Por ejemplo:
Había gente que estaba sentada lejos de las luces. Su conversación era en voz baja pero intensa. Casi había regresado a las pistas cuando se encontró en un grupo grande, de casi treinta personas, todas ellas mujeres. A la luz de la fogata más próxima, reconoció a Gail Parker y a algunas más. Unas eran de las «sin gobierno», otras eran de NM, y tal vez había alguna de las Pacistas. Wil se detuvo, y Parker alzó la vista. Su mirada no demostraba la misma cordialidad que antes. Se apartó de allí, consciente de que varios pares de ojos vigilaban su retirada.
Ya conocía el tema de las discusiones. Los individuos como Tioulang podían hablar grandilocuentemente sobre el restablecimiento de la especie humana. Pero esto exigía unos tremendos índices de nacimiento, por lo menos durante un siglo. Sin recipientes— matriz y automatización postnatal, la tarea debía recaer sobre las mujeres. Aquello representaba crear una clase de servidumbre, pero no la que Tioulang estaba dispuesto a denunciar. Sería una servidumbre querida y mimada; los, perdón, las siervas mismas podían estar más convencidas que nadie de la justicia de todo aquello, pero estarían obligadas a soportar una pesada carga. Aquello ya había ocurrido antes. Las plagas de los inicios del siglo veintiuno habían matado a la mayor parte de la especie, dejando además estériles a muchos de los que pudieron sobrevivir. Las mujeres de aquel período tenían un papel muy restringido, muy diferente del de las mujeres de antes o después. Los padres de Wil habían crecido en aquella época. Las únicas discusiones importantes que recordaba entre sus padres estaban relacionadas con los esfuerzos de su madre para iniciar su propio negocio.
En el presente, una servidumbre de las madres sería mucho más difícil de establecer. Aquella gente no acababa de salir de las plagas y de una guerra terrible. A excepción de los Pacistas, procedían de finales del siglo veintiuno y del veintidós. Las mujeres tenían una educación de alto alcance, y muchas de ellas tenían más de una carrera. En la mitad de los casos, eran los jefes. Y la mitad de las veces eran las que empezaban las relaciones amorosas. Muchas de las mujeres del siglo veintidós tenían sesenta o setenta años, a pesar de lo jóvenes y deseables que fueran sus cuerpos. No eran la clase de gente a la que se podía ir empujando por ahí.
…Y a pesar de todo, Gail y las demás podían ver que la extinción final les aguardaba inexorablemente en un futuro muy próximo… a menos que no estuvieran dispuestas a hacer unos terribles sacrificios. Wil comprendió su apasionada discusión y la mirada poco amistosa de Gail. Qué sacrificios había que aceptar, cuáles había que declinar. Qué había que pedir, qué había que aceptar. Wil se alegró de no haber sido bien recibido.
Algo tan brillante como la luna se elevó en el aire por delante de él, y rápidamente cayó. Wil miró hacia arriba y echó una carrera, apartando a la fuerza el problema de su mente. La luz se volvió a elevar, creando nuevas sombras por la pista. ¡Alguien había llevado una pelota luminosa! Un nutrido público ya se había congregado a lo largo de los tres laterales de la pista y le impedía ver.— Brierson se fue abriendo paso hasta que pudo observar el juego.
Wil se dio cuenta de que estaba sonriendo estúpidamente. Los balones luminosos era algo nuevo que hacía sólo dos meses que habían aparecido… cuando él fue secuestrado. Para algunos podía tratarse de algo archiconocido, pero era una novedad absoluta para los Pacistas y hasta para los de NM. El balón tenía el mismo tamaño y tacto que uno de reglamento de balonvolea, pero su superficie brillaba con intensidad. Los equipos jugaban únicamente con su luz, y Wil ya sabía que los primeros juegos habrían de constituir un intermedio cómico. Si mantienes tus ojos fijos en el balón, entonces quedan muy pocas cosas que estén suficientemente iluminadas para poder verlas. El balón se convierte en el centro del universo, una esfera que parece que se dilata y se contrae mientras todo oscila a su alrededor. Después de un corto rato, no puedes encontrar a tus compañeros de equipo y… ni tan siquiera el suelo. Los equipos NM y Pacista pasaron tanto tiempo sobre sus posaderas como sobre sus pies. Unas fuertes risotadas sonaron en el extremo lejano de la pista cuando tres espectadores se cayeron. Aquella pelota era mejor que las que Wil había visto antes. Cuando caía fuera del campo, se oía una campana y la luz cambiaba al amarillo. Era un truco impresionante.
No todos tenían problemas. Sin duda Tung Blumenthal había jugado siempre con balones luminosos. En cualquier caso, Wil sabía que el problema mayor de Tung era jugar al mismo nivel que los demás. El tecno-max abultaba tanto como Wil, pero medía más de dos metros de alto. Tenía la velocidad y la coordinación de un profesional, pero cuando se echaba atrás y dejaba que los otros dominasen el juego, no parecía que lo hiciera por condescendencia. Tung era el único tecno-max que alternaba con los min.
Al cabo de un rato, todos los jugadores habían aprendido la estrategia apropiada: cada vez miraban menos directamente hacia la pelota. Se vigilaban unos a otros, y, lo que era más importante, vigilaban las sombras. Con el balón luminoso, las sombras eran como unos dedos móviles y retorcidos que indicaban dónde estaba el balón y hacia dónde iba.
Las partidas se hacían con rapidez, pero no había más que una pelota y eran muchos los que querían jugar. Wil abandonó cualquier plan inmediato de entrar en el campo de juego. Se paseaba por detrás del público y vigilaba las sombras que oscilaban arriba y abajo, iluminando por momentos una cara y luego volviéndola a sumergir en la oscuridad. Era divertido ver cómo los mayores se comportaban como niños.
Una de las caras le dejó inmóviclass="underline" Kim Tioulang estaba de pie, separado de la gente, a menos de cinco metros de Brierson. Estaba solo. Podía ser un jefe, pero aparentemente no necesitaba un corro de «ayudantes» como Steve Fraley. Era un hombre menudo, su cara quedaba en la sombra excepto cuando un tiro alto lo dejaba bañado en una alternancia de luz. Su concentración era intensa, pero su mirada inexpresiva no denotaba la menor señal de placer.
Aquel hombre era sorprendentemente frágil. Era de un tipo que no había existido en los tiempos de Will (excepto por una intención suicida o por un accidente metabólico). El cuerpo de Kim Tioulang era viejo, estaba en las últimas etapas de la degeneración que, hasta bien mediado el siglo veintiuno, había limitado la duración de la vida a menos de un siglo.
¡Había tantas maneras diferentes de pensar en el tiempo! Kim había vivido menos de ochenta años. Era muy joven en comparación con los «quinceañeros» del siglo veintidós. Y esto no era nada comparado con los trescientos años de experiencia en el tiempo real que poseía Yelén, o con el casi inconcebible número de años vitales de Della. Pero no obstante, en algunos aspectos Tioulang era un caso mucho más extremo que Korolev o Lu.
Brierson había leído el sumario de aquel hombre en el Greenlnc. Kim Tioulang había nacido en 1967. Es decir, dos años antes de que el Hombre iniciara la conquista del espacio, treinta años antes de la guerra y de las plagas, al menos cincuenta años antes de que naciera Della Lu. En cierto perverso sentido, él era el humano más viejo que vivía.
Tioulang había nacido en Kampuchea, en medio de una de las guerras locales que salpicaron los finales del siglo veinte. Aunque reducidas en espacio y en tiempo, eran tan horribles como lo que siguió al colapso de 1997. La infancia de Tioulang estuvo bajo el signo de la muerte, pero una muerte que no era como la causada por las plagas del siglo veintiuno, en la que los asesinos eran unas ambigüedades sin rostro. La muerte en Kampuchea llegaba de persona a persona, por medio de balas, arma blanca o un hambre provocada. Greenlnc decía que el resto de la familia de Tioulang desapareció en la vorágine… y el pequeño Kim acabó en Estados Unidos de América. Era un muchacho muy inteligente; en 1997 terminó su doctorado en física. Y trabajaba para la organización que derribó el gobierno y que ¡legó a ser la Autoridad de la Paz.