—Presidente Fraley —la voz de Yelén hablaba desde algún lugar situado arriba—. Estoy completamente de acuerdo con usted acerca de los rencores.
—Hummm, sí —retrocedió un par de pasos. Cuando hablaba parecía como si lo hiciera hacia arriba—. Le agradezco que lo haya atontado, señora Korolev. Es posible que sea mejor que haya sucedido esto. Creo que ya es hora de que usted se dé cuenta de a quién puede confiar una responsabilidad, y a quién no.
Yelén no contestó. Pasaron algunos segundos. Wil oía el murmullo de conversaciones cerca de él. También oyó el ruido de unos pasos que se acercaban y después la voz de Tung Blumenthal.
—Sólo queremos apartarlo de la gente. Yelén. Dale una oportunidad y deja que use sus piernas. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Blumenthal ayudó a Wil a ponerse de espaldas y después le cogió por debajo de los sobacos. Vio que Rohan Dasgupta le había cogido por las piernas. Pero lo único que Wil podía sentir eran las manos de Blumenthal, sus piernas todavía estaban como muertas. Entre los dos le llevaron con dificultad lejos de la luz y de la gente. Fue una hazaña del escuálido Rohan. Cada pocos pasos, el trasero de Wil se arrastraba por el suelo; oía el ruido, pero no sentía nada. Por fin, todo estuvo a oscuras a su alrededor. Le incorporaron, apoyando su espalda en una gran roca. Las pistas y las fogatas eran lagunas de luz que se agrupaban debajo de ellos. Blumenthal se puso en cuclillas al lado de Wil.
—Tan pronto como notes un hormigueo en las piernas, te aconsejo que intentes andar, Wil Brierson. Así te dolerá menos.
Wil asintió. Era el consejo que siempre se daba a las víctimas de un paralizador, por lo menos cuando el corazón no había salido perjudicado.
—Por Dios, Wil. ¿Qué te ha pasado? —La curiosidad luchaba con la turbación en la voz de Rohan.
Brierson respiró profundamente: las ascuas de su ira todavía ardían.
—Nunca me habías visto cabreado de verdad. ¿Es esto lo que quieres decir, Rohan?
¡El mundo estaba tan vacío! Todos aquellos que le habían importado ya no estaban allí… y el vacío que habían dejado se había llenado de una cólera desconocida para él. Wil movió la cabeza. Nunca se había dado cuenta de lo desagradable que podía llegar a ser una cólera permanente.
Permanecieron sentados otro minuto. Wil empezó a notar un hormigueo en sus pies. Nunca había visto un paralizador cuyos efectos desaparecían tan pronto; sin duda se trataba de otra mejora que habían hecho los tecno-max. Se puso de rodillas.
—Veamos si puedo andar —dijo y se encaramó sobre sus pies con la ayuda de Dasgupta y de Blumenthal, que le servían de muletas.
—Allí hay un sendero —dijo Blumenthal—. No dejes de andar y cada vez te resultará más fácil.
Andaba tambaleándose. El sendero empezó a descender, dejando los terrenos del picnic detrás de la cresta de una colina. Los gritos y risas se fueron amortiguando, y al cabo de unos instantes el sonido más intenso que podían oír era el de los insectos. Había un olor dulzón, ¿de flores, tal vez?, que él jamás había percibido en las proximidades de Ciudad Korolev. El aire era frío, y terriblemente más frío en las partes de sus piernas que habían recuperado la sensibilidad.
Al principio, Wil hubo de descansar todo su peso en Blumenthal y en Dasgupta. Sus piernas le parecían poco más que muñones, a veces se sostenían y a veces se doblaban sin ninguna coordinación real. Al cabo de unos cincuenta metros, los pies de Wil ya notaban los guijarros del camino, y él ya realizaba por lo menos la mitad del trabajo.
La noche era clara pero sin luna. De alguna manera, la luz de las estrellas era suficiente para que vieran por dónde iban… ¿O tal vez era la luz de la Vía Láctea? Wil miró hacia el cielo que tenían delante. La pálida luz era extraordinariamente brillante. Subía por el Este y era una franja ancha que se estrechaba y se perdía a medio camino hacia el cénit del cielo. ¿Por el Este? ¿Podían los megaaños haber llegado a cambiar hasta este punto? Wil casi dio un traspié y notó que los otros le cogían con más fuerza.
