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—Pero no necesitamos explicaciones supernaturales, Jason. ¿Para qué? Juan Chanson dijo que unos invasores provocaron la Extinción.

La diatriba de Mudge siguió casi un segundo antes de que advirtiera que había habido alguna interacción real.

Su boca se quedó abierta durante un instante y luego… se rió.

—¿Este retrógrado? No sé cómo podéis creer nada de lo que dice. Se ha caído desde el Camino de Cristo a las garras de la ciencia.

Esta última palabra era malsonante en boca de Jason. Movió la cabeza, y su sonrisa volvió a ser tan ancha como siempre.

—Pero tu pregunta me demuestra algo. Desde luego, podemos considerar que…

El último profeta se acercó más y se embarcó en otro intento para que él comprendiera… y Wil, lo hizo realmente. Jason Mudge necesitaba a la gente. Pero en alguna parte de su pasado, el hombrecito había llegado a la conclusión de que la única forma de lograr la atención de los demás era con algo que fuera cósmicamente importante. Y cuanto mayor era el ardor con que intentaba explicarse, más hostil se volvía su audiencia… hasta que llegó el momento en que tener una audiencia ya era de por sí un triunfo. Si la intuición de Brierson servía para algo, Yelén tenía razón: Jason Mudge debía ser eliminado de la lista de los sospechosos.

El día de veinticinco horas podía parecer algo poco importante. Pero esta hora y pico extra era una de las mejores ventajas del nuevo mundo. Casi todos opinaban así. Por primera vez en sus vidas, parecía que durante el día tenían tiempo suficiente para hacer su trabajo y para reflexionar. Lo más probable era, todos estaban de acuerdo en esto, que pronto se acostumbrarían y los días estarían tan llenos como siempre. Pero iban pasando las semanas y el efecto persistía.

La reunión se prolongó toda la tarde, y perdió mucho de la temática concreta que había seguido al discurso de Tioulang. La atención general se desvió a las redes de balonvolea que había en la parte norte de la pradera. Para muchos de los presentes, fue una tarde agradable y sin preocupaciones.

También debería haber sido así para Wil Brierson, porque siempre le habían gustado aquel tipo de reuniones. Pero, en aquella ocasión, cuanto más tiempo llevaba allí, más incómodo se sentía. ¿El motivo? Si toda la especie humana estaba allí, la persona que le había secuestrado también estaría allí. En algún sitio, a menos de doscientos metros, estaba la causa de todos sus males. Previamente, había creído que podría ignorar este hecho: le había divertido un poco el temor de Korolev de que pudiera iniciar una vendetta contra el secuestrador.

¡Qué poco se conocía a sí mismo! Wil se dio cuenta de que estaba mirando a los demás jugadores, intentando encontrar una cara que surgiera del pasado. Falló tiros muy fáciles; y lo que es peor, chocó contra otro jugador menos robusto que él. Considerando los noventa kilos de Brierson, aquello era una clara falta de buenos modales.

Después de esto, se quedó al borde de la pista. ¿Sabía realmente lo que estaba buscando? El caso de desfalco había sido muy sencillo: un hombre ciego podría haber señalado al culpable. Había tres sospechosos: el Chico, el Ejecutivo y el Conserje (así es como él había pensado de ellos). Si hubiera tenido algunos días más, habría hecho un arresto. El gran error de Brierson fue subestimar el pánico del ladrón. Las cantidades robadas eran triviales. ¿Qué clase de loco podía haber emburbujado al oficial investigador, sabiendo que él mismo iba a recibir un terrible castigo?

El Chico, el Ejecutivo, el Conserje. Wil, ni siquiera estaba seguro de sus nombres, pero recordaba claramente sus caras. Sin duda, las Korolevs habían disfrazado al individuo, pero Wil estaba seguro de que si disponía del tiempo suficiente, iba a poder descubrirlo a través de su disfraz.

