El Señor Malo. Phil Genet. La asociación fue instantánea y no necesitó ninguna clase de lógica que la apoyara.
—¿Para qué hacer tanto misterio sobre esto? Dale a Tioulang cierta protección y pregúntale cuáles son sus planes.
—Ya lo he hecho. Pero ahora no quiere hablar. —Estoy convencido de que tienes drogas de la verdad. No tienes más que traerle hasta aquí y… —Wil se detuvo, súbitamente avergonzado. Estaba hablando como un policía gubernamental—. Las necesidades del Estado son lo primero.
Podía racionalizarlo, desde luego. Aquél era un mundo sin contratos policiales ni sistemas legales. Mientras no estuvieran bien institucionalizados, la mera supervivencia podía justificar aquellos procedimientos. El razonamiento era resbaladizo, y Wil se preguntaba si habría que resbalar mucho hacia el salvajismo antes de poder asentar bien los pies en el suelo.
Cuando se dio cuenta de su turbación, Yelén sonrió, (aunque Wil no podía decir si era por simpatía o por que le resultaba divertido).
—Decidí no hacerlo. Por lo menos, todavía no. Los tecno-min ya me odian bastante. Y es perfectamente posible que Tioulang pudiera suicidarse durante el interrogatorio. Algunos de estos gobiernos del siglo veintiuno ponían en su gente unos bloqueos psicológicos. Si los Pacistas heredaron esta cochina costumbre… Además, es posible que no sepa más de lo que ya sabemos: que alguien está apoyando a la facción NM.
Wil recordó el pánico repentino de Tioulang; el hombre temía a alguien en particular.
—¿Lo tienes bajo protección?
—Sí. Casi tan buena como la tuya, aunque él no lo sabe. Por ahora no me quiero arriesgar a apoderarme de él.
—¿Quieres saber quién es mi candidato favorito para el papel del malo? Es Phil Genet.
Yelén se inclinó hacia adelante.
—¿Por qué?
—Se dejó ver por allí, sólo unos pocos minutos después de que Tioulang se fuera. Este hombre huele mal.
—¿Huele mal? ¿Esta es una opinión profesional, verdad?
Wil se frotó los ojos.
—¡Vaya! Tú querías que te explicara mis «impresiones», ¿recuerdas?
Pero ella tenía razón. No lo hubiera expresado de aquella manera, si hubiera razonado bien.
—Phil es un sádico. Hace años que lo sé. Y creo que ha empeorado ahora que hemos sacado del estasis a todos los tecno-min. Vosotros, pobrecitos, sois para él unas víctimas demasiado fáciles. Vi como te manejó a placer cuando te habló de Lindemann. Siento haber tenido que paralizarte, Wil, pero no puedo tolerar ninguno de los antiguos rencores.
Wil asintió, algo sorprendido. En la voz de ella había algo que parecía simpatía. La verdad era que le estaba agradecido porque le había paralizado.
—Genet es capaz de asesinar, Yelén.
—Hay mucha gente así. ¿Qué le hubieras hecho tú a Lindemann si no…? Mira, a ninguno de nosotros nos gusta Phil. Pero esto, estrictamente hablando, no es decir mucho: tú no me gustas especialmente, y sin embargo nos comportamos mutuamente bien. Phil nos ayudó mucho a Marta y a mí. Dudo mucho de que hubiésemos podido rescatar a los Pacistas sin sus equipos de construcción. Ha quedado suficientemente demostrado que quiere que la colonia resulte bien.
—Quizá. Pero ahora que ya está reunido todo el mundo, tal vez vuestro «interés común» haya desaparecido y lo que realmente quiera sea dirigir él solo la función.
—Hummm. Sabe que ninguno de nosotros tiene la menor posibilidad si nos liamos a tiros. ¿Crees que está tan loco?
—No lo sé, Yelén. Vuelve a mirar las grabaciones. Tuve la impresión de que no jugaba sólo conmigo. Sabía que tú estabas escuchando. Creo que también se reía de ti. Como si estuviera a punto de lograr algún triunfo, algo de lo que el sádico que hay en él no podía evitar dar alguna pista.
—Es decir, que tú opinas que lo del balón luminoso fue cosa suya, y que se estaba riendo de todos nosotros mientras iba dándote «pistas» —se pellizcó los labios—. No tiene sentido… pero supongo que te pago por tu intuición más que por cualquier otra cosa. Sacaré del estasis algunos autones más, y trataré de vigilar mejor a Phil.
Yelén se echó hacia atrás, y por un momento Wil creyó que ya había acabado con él.
—Está bien. Quiero que repasemos tus otras conversaciones —observó la expresión de Wil—. Mira, inspector. Yo no te había pedido que alternaras con la gente para tu conveniencia. Aquí tenemos un asesinato, una incipiente guerra civil y el disgusto general que todos sienten por mí. Todo lo que hemos visto hoy puede tener una relación directa con otros asuntos. Quiero conocer tus reacciones mientras las tienes frescas.
Y así, revisaron el picnic. Literalmente. Yelén insistió en pasar casi todo el vídeo. Era verdad que necesitaba ayuda. Wil no sabía si se debía a los siglos que había vivido aislada, o a su punto de vista de tecno-max, pero había muchas cosas referentes al picnic que Yelén no entendía. No sentía la menor simpatía por el dilema de las mujeres. La primera vez que pasaron la reunión de las mujeres, hizo un oscuro comentario sobre el asunto de «la gente que debía pagar por los errores de los demás» ¿Se estaría refiriendo al error de las Korolevs de no haber traído tanques-matriz?
Wil dejó que ella pasara de nuevo la escena, y luego intentó explicárselo. Al final, ella se enfadó un poco.
—Claro que tendrán que hacer sacrificios. ¿Pero es que no se dan cuenta de que es la supervivencia de la especie humana lo que está en juego? —agitó su mano—. No puedo creer que su naturaleza sea tan diferente de la de los siglos anteriores. Cuando llegue la crisis, deberán cumplir con su deber. —¿Cumpliría también la reina de la montaña con su deber de hembra? ¿Tendría seis críos… o doce? Brierson se abstuvo de formular estas preguntas en voz alta. Podía prescindir de una explosión de la Korolev.
La luz matutina del sol que entraba por las ventanas de Yelén fue cambiando lentamente a una claridad vespertina. El reloj del registrador de datos de Wil indicaba que ya había transcurrido la Hora de las Brujas. Si continuaban de aquella manera, pronto estaría viendo una salida de sol real a través de sus propias ventanas. Por fin el análisis volvió a la conversación que Wil había mantenido con Jason Mudge. Korolev le detuvo.
—Puedes borrar a Mudge de tu lista de sospechosos, inspector.
Wil había estado a punto de decir lo mismo. Simuló curiosidad y preguntó:
—¿Por qué?
—El majadero cayó por el acantilado esta última noche. Se dio de cabeza.
Brierson hacía esfuerzos para permanecer despierto.
—¿Quieres decir, que está muerto?
—Muerto más allá de cualquier intento de resucitarle, inspector. Mucho hablar de Dios, pero no era ningún abstemio. La autopsia encontró un 0.22 por ciento de alcohol en su sangre. Había abandonado la reunión un poco antes de que descubrieras a Lindemann. Al parecer, no pudo encontrar a nadie que por lo menos fingiera escucharle. La última vez que le vi iba tambaleándose por las laderas escarpadas del lado oeste. Anduvo unos mil quinientos metros por el sendero que baja hasta el acantilado y debió resbalar cuando estaba cerca del borde. Una de mