Todas las semanas había dos actos de aquella clase, uno en Ciudad Korolev bajo el patrocinio de Nuevo Méjico, y otro que los Pacistas montaban allí, en la Costa Norte. Tal como Rohan había dicho, ambos grupos se esforzaban en manejar con cara sonriente a los indecisos. Wil pensaba si alguna vez a lo largo de toda la historia, los gobiernos se habían visto obligados a tratar a la gente con tanta suavidad.
El personal estaba sentado en grupos, sobre mantas, por todo el césped. Otros estaban haciendo cola en las barbacoas. Muchos iban vestidos con camisa y pantalón corto. No se podía saber con certeza, basándose en la ropa, quiénes eran los Pacistas y quiénes los de Nuevo Méjico, aunque la mayor parte de las mantas azules eran de los de la República. El propio Steve Fraley estaba presente. Los de su comitiva estaban un poco tiesos, sentados en sillas de campo, pero no llevaban uniformes. El Sumo Pacista, Kim Tioulang, andaba por allí y fue a estrechar la mano de Steve. Visto desde aquella distancia, su diálogo parecía completamente cordial…
Si Yelén había decidido que él debía mezclarse con la gente, observarla, y ver el rechazo con que aceptaban sus planes, estaba de acuerdo. Wil sonreía débilmente y se echaba hacia atrás apoyándose en sus codos. Había acudido a aquel picnic porque era su deber; para hacer nada más y nada menos lo que los hermanos Dasgupta (y también su sentido común) le habían sugerido. Pero estaba muy contento de haber ido allí, y este sentimiento ya no tenía nada que ver con su obligación.
En algunos aspectos, la escenografía de la Costa Norte era la más espectacular que había visto. Era impresionante y diferente de la Costa Sur del Mar Interior. Allí había acantilados de cuarenta metros que caían directamente sobre estrechas playas. Las praderas que se extendían tierra adentro desde los riscos eran tan acogedoras como cualquier parque en la civilización. Unos pocos centenares de metros más hacia el Norte, el rellano de la cima de los acantilados terminaba en unas laderas muy empinadas cubiertas de árboles y flores, que subían más y más hasta que se destacaban con tintes levemente azules sobre el cielo. Tres cascadas se desplomaban desde aquellas alturas. Era como un paisaje de un cuento de hadas.
Pero el panorama era sólo una parte pequeña del placer de Wil. Había visto ya mucho territorio hermoso en los últimos días, todo tan prístino y virgen como pudiera desear cualquiera de los que odian las ciudades. Algo, en lo más profundo de su mente, pensaba que aquella era la belleza de una tumba y que él era un fantasma que había ido a llorar por los muertos. Hizo descender su mirada desde las alturas y la dirigió a la muchedumbre de los asistentes al picnic. ¡Muchedumbres, por Dios! Recuperó su sonrisa, sin intentarlo. Doscientas, tal vez trescientas personas, todas en un mismo lugar. Allí se podía ver que todavía tenían una oportunidad, que podría haber niños y un futuro para la humanidad, y una posibilidad de utilizar la belleza.
—¡Eh, perezosos, si no nos vais a ayudar con la comida, por lo menos dejadnos sitio para que nos sentemos!
Era Roban, mostrando una gran sonrisa en la cara. Él y Dilip acababan de regresar de las colas para recoger la comida. Les acompañaban dos mujeres. Los cuatro se sentaron, riéndose un poco de la confusión de Wil. La amiga de Rohan era una asiática muy bonita que le saludó agradablemente con una inclinación de cabeza. La otra mujer era una estupenda morena anglo. Dilip, realmente sabía escogerlas.
—Wil, esta es Gail Parker. Gail es un EMC…
—ECM —rectificó la chica.
—Eso es, una oficial del Estado Central Mayor de Era-ley.
Vestía unos shorts que le llegaban a los muslos, y un sujetador de algodón; Wil nunca hubiera podido suponer que era un miembro del Estado Mayor de Nuevo Méjico. Ella le tendió la mano.
—Siempre me preguntaba cómo sería usted, inspector. Desde que era niña me han estado hablando de un gran-dote, negro y mal bicho norteño que se llama W. W. Brierson… —le repasaba de arriba a abajo— No me parece que sea tan peligroso.
