La voz del Pacista se suavizó:
—Señoras y caballeros, hay una cosa que está fuera de discusión: lo que hagamos en los próximos años, será lo que determine si la raza humana va a vivir o morir. Todo depende de nosotros. Por el bien de la humanidad, no podemos seguir ciegamente a las Korolevs, o a cualquier tecno-max. No me mal interpretéis: admiro a Korolev y a los otros. Les estoy muy agradecido. Ellos han dado a la especie una segunda oportunidad. Y el proyecto Korolev parece muy sencillo y muy generoso. Yelén ha prometido que, haciendo funcionar sus fábricas por encima del límite de peligro, podrá darnos un moderado nivel de vida durante unas pocas décadas —hizo un ademán dirigido hacia Tos refrigeradores de cerveza y a las parrillas de las barbacoas, como agradeciendo su procedencia—. Ella nos dice que esto va echar a perder sus máquinas siglos antes de lo que tardarían en estropearse. A medida que vayan pasando los años, primero uno y luego otro de sus sistemas irán fallando. Y vamos a quedarnos dependiendo sólo de los recursos que hayamos podido desarrollar nosotros mismos.
»En resumen, tenemos unas pocas décadas para conseguirlo… o regresar al salvajismo. Korolev y los otros nos han provisto de herramientas y de bases de datos para que creemos nuestros propios medios de producción. Creo que todos comprendemos el reto. Esta tarde he estrechado muchas manos, he notado en ellas callos que antes no estaban allí. He hablado con personas que han trabajado doce, quince horas diarias. Dentro de poco, estas pequeñas reuniones serán los únicos momentos de respiro en la lucha cotidiana.
Tioulang hizo una pequeña pausa, y la chica asiática rió por lo bajo.
—Atento todo el mundo. Ahora viene lo importante.
—Hasta aquí, ninguna persona sensata puede estar en desacuerdo. Pero la Autoridad de la Paz, y nuestros amigos de la República nos oponemos al método de Yelén Korolev. La suya es la historia, tan vieja como el tiempo, del terrateniente absentista, de la reina en su castillo y los siervos trabajando en los campos. Por algún designio que jamás ha revelado, reparte nuestros datos y herramientas entre los individuos, nunca entre las organizaciones. La única forma en que los individuos pueden hacer algo que tenga sentido dentro del desconcierto general es seguir las indicaciones de Korolev… desarrollando el hábito de la servidumbre.
Wil dejó la cerveza en el suelo. El Pacista captaba su atención al cien por cien. Seguramente Yelén estaba escuchando el discurso, pero ¿podría llegar a entender el punto de vista de Tioulang? Probablemente no; aquello era algo nuevo para Wil, que había creído que ya sabía todos los motivos posibles para no estar conforme con Korolev. La interpretación de Tioulang era una sutil y tal vez inconsciente distorsión del plan de Marta. Yelén facilitaba herramientas y equipo productivo a los individuos, de acuerdo con las aficiones y oficios que habían tenido en la civilización. Si estos individuos optaban por ceder las instalaciones a la Paz o a la República, era asunto de ellos; era muy cierto que Yelén no había prohibido estas transferencias.
En realidad, Yelén no había dado ninguna orden sobre la forma de utilizar los regalos. Se había limitado a publicar sus bases de datos de producción y sus programas de planificación. Cualquiera podía utilizar aquellos datos y programas para hacer tratos y coordinar el desarrollo. Aquellos que lo coordinaran mejor, sin duda saldrían mejor parados, pero difícilmente aquello era un «desconcierto»… excepto tal vez para los estadistas. Wil observó detalladamente a los asistentes al picnic. No podía imaginarse que los sin gobierno pudieran—ser captados por la argumentación de Tioulang. En aquellas circunstancias, el plan de Marta era lo que más se acercaba a «un negocio como suele hacerse», pero para los Pacistas y los de NM era algo misterioso y ajeno a ellos. Aquella diferencia de percepción podía echarlo todo a rodar.
Kim Tioulang también vigilaba a la audiencia, esperando ver si su exposición había calado.
