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Pero, al fin, con el correr del tiempo, Hadleyburg tuvo la mala suerte de ofender a un forastero de paso, quizá sin darse cuenta, de seguro sin ninguna intención, ya que Hadleyburg, totalmente autosuficiente, no se preocupaba de los forasteros ni de sus opiniones. Sin embargo, le habría convenido hacer una excepción, al menos en ese caso, ya que se trataba de un hombre cruel y vengativo. Durante un año, en todas sus correrías, no consiguió que se le fuera de la cabeza la ofensa recibida y dedicó todos sus ratos de ocio a buscar una satisfacción que le compensara.

Urdió muchos planes; todos le parecieron buenos, pero ninguno lo suficiente devastador: el más modesto afectaba a muchísimos individuos pero aquel y hombre buscaba uno que castigase a toda la ciudad, sin que se escapara nadie.

Por fin tuvo una idea afortunada, y su cerebro se iluminó con una alegría perversa. Inmediatamente comenzó a maquinar un plan, diciéndose: ..Esto es lo que debo hacer: corromper a la ciudad».

A los seis meses fue a Hadleyburg y llegó en un carricoche a la casa del viejo cajero del banco, alrededor de las diez de la noche. Sacó del carricoche un talego, se lo echó al hombro y, después de haber atravesado tambaleándose el patio de la casita, llamó ala puerta. Una voz de mujer le dijo que entrara y el forastero entró y dejó su talego detrás de la estufa del salón, diciendo con cortesía a la anciana señora que leía El Heraldo del misionero ala luz de la lámpara:

-Le ruego que no se levante, señora. No la molestare. Eso es… Ahora el talego está bien guardado. Difícilmente se sospecharía que está aquí. -¿Puedo ver a su marido un momento?

-No, el cajero se ha ido a Brixton y posiblemente no regresará hasta mañana..

-Es igual, señora, no importa. Sólo deseaba que su marido me guardara este talego, para que se lo entregue a su legítimo dueño cuando lo encuentre. Soy forastero; su marido no me conoce; esta noche estoy simplemente de paso en esta ciudad para arreglar un asunto que tengo en la cabeza desde hace tiempo. Ya he realizado mi trabajo y me voy satisfecho y algo orgulloso; usted nunca volverá a verme. Un papel atado al talego lo explica todo. Buenas noches, señora.

La anciana señora, asustada por el corpulento y misterioso forastero, se alegró mucho al ver que se marchaba. Pero, roída por la curiosidad, se fue sin perder tiempo al talego y echó mano al papel. Empezaba con las siguientes palabras:

PARA SER PUBLICADO: a no ser que se encuentre al hombre adecuado con una investigación privada. Cualquiera de esos métodos servirá. Este talego contiene monedas de oro que pesan en total ciento sesenta libras y cuatro onzas…

-¡Dios misericordioso! -¡Y la puerta no está cerrada con llave!

La señora Richards voló temblando hacia la puerta y la cerró con llave; luego bajó las cortinas de la ventana y se detuvo asustada, inquieta y preguntándose si podía hacer alguna otra cosa para que estuvieran más seguros ella y el dinero. Escuchó un poco para ver si rondaban ladrones; luego se rindió ala curiosidad y volvió a la lámpara para acabar de leer el papeclass="underline"

Soy un forastero y pronto volveré a mi país para quedarme allí definitivamente. Estoy agradecido a los Estados Unidos por lo que he recibido de sus manos durante mi larga permanencia bajo su bandera; y, particularmente, le estoy agradecido a uno de sus ciudadanos un ciudadano de Hadleyburg por un gran favor que me hizo hace un par de años. En realidad, por dos grandes, favores. Me explicaré. Yo era ten jugador empedernido. Digo que era. Un jugador arruinado. Una noche llegué a esta cuidad hambriento y sin un penique. Pedí ayuda en la oscuridad; me avergonzaba mendigar a la luz del día. Pedí ayuda al hombre adecuado: aquel hombre me dio veinte dólares, mejor dicho, la vida, así lo entendí yo. También me dio la fortuna: porque merced a ese dinero me volví rico en la mesa de juego. Y, finalmente, una observación que me hizo no me ha abandonado desde entonces y, en definitiva, me ha dominado; y, al dominarme, ha salvado lo que quedaba de mi moraclass="underline" no volverte a jugar. Ahora bien… No tengo la menor idea de quién era ese hombre, pero quiero encontrarlo y darle este dinero para que lo tire, se lo gaste o se lo guarde, como prefiera. Ésta es, simplemente, mi manera de demostrarle mi gratitud. -Si pudiese quedarme, lo buscaría yo mismo; pero no importa, aparecerá. Ésta es una ciudad honrada, una ciudad incorruptible, y sé que mi confianza encontrará una respuesta. Ese hombre puede ser identificado por la observación que me hizo; estoy seguro de que él la recordará. Y, ahora, mi plan es éste. Si usted prefiere realizar la investigación de forma privada, hágalo.

Cuente el contenido de este papel a cuantos tengan apariencia de ser el hombre buscado. -Si contesta: no soy el hombre: la observación que hice fue así y asía, use la discreción, o sea, abra el talego y encontrará un sobre lacrado que contiene el texto de la frase. -Si la observación mencionada por el candidato coincide con ésta, déle el dinero y no le boga más preguntas, porque se trata sin duda del .hombre buscado.

Pero, si prefiere una investigación pública, publique el contenido de este papel en el periódico local, añadiendo las siguientes instrucciones: En el plazo de treinta días el candidato deberá comparecer en el ayuntamiento a las ocho de la noche (el viernes, entregar su, frase, en sobre cerrado, al reverendo Burgess (si éste tiene la bondad de intervenir); entonces el reverendo Burgess romperá el sobre lacrado que hay en el talego, lo abrirá y comprobará si la frase es correcta. -Si lo es, deberá entregársele el dinero, con mi sincera gratitud, u mi benefactor, así identificado.

La senora Richards se echó a reír con un dulce temblor de excitación y pronto se quedó embelesarla en sus pensamientos, pensamientos de este tipo: «-¡Qué extraño es todo!…

-¡Y qué fortuna para ese hombre bueno que dejó a la deriva su pan sobre las aguas!… -¡Si hubiese sido mi marido el que lo hico! -¡Somos tan pobres!… -¡Viejos y pobres… !»Luego, con un suspiro, pensó:

«Pero no ha sido mi Edward, él no ha dado veinte dólares a un desconocido. Es una lástima, por otra parte. Ahora lo entiendo…..

Y, estremeciéndose, concluyó sus reflexiones: ..Pero es el dinero del jugador.. -¡Las ganancias del pecado! No podríamos cogerlo. No podríamos tocarlo. No me gusta estar cerca de él; parece que me mancha. La señora Richards se sentó en un sillón más alejarlo…

Ojalá viniese Edward y se lo llevara al banco. En cualquier momento podría venir un ladrón. Es horrible estar aquí a solas con el dinero.»A las once llegó el señor Richards y, mientras su esposa le decía: «-¡Cuánto me alegro de que hayas ve i nido! , él manifestaba: Estoy cansado, cansadísimo. Es terrible ser pobre y tener que hacer estos viajes tan pesados a mi edad. Siempre en el molino, en el molino, en el molino …, por cuatro centavos…, esclavo de otro hombre, que está sentado tranquila _mente en su casa, en pantuflas, rico y cómodo..