Se puso de rodillas y miró hacia la pantalla del telescopio. Los buitres habían vuelto a adoptar su pavoneo alrededor del montón de piedras.
—Es una lástima que hoy no podamos observar un fuego. Por la tarde lo intentan con más ahínco.
—Si usted opina esto de los humanos, ¿por qué está fuera de estasis, precisamente ahora? —dijo Lu.
Wil añadió:
—¿Es que piensa usted que podrá persuadir a la nueva colonia que se comporte más…, respetuosamente con la naturaleza?
Raines les obsequió con otra de sus torcidas sonrisas.
—Rotundamente… no. ¿No habrán visto alguna propaganda mía, verdad? Esto es lo que menos me importa. Esta colonia es la mayor que yo he visto, pero va a caer como todas las demás. Una vez más, habrá paz sobre la Tierra. Yo, hum… es solamente una coincidencia que todos hayamos salido del estasis al mismo tiempo —dudó—. Yo… yo soy una artista, señora Lu. Uso los instrumentos de los científicos, pero con un corazón de artista. Cuando estaba en la civilización, vi que se acercaba la Extinción y que no iba a quedar nadie que violara a la naturaleza, pero que tampoco quedaría nadie para ensalzar su obra.
»Por esto viajé a través del tiempo, he estado un pro— medio de un año viva por cada megaaño, pintando mis cuadros, tomando mis anotaciones. Algunas veces sólo estoy un día, otras una semana, o un mes. Durante los últimos megaaños he estado muy activa. Las arañas sociales son fascinantes, y ahora, precisamente en el último medio millón de años, han aparecido los pájaros dragón. No es tan sorprendente que vivamos todos al mismo tiempo.
Había algo sospechoso en aquella explicación. Un año de tiempo de observación, repartido a lo largo de un millón de años dejaba una tremenda cantidad de huecos. La colonia sólo llevaba en actividad unos pocos meses. Las probabilidades de no coincidir con ella parecían ser muy altas. Raines estaba sentada, incómoda, casi temblaba cuando él la miraba. Mentía, pero ¿por qué? La explicación evidente era de un cariz inocente. A pesar de toda su hostilidad, Ménica Raines seguía siendo un ser humano. Aunque ella misma no quisiera admitirlo, todavía necesitaba compartir sus cosas con los demás.
—Pero mi presencia aquí no es pura coincidencia, señor Brierson. Tengo mis cuadros; estoy a punto de marcharme. Supongo que los próximos siglos, el tiempo que vais a tardar todos en morir, serán muy poco gratos. Ya me habría marchado hace mucho tiempo si no hubiera sido por Yelén. Exige que me quede en esta era. Me amenaza con dejarme caer en el Sol si me emburbujo, es una fiera rabiosa. —Al parecer, Raines no tenía tantos explosivos como los Robinson. Wil se preguntaba si habría otros tecno-max que se quedaban a la fuerza—. O sea que ya pueden ustedes darse cuenta de por qué quiero cooperar. No se echen encima de mí.
A pesar de sus agrias palabras, tenia ganas de hablar. Les enseñó el video de los primitivos pájaros dragón, de los tiempos cuando el inicio de un fuego era casi un accidente. Durante sus cincuenta años de viajes había creado archivos que habrían avergonzado a las bibliotecas nacionales del siglo veinte. Don Robinson no era el único que hacía videos caseros. La automatización de Mónica podía reorganizar sus datos para formar unos homotópicos alucinantes, en los que las criaturas presas de la antorcha del tiempo se iban transformando y se fundían de una forma a otra. Parecía estar dispuesta a enseñárselo todo, y Della Lu, por lo menos, parecía querer verlo.
Cuando salieron del escondrijo, reinaba una profunda penumbra en la zona de césped. Raines les acompañó hasta la parte alta de su pequeño cañón. Un viento seco y tibio agitaba el chaparraclass="underline" los pájaros dragón no iban a tener dificultades para encender su fuego si el viento seguía así. Se detuvieron unos momentos en la parte alta de la cresta. Su vista alcanzaba hasta varios kilómetros de distancia en todas direcciones. Unas líneas de colores naranja y rojo cruzaban el horizonte por el Oeste. Una insinuación de color verde estaba encima y luego seguía el violeta y el negro estelar. No se advertía ninguna luz artificial. Un olor parecido al de la miel flotaba en la brisa.