Esto es una locura. Había prometido a Yelén (y a Marta antes que a ella) que no perseguiría a su raptor. ¿Y qué iba a hacer si encontraba a aquel bastardo? De cualquier manera, su vida le iba a resultar menos agradable que hasta entonces… Pero su mirada se extravió, treinta años de habilidad policial debían poner riendas a su dolor. Wil se alejó de los juegos y fue a dar una vuelta por la pradera. Más de la mitad de los asistentes no se habían ocupado del balonvolea. Se paseaba aparentando ir sin rumbo fijo, pero era consciente de todo lo que abarcaba su campo visual, buscando el menor signo de evasión. Nada.

Después de deambular por allí, Brierson pasó de un grupo a otro de forma relajada y con buen humor. En sus viejos tiempos, aquel comportamiento hubiera sido genuino, incluso en caso de estar trabajando. Ahora se trataba de un doble engaño. En alguna parte, por encima de él, Yelén vigilaba todos sus movimientos… debía sentirse complacida porque él estaba haciendo exactamente lo que ella quería: durante el transcurso de las dos últimas horas se había entrevistado con casi la mitad de los «sin gobierno», y lo había hecho sin que diera la impresión de ser un interrogatorio oficial. Se había enterado de muchas cosas. Por ejemplo: había mucha gente que se daba cuenta de las verdaderas intenciones que se escondían tras los argumentos de los gobiernos. Esa era una buena noticia para Yelén.

Al mismo tiempo, el designio privado de Wil se iba realizando. Después de diez o quince minutos de charla, ya podía estar seguro de que ninguno del grupo era su presa. Seguía la pista de las caras y de los nombres. Algo que había dentro de él sentía placer por conseguir engañar a Yelén tan absolutamente.

El secuestrador debía de ser, casi con toda certeza, un solitario. ¿Cómo podía esconderse un tipo así? Wil no lo sabía. Había descubierto que por entonces casi nadie estaba realmente solo. Frente a una Tierra vacía, la gente se apiñaba e intentaba ayudar a los que lo pasaban peor. Y podía ver en más de uno una pena terrible, frecuentemente escondida tras un aparente buen humor. Los casos más críticos eran los que habían salido del estasis sólo uno o dos meses antes: para ellos su pérdida era dolorosamente reciente. Era muy probable que hubiese habido algunas crisis psiquiátricas totales; ¿qué podía hacer Yelén en casos como aquellos? Humm. Era perfectamente posible que el secuestrador no estuviera allí. No importaba. Cuando regresara a su casa pensaba comparar la lista de la gente que había encontrado allí con el censo de la colonia. Las discrepancias se pondrían de manifiesto. Después de la próxima reunión, o de la siguiente a ésta, ya podría tener una buena idea de a quién perseguía.

El sol se puso lentamente, descendiendo en un curso recto que parecía algo irreal para los que habían crecido en latitudes de la zona media. Las sombras se hicieron más pronunciadas. El verde de la pradera y de las laderas sufría cambios sutiles a la luz que enrojecía; entonces más que nunca la Tierra parecía el cuadro de un pintor fantasista. El cielo viró al color oro y luego al rojo. A medida que el crepúsculo se iba tornando en noche, se alumbraron unos paneles luminosos en dos de las pistas de balonvolea. Aparecieron algunos fuegos de campamento, que daban una luz amarillenta y alegre en comparación con la luz azulada que había alrededor de las pistas.

Wil había hablado con casi todos los «sin gobierno» y con unos veinte Pacistas. No era un grupo demasiado numeroso, pero había tenido que desplazarse lentamente… para engañar a Yelén, y asegurarse de que no le estaban engañando a él con algún disfraz.

La oscuridad le liberó de su terrible obligación; ya no había razón para una entrevista a menos que confiara en su resultado. Se desplazó paseando hacia las pistas, y su alivio se fue convirtiendo en regocijo. Incluso había desaparecido su impresión de que estaba engañando a Yelén. A su pesar, había hecho un buen trabajo para ella durante aquel día. Había recogido opiniones y actitudes que ella nunca había mencionado.