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De repente se interrumpió todo contacto entre ellos. Ningún mensaje en el móvil, ningún e-mail, ninguna llamada.

Emma había cedido una vez. Él estaba en Gotland por motivos laborales y la llamó. En aquel momento, ella se encontraba mal y quedaron. Fue un encuentro rápido que no hizo más que confirmar que sus sentimientos eran aún más fuertes, al menos por su parte.

Después nada. Hizo un par de torpes intentos, pero en vano. Emma se mantuvo firme.

Johan lo comprendía. Era muy difícil para ella, casada y con dos hijos.

Pero, varias semanas de noches en blanco, de abusar del tabaco y de echarla de menos desesperadamente iban dejando su huella, por no decir algo peor.

De camino hacia el metro, llamó a Anders Knutas en Visby.

El comisario respondió inmediatamente.

– Knutas.

– Hola. Soy Johan Berg de Noticias Regionales. ¿Qué tal va todo?

– Sí, bien, gracias. ¿Y tú? Hace tiempo que no sé nada de ti.

– Estoy bien. He visto una pequeña noticia en el periódico acerca de un presunto asesinato en Gråbo. ¿Es cierto?

– No sabemos gran cosa.

– ¿Qué es lo que ha ocurrido?

Una pequeña pausa. Johan podía imaginarse cómo Knutas cargaba la pipa y se echaba hacia atrás apoyándose en el respaldo de la silla. Habían mantenido una estrecha relación cuando Johan cubría desde Gotland la información de los asesinatos y posteriormente tomó parte en la resolución del caso.

– Ayer por la tarde fue hallado un hombre muerto en un sótano de la calle Jungmansgatan, en Gråbo, no sé si conoces esa zona.

– Sí, claro.

– Por las lesiones que presentaba sospechamos que lo han matado.

– ¿Cuántos años tenía?

– Nació en 1943.

– ¿Conocido por la policía?

– Sí, pero no porque hubiera cometido ningún delito digno de mención, sino porque era un alcohólico empedernido. Solía deambular por la ciudad bebiendo. Uno de los borrachines locales, vamos.

– ¿Se trata de una pelea de borrachos?

– Eso parece.

– ¿Cómo fue asesinado?

– De eso no puedo hablar.

– ¿Cuándo se produjo el asesinato?

– El cuerpo sin vida ha permanecido allí unos cuantos días. Puede que hasta una semana.

– ¿Cómo es posible que haya permanecido tanto tiempo si estaba en un sótano?

– Se encontraba en un espacio cerrado.

– ¿En un cuarto trastero?

– Sí, podría decirse.

– ¿Cómo lo encontraron?

– Lo encontró el portero.

– ¿Había denunciado alguien su desaparición?

– No, pero un amigo se puso en contacto con el portero.

Knutas estaba empezando a impacientarse.

– Entiendo. ¿Quién era?

– Escucha, eso no te lo puedo decir. Ahora tengo que dejarte, de momento tendrás que conformarte con esto.

– De acuerdo. ¿Cuándo crees que podrás decir algo más?

– No tengo la menor idea. Adiós.

Johan apagó el móvil y pensó que aquella muerte no parecía interesante para incluirla en las Noticias Regionales. Probablemente una pelea normal entre personas bebidas que se les había ido de las manos. Sólo podría encontrar un hueco como una breve reseña.

«El metro de Estocolmo un lunes de noviembre por la mañana debe de ser uno de los sitios más deprimentes del mundo», pensó Johan allí sentado con la cabeza apoyada contra la ventana mientras las negras paredes del metro pasaban a toda velocidad a medio metro de distancia.

El vagón iba lleno de gente pálida, abrumada por la seriedad y la rutina diaria. No se oía ninguna conversación, sólo el traqueteo y el ruido sordo del metro. Alguna tos aislada y el ruido adormilado de los periódicos gratuitos. La gente miraba al techo, a los anuncios publicitarios, al suelo, a través de la ventana o a algún punto lejano e indefinido. A todas partes, menos a los demás.

