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Miró al tecno-max.

—Me alegro mucho de que disfrutaras con mis aventuras, Tung. Supongo que al crecer, lo superaste. Por lo que he oído decir, te dedicaste a la construcción.

—Cierto y cierto. Pero si hubiera querido ser policía, no me habría costado demasiado. A finales del siglo veintidós, muchas zonas urbanas no tenían más de un policía por cada millón de habitantes. En las zonas rurales, todavía era peor. Había una terrible escasez de crímenes.

Wil sonrió. El acento de Blumenthal era raro, casi cantarín, una mezcla entre escocés y amerasiático. Ninguno de los otros técnicos elevados hablaba así. En los tiempos de Wil, las diferencias entre los dialectos se habían ido suavizando debido a lo rápidas y fáciles que eran las comunicaciones dentro del volumen Tierra-Luna. Blumenthal había crecido en el espacio, a algunos días de viaje de la Tierra.

—Además, preferí construir cosas para proteger a la gente. A principios de siglo veintitrés, el mundo cambiaba más aprisa de lo que puedas imaginarte. Apostaría a que hubo más cambios técnicos en la primera década del veintitrés que en todos los siglos que habían transcurrido hasta terminar el veintidós. ¿Te has dado cuenta de las diferencias que hay entre los viajeros avanzados? Mónica Raines dejó la civilización en el 2195, y a pesar de lo que diga ahora, se compró el mejor equipo técnico disponible. Juan Chanson se fue en el 2200 con una inversión mucho menor; no obstante, el equipo de Juan es superior en todos los aspectos. Sus autones han estado varios miles de años en el tiempo real, y van a servir por lo menos para otro período igual. Mónica ha sobrevivido sesenta años y sólo le queda un autón. La diferencia estaba en los progresos hechos en cinco años en lo referente a equipos de deporte y acampada. Las Korolevs partieron un año después que Chanson. Compraron una cantidad inmensa de equipos con casi la misma inversión que Chanson: un sólo año había depreciado los modelos de 2200 hasta aquel punto. Juan, Yelén y Genet saben esto, pero no creo que ninguno de ellos pueda comprender lo que nos pueden traer nueve años de progresos… ¿Sabes que soy el último de los que salimos?

Wil lo había leído en los resúmenes de Yelén. La diferencia no le había parecido tan terriblemente importante.

—¿Te emburbujaste en el 2210?

—Efectivamente. Della Lu fue la última que lo hizo antes que yo, en el 2202. Jamás hemos podido encontrar a alguien que haya vivido más cerca de la Singularidad.

Rohan intervino en voz baja:

—Debes ser el más poderoso de todos ellos.

—Debería serlo, tal vez. Pero el hecho es que no soy un viajero voluntario. Era más que feliz entonces. Nunca tuve la menor inclinación a saltar hacia el futuro para iniciar una nueva religión o hacer caer el mercado bursátil… lo siento. Rohan Dasgupta, yo no…

—Está bien. Mi hermano y yo fuimos demasiado codiciosos. En aquella época pensamos: ¿qué puede fallar? Nuestras inversiones parecen estar seguras; después de uno o dos siglos nos habrán convertido en hombres muy ricos. Y si no sucede así, pues bien, el nivel de vida habrá de ser tan alto, que incluso siendo pobres podremos vivir mucho mejor que ahora —suspiró—. Apostamos por el progreso del que has hablado antes. No contábamos con regresar a las junglas y a las ruinas, a un mundo sin habitantes.

Anduvieron algunos pasos en silencio. Finalmente pudo más la curiosidad de Rohan:

—¿A ti te secuestraron como a Wil?

—No… no lo creo; pero dado que nadie vivió después de mí, es imposible saberlo con seguridad. Yo trabajaba en la construcción pesada, y a veces ocurren accidentes… ¿Cómo van tus piernas, Brierson?

—¿Qué dices?

El repentino cambio de tema de conversación había pillado a Wil desprevenido.

—Ya están mejor —continuó Wil.

Todavía notaba el hormigueo, pero ya no tenía problemas con su coordinación.

—En este caso regresemos, ¿de acuerdo?