Wil cogió su mano con cierta indecisión, luego advirtió el maliciosa brillo de sus ojos. Se había encontrado con muchos Neo Mejicanos desde la fracasada invasión de NM a las tierras sin gobierno. Unos pocos ni tan sólo habían reconocido su nombre. Muchos le estaban francamente agradecidos porque creían que él había acelerado la supresión del gobierno de Nuevo Méjico. Otros, los estadistas tan difíciles de desaparecer que llevaban los galones de Fraley, odiaban a Wil fuera de toda proporción con lo que él significaba.
La reacción de Gail Parker era totalmente inesperada… y divertida. Wil le sonrió e intentó imitar su tono.
—Bueno, señora, soy grandote y negrote, pero en el fondo no soy un mal bicho, como usted dice.
La respuesta de Gail quedó interrumpida por un vozarrón enorme que levantaba ecos por todos los terrenos del picnic.
—AMIGOS —hubo una pausa, luego la voz amplificada habló algo más bajo—. Ooops, estaba demasiado alto… Amigos, permitidme que os robe un poco de vuestro tiempo.
La amiga de Rohan dijo en voz baja:
—¡Qué bonito! ¡Un discurso!
Su inglés tenía un acento muy marcado, pero Wil creyó percibir algo de sarcasmo. Había confiado en que después de la partida de Don Robinson estaba a salvo de más discursos de «¡Amigos!». Miró al que hablaba. Era el mandarrias de los Pacistas, el que había estado dialogando con Fraley unos momentos antes. Dilip le pasó a Wil una lata de cerveza por encima del hombro.
—Te aconsejo que bebas, «amigo» —dijo—. Quizás esto sea lo único que pueda salvarte.
Wil inclinó afirmativa y solemnemente la cabeza y rompió el precinto del bote.
El delgaducho Pacista prosiguió:
—Esta es la tercera semana que nosotros, los de la Paz, hemos sido anfitriones de una fiesta. Si habéis estado en las otras, ya sabréis que teníamos un mensaje que transmitir, pero no queríamos fastidiaros con discursos. Bien, suponemos que ya «os habremos seducido» lo bastante para que ahora me prestéis un poco de atención.
Se rió nerviosamente, y hubo algunas risas-sofocadas en la audiencia, casi sin la menor simpatía. Wil sorbió algo de cerveza y con los ojos entornados miró al orador. Habría apostado cualquier cosa a que aquel fulano estaba realmente nervioso y avergonzado porque no estaba acostumbrado a arengar a las masas. Pero Wil había leído todo lo que se refería a Tioulang. Desde 2010 hasta la caída de la Autoridad de la Paz en 2048, Kim Tioulang había sido el Director de Asia. Había mandado sobre un tercio del planeta. En realidad, su timidez reflejaba el hecho de que si uno es un dictador bastante importante, no tiene necesidad de impresionar a nadie con sus modales.
—Incidentalmente, notifiqué al Presidente Fraley mi intención de hacer propaganda esta tarde, y le ofrecí la «tribuna» por si quería precederme. Graciosamente declinó mi oferta.
Fraley se levantó e hizo megáfono con sus manos:
—Ya os pillaré a todos vosotros en nuestra fiesta.
Hubo risas generalizadas, y Wil advirtió que las comisuras de su boca se torcían hacia abajo. Sabía que Fraley era un ordenancista: era muy fastidioso ver cómo aquel individuo se comportaba con cierta gracia.
Tioulang volvió a dirigirse a la multitud.
—Bueno, bueno. ¿De qué voy a intentar convenceros? De que os unáis a la Paz, y si esto no puede ser, de que os mostréis solidarios con los intereses de los tecno-min, que están representados por la Paz y por la República de Nuevo Méjico. ¿Y por qué os pido esto? La Autoridad de la Paz llegó y se fue antes de que muchos de vosotros nacierais, y las cosas que habéis oído son las habituales que la historia de los vencedores imputa a los vencidos. Pero puedo deciros una cosa: la Autoridad de la Paz siempre ha estado en favor de la supervivencia de la humanidad y del bienestar general de los seres humanos.