El olor a tela mojada se mezclaba con el olor a perfume, a sudor y al polvo quemado de los radiadores. Las cazadoras se apretujaban contra los abrigos, las bufandas contra los gorros, los cuerpos contra los cuerpos, calzado contra calzado, las caras casi se rozaban, pero sin contacto.

«¿Cómo es posible que haya tanta gente junta en un mismo sitio sin que se oiga nada? -seguía pensando Johan-. Esto no puede ser normal.»

Era una de esas mañanas en que sentía ganas de largarse de allí.

Cuando salió del metro en la estación de Karlaplan, sintió una especie de liberación. Aquí al menos se podía respirar. La gente caminaba a su alrededor como si fueran soldados de plomo camino del autobús, la escuela, los comercios, los dispensarios de la seguridad social, los despachos de abogados o lo que fuese.

Él, por su parte, cruzó el parque que había junto a la iglesia de Gustav Adolfkyrkan. Los niños de la guardería estaban fuera columpiándose en medio de aquel viento cortante. Sus mejillas brillaban como manzanas maduras.

El inmenso edificio de la televisión destacaba entre la niebla del mes de noviembre. Johan saludó a la estatua que representaba a Lennart Hyland antes de cruzar el vestíbulo.

En el piso donde se encontraba la redacción había movimiento. Las noticias de la mañana de ámbito nacional estaban en marcha y fuera de los ascensores invitados, presentadores, meteorólogos, maquilladores, reporteros y redactores corrían, saliendo del estudio, yendo a los servicios o dirigiéndose a la mesa del desayuno. La hilera de ventanales ofrecía una vista del extenso parque Gärdet envuelto en la niebla gris, por el que pululaban los alegres perros de la guardería canina que había en la calle Grev Magnigatan. Perros marrones, negros y con manchas trotaban y jugaban por los prados, indiferentes al hecho de que aquél era un aburrido lunes de noviembre.

La reunión de la mañana de Noticias Regionales contaba con la presencia de casi todos. Fotógrafos, un editor madrugador, reporteros, programadores y el redactor jefe se encontraban allí. Apenas quedaba sitio en el sofá dispuesto en un rincón de la redacción. Después de comentar la última emisión, criticando algunas cosas y elogiando otras, Max Grenfors, el redactor jefe, sacó la lista de reportajes del día. El trabajo podía cambiar a lo largo de la reunión. Bien porque algún reportero aportara una idea nueva, bien porque las protestas contra un reportaje propuesto fueran tan fuertes que acababa directamente en la papelera, o bien porque la discusión tomaba nuevos derroteros que llevaban a cambiar toda la planificación. A Johan le parecía que así era precisamente como tenía que funcionar una redacción de noticias y le gustaban las reuniones matutinas.

Contó brevemente a los demás lo que sabía del asesinato de Gotland. Todos estuvieron de acuerdo en que aquello parecía una pelea de borrachos. A Johan le encomendaron la tarea de comprobar cómo evolucionaba el asunto, puesto que al día siguiente iba a viajar hasta Gotland para hacer un reportaje a propósito de un camping amenazado de cierre.

La redacción de Noticias Regionales trabajaba sujeta a duros criterios de productividad. Hacían un programa diario de veinte minutos, del que ellos, en principio, tenían que hacerlo todo de cabo a rabo. Una secuencia de dos minutos tardaban normalmente varias horas en grabarla y después otras dos en editarla. Johan siempre discutía con los jefes porque creía que los reporteros deberían disponer de más tiempo.

No le habían gustado los cambios que se habían producido desde que empezó a trabajar como reportero en la televisión diez años atrás. Actualmente los reporteros apenas tenían tiempo para repasar su material antes de entregárselo al editor. Lo cual tenía unas consecuencias nefastas sobre la calidad. Fotografías buenas, a las que el fotógrafo había dedicado un gran esfuerzo, corrían el riesgo de pasar desapercibidas porque, con las prisas, nadie reparaba en ellas. No eran pocas las veces en que los fotógrafos se sentían decepcionados después de ver la secuencia emitida. Cuando empezaban a hacer recortes en el tratamiento de las imágenes, que era toda la fuerza de la televisión, las cosas iban mal, y Johan se negaba a escribir el reportaje y a editarlo antes de haber repasado personalmente su material.