Se alejaron de los acantilados dejando atrás las flores de dulce olor. Las fogatas eran invisibles porque estaban detrás de algunas crestas, habían andado casi unos mil metros. Hicieron todo el camino de regreso sin casi pronunciar palabra. Hasta Rohan estaba callado.

La rabia de Wil se había enfriado, sólo quedaban las cenizas: una tristeza profunda. Meditaba sobre lo que pasaría cuando viese nuevamente a Derek Lindemann. Su disfraz era muy bueno. Si Phil Genet no hubiera dirigido a Wil directamente hacia el Chico, podrían haber pasado semanas enteras antes de que le localizara. Cuando pasó aquello, Lindemann tenía diecisiete años, y era un desgarbado anglo; ahora parecía ser un asiático algo gordinflón de unos cincuenta años. Se veía claramente que había intervenido la cirugía cosmética. Y en cuanto a lo de su edad… pues bien, cuando Yelén y Marta decidían hacer algo podían llegar a ser brutalmente directas. Durante los millones de años que Wil y los otros estuvieron emburbujados, Derek Lindemann había vivido treinta años en el tiempo real, sin asistencia médica. Tal vez entonces las Korolevs habían estado fuera del estasis, tal vez no; los autones que cuidaban su campamento de burbujas de Canadá, podían haber sido competentes para cuidar de él. Durante aquellos treinta años el Chico vivió completamente solo. Treinta años de introspección. El Lindemann que Wil había conocido era un resentido. Sin duda sus pequeños hurtos eran venganzas contra sus parientes de la compañía. No cabía la menor duda de que había emburbujado a Brierson a causa de un pánico infantil. Y durante treinta años el Chico había vivido con el miedo de que algún día W. W. Brierson pudiera reconocerlo.

—Gracias por… haber hablado conmigo. Por lo general, yo no soy así.

Aquello era verdad, y tal vez también era lo que le acobardaba más de todo aquel día. Durante treinta años de trabajo de policía, nunca había perdido los estribos. Posiblemente aquello no era tan sorprendente, porque si hubiera golpeado salvajemente a sus clientes le hubieran despedido inmediatamente. Pero en el caso de Wil, la frialdad le había resultado fácil. Era verdaderamente el tipo tranquilo que aparentaba ser. Con mucha frecuencia había sido él quien conservaba la calma y conseguía apartar a los demás de las fronteras del pánico y de la rabia. Durante las últimas semanas, todo esto había cambiado, pero…

—Vosotros habéis perdido tanto como yo, ¿no es cierto?

Recordó toda la gente con la que había hablado aquella misma tarde, y la confusión se convirtió en vergüenza. Tal vez el viejo W. W. Brierson había sido siempre imperturbable porque nunca había tenido verdaderos problemas. Cuando llegó la crisis, fue el más débil de todos.

—Está bien —dijo Blumenthal—. Siempre han existido las peleas. Algunas personas hacen más daño que otras. Y para cada persona, algunos días son peores que otros.

—Además, tú eres especial, Wil —dijo Rohan.

—¿Yo?

—Los demás tenemos que ocuparnos de reconstruir la civilización. Korolev nos da una considerable cantidad de material. Requiere mucha supervisión, no hay bastantes elementos automáticos para hacerlo todo. Trabajamos tanto como cualquiera del siglo veinte. Creo que esto vale para la mayoría de los tecno-max. De Tung lo sé concretamente.

»Pero tú, Wil, ¿cuál es tu trabajo? Tu trabajo es tan duro como el nuestro, pero ¿qué es lo que haces? Intentas descubrir al que asesinó a Marta. Apuesto a que te resulta divertido. Tienes que pasar todo tu tiempo por ahí, tú solo, pensando en las cosas que se han perdido. Ni el más perezoso de los tecno-min tiene este problema. Si alguien quisiera que te volvieras loco, no podría haber inventado un trabajo más adecuado.

Wil se dio cuenta de que sonreía. Recordaba las veces que Rohan había intentado llevarle a aquellos picnics.

—¿Qué me vas a recetar? —preguntó a la ligera.