—No creo que ninguno de nosotros quiera ser siervo, pero ¿cómo podremos evitarlo, dada la superioridad técnica aplastante de Korolev?… Os revelaré un secreto. Los tecno-max nos necesitan más a nosotros que nosotros les necesitamos a ellos. Aunque nos quedásemos absolutamente sin ningún técnico superior, la raza humana todavía tendría una posibilidad. Tenemos, mejor dicho, somos lo único realmente necesario: gente. Entre la Paz, la República y los, uh, sin afiliación, nosotros, los tecno-min, somos casi trescientos seres humanos. Esto es más de lo que ha habido en cualquier colonia después de la Extinción. Nuestros biocientíficos nos dicen que esto es una diversidad genética suficiente, justamente suficiente, para reinstaurar la raza humana. Sin nuestro número, los tecno-max están sentenciados. Y ellos lo saben.
»Así pues, lo más importante es que permanezcamos unidos. Estamos en una posición que nos permitirá reinventar la democracia y la autoridad de la mayoría.
Detrás de Wil, Gail Parker dijo:
—¡Dios mío! ¡Qué hipócrita! Los Pacistas jamás tuvieron interés por las elecciones cuando ellos estaban en el poder.
—Si os he podido convencer de la necesidad de que estemos unidos, y francamente, esta necesidad es tan evidente que en este punto no me hace falta mucha persuasión, queda todavía la cuestión de por qué la Paz presenta una mejor opción que la República.
»Pensadlo bien. La raza humana ya estuvo antes al borde del desastre. En la primera parte del siglo veintiuno, las plagas destruyeron a miles de millones de personas. Entonces, como ahora, la tecnología permaneció ampliamente disponible. Entonces, como ahora, el problema residía en la despoblación de la Tierra. Con toda humildad, amigos míos, la Autoridad de la Paz tiene más experiencia en resolver nuestro actual problema que cualquier otro grupo en toda la historia. Ya conseguimos en otra ocasión sacar la raza humana del borde de su aniquilación. Se diga lo que se diga de la Paz, nosotros, somos los expertos acreditados en estos asuntos…
Tioulang gesticuló tímidamente.
—Y esto es todo lo que tenía que deciros. Son puntos importantes, que requieren reflexión. Cualquiera que sea vuestra decisión, confío en que habréis sopesado cuidadosamente los pros y los contras. Mi gente y yo contestaremos gustosamente vuestras preguntas, pero hacedlas de una en una —y desconectó el amplificador.
Había un zumbido de conversaciones. Un grupo bastante grande siguió a Tioulang cuando regresó a su pabellón, que estaba al lado del estante de las cervezas. Wil movió la cabeza mientras pensaba que aquel fulano se había anotado algunos puntos. Pero la gente no había creído todo lo que había dicho. Exactamente detrás de Wil, Gail Parker estaba dando a los Dasguptas un rápido repaso de historia. La Autoridad de la Paz había sido el gran demonio de principios del siglo veintiuno, y Wil había vivido bastante cerca de aquella época para saber que su reputación no era del todo una calumnia. Los modales tímidos y amistosos de Tioulang podían, tal vez, suavizar los duros perfiles de su historia, pero muy pocos iban a aceptar su opinión sobre la Paz.
Lo que algunos sí aceptaron (como descubrió con tristeza Wil cuando escuchaba lo que decían sus vecinos que eran de los «sin gobierno») fue el punto de vista global de Tioulang. Estaban de acuerdo en admitir que la política de Korolev estaba encaminada a mantenerles a ellos en una posición inferior. Parecía coincidir en que la «solidaridad» era su principal arma contra la «reina de la colina». Y el llamamiento del Pacista para reestablecer la democracia, era especialmente popular. Wil comprendía que los NM aceptaran esto, porque la ley de la mayoría era la base de su sistema. Pero ¿qué pasaría si la mayoría decidiera que todo aquél que tuviera la piel oscura debía trabajar de balde? ¿O que Kansas debía ser invadida? No podía creer que los «sin gobierno» pudieran aceptar una cosa así. Sin embargo, algunos parecían dispuestos a aceptarlo. Aquél era un asunto de supervivencia, y la voluntad de la mayoría estaba trabajando a su favor. ¡Qué frágil es el barniz de la civilización!