—Es hermoso, ¿verdad? —dijo Raines en voz baja.
Impoluto para siempre y aún más. ¿Era posible que ella quisiera esto?
—Sí, pero algún día la inteligencia volverá a evolucionar. A pesar de que usted tenga razón en lo que piensa de la humanidad, el mundo no va a estar siempre en paz.
Ella no contestó inmediatamente.
—Podría suceder. Hay un par de especies que están al borde de la inteligencia, las arañas, por ejemplo —ella le miró otra vez y su cara quedó iluminada por la semi penumbra ¿estaba enrojeciendo? Al parecer había dado en el blanco—. Si esto ocurriera… bien, yo estaría allí, desde el mismo principio de su aparición. No estoy en contra de la inteligencia propiamente dicha, sino del abuso que se haga de ella. Tal vez podré lograr apartarlos de la arrogancia de mi raza.
Al igual que uno de los dioses antiguos, dirigiría las nuevas criaturas por el camino de la verdad. Mónica Raines encontraría a alguien que pudiera apreciarla adecuadamente, aunque tuviera que ayudar a crearlo.
El aparato volador de Lu se desplazaba regularmente sobre el Pacífico. El sol se levantaba rápidamente sobre el borde de la Tierra. De acuerdo con los datos de sus registros, todavía no era mediodía en Asia. La brillante luz del sol y el cielo azul (que en realidad era el Pacífico que estaba debajo de ellos) les proporcionaba una diferencia emocional importante. Sólo unos minutos antes todo había sido oscuridad y los tenebrosos pensamientos de Mónica.
—Locos —dijo Wil.
—¿Quiénes?
—Todos los viajeros avanzados. En todo un año de trabajo de policía no se puede encontrar alguien que sea más raro que ellos. Yelén Korolev, que parece tener celos de mí sólo por que me gusta su amiga que se quedó sola durante un siglo después de nuestro salto en el tiempo; la lista jovencita Tammy Robinson, que tiene edad suficiente para poder ser mi madre, y cuya meta es poder celebrar el Año Nuevo al final del tiempo; Mónica Raines a cuyo lado cualquier fanático ecologista del siglo veinte quedaría en ridículo. Y además tenemos a Della Lu, que ha vivido tanto que ha de estudiar para poder parecer humana.
Se detuvo después de pronunciar estas últimas palabras y miró con ojos culpables a Della. Ella le sonrió comprensivamente, y la sonrisa parecía que llegaba hasta sus ojos. Maldición. Ahora había momentos en que ella parecía darse cuenta de todo.
—¿Y qué esperabas, Wil? Para empezar, todos somos algo raros: en su día abandonamos voluntariamente la civilización. Desde entonces hemos consumido centenares (y a veces millares) de años para llegar hasta aquí. Esto requiere una fuerza de voluntad que puedes llamar monomanía.
—No todos los tecno-max estaban locos, al principio. Quiero decir que… vuestra motivación original fueron las expediciones de corto alcance, ¿no es cierto?
—Según vuestra escala de medidas, no eran de corto alcance. Yo acababa de perder a alguien a quien quería mucho; quería estar sola. La Misión Estelar Gatewood era un viaje de mil doscientos años. Pero cuando regresé había rebasado la Singularidad, lo que Mónica y Juan llaman la Extinción. Fue entonces cuando me fui en misiones realmente largas. Te has olvidado de todos los técnicos adelantados que eran razonables, Wil. Estos se asentaron des— pues de los primeros megaaños después del Hombre, y sacaron el mejor partido de su situación. Tú te has quedado con lo peor de lo peor, por decirlo de alguna manera.
Ella se había apuntado un tanto. Era mucho más fácil hablar con los técnicos bajos. Hasta entonces Wil había creído que aquello se debía a una mayor afinidad cultural, pero ya comprendía que era algo que obedecía a razones más profundas. Los tecno-min eran personas que habían sido secuestradas, o que tenían metas a corto plazo (como los Dasguptas y sus locos planes de inversiones). Hasta los de Nuevo Méjico, que tenían un gran número de conceptos desagradables, no habían pasado más que unos pocos años en el tiempo real, desde que habían abandonado la civilización.