Miró hacia lo alto y vio la verdadera Vía Láctea que estaba en otra dirección.
Blumenthal se rió.
—¿No pasaban muchas cosas en las zonas de Lagrange en tu tiempo, verdad? Había habitáis en L4 y L5. Se podían ver fácilmente, ya que eran como estrellas brillantes —no como este resplandor de polvo de estrellas—. Pon suficientes elementos en la órbita de la luna y verás mucho más que unas pocas estrellas nuevas. En mis tiempos, allí vivían millones de personas. Toda la industria pesada de la Tierra estaba emplazada allí. Ya empezaba a haber demasiada aglomeración. Hay un límite para la contaminación térmica y química que se puede soltar antes de que las fábricas empiecen a envenenarse ellas mismas.
Entonces Wil recordó cosas que Marta y Yelén habían dicho.
—Pero ahora allí casi todo son burbujas.
—Sí. Esta luz no se debe a fábricas o civilización. Las perturbaciones debidas al tercer cuerpo del sistema, desde ya hace mucho tiempo han arrasado los artefactos originales. Ahora es un buen lugar para los almacenajes a corto plazo, o para situar allí equipos de observación.
Wil contemplaba absorto aquel pálido resplandor. Intentaba imaginar cuántos miles de burbujas debían ser necesarias para producir aquel resplandor. Sabía que Yelén todavía tenía gran parte de su equipo fuera de la Tierra. ¿Cuántas toneladas de elementos «almacenados a corto plazo» habría allí? Y ya que estamos en esto, ¿cuántos viajeros estaban todavía en estasis, y desconocían los mensajes, que las Korolevs habían dejado a lo largo de los megaaños? Aquella luz era fantasmal en más de un sentido.
Se desplazaron otros doscientos metros hacia el Este. La coordinación de Wil fue retornando gradualmente, hasta que logró andar sin ayuda, aunque tambaleándose algunas veces. Sus ojos se habían adaptado completamente a la oscuridad. Unas flores de color claro parecían flotar sobre los arbustos que bordeaban el sendero, y cuando se acercaban, el olor dulzón les llegaba con más intensidad. Se preguntaba si aquel sendero era natural, o algo artísticamente proyectado por Korolev. Puso a prueba su equilibrio mirando directamente hacia arriba. Con toda certeza, allí había algo negro que ensombrecía las estrellas. El autón de Yelén, y probablemente también el de Della, todavía estaban con él.
El sendero serpenteaba hacia el Sur, hacia las rocas desnudas que formaban los bordes de los acantilados. Desde abajo llegaba un débil suspiro, que no era más que el rítmico batir del agua contra las rocas. Podría haberse tratado del Lago Michigan en una noche silenciosa. Echaba de menos algunos mosquitos para poder sentirse realmente como en casa.
Blumenthal rompió el largo silencio.
—Tú fuiste uno de los héroes de mi infancia, Wil Brierson —se percibía una sonrisa en su voz.
—¿Qué?
—Sí. Tú y Sherlock Holmes. Leí todas las novelas que escribió tu hijo.
—¿Billy escribió… sobre mí?
Greenlnc había dicho que la segunda carrera de Billy había sido la de novelista, pero Wil no había tenido tiempo para ver qué había escrito.
—Las aventuras eran inventadas, aunque tú eras el héroe. Las escribió bajo la premisa de que Derek Lindemann no te había liquidado. Eran casi treinta novelas; corriste aventuras durante todo el siglo veintidós.
—¿Derek Lindemann? —dijo Dasgupta—. ¿Quién…? ¡Oh! ya lo entiendo.
Wil asintió.
—Ya, Wimpy Derek Lindemann… el Chico. El fulano al que hace poco he intentado matar.
Aunque fuese sólo por un momento, su cólera le parecía irrelevante. Wil sonrió tristemente en la oscuridad. Pensaba que Billy había creado una vida sintética para suplir la que se había acabado. ¡Por Dios, iba a leer todas aquellas novelas!