me pillaste en la cama con otro hombre. O mujer -añadió ella rápidamente-. Prométemelo.
– Es sólo curiosidad, pero, ¿has estado alguna vez con una mujer?
– No digas estupideces. Quiero tu palabra.
– Está bien, diré que fuiste tú quien me dejó.
– Como si se lo fuera a creer alguien. -Blue se llevó a la boca otra porción de pastel-. ¿Te ha ocurrido alguna vez?
– ¿El qué? ¿Que me dejaran? Claro.
– ¿Cuándo?
– En alguna ocasión. No lo recuerdo exactamente.
– Nunca. Apuesto lo que quieras a que nunca te han dado plantón.
– Claro que sí. Estoy seguro. -Le dio un sorbo a su cerveza y la miró mientras pensaba-. Ya recuerdo. Annabelle me dio plantón.
– ¿La mujer de tu agente? Pensé que habías dicho que no saliste con ella.
– No lo hice. Me dijo que era demasiado inmaduro para ella, y no niego que lo era en ese momento, así que se negó a salir conmigo.
– No creo que eso pueda ser considerado un plantón.
– Oye, lo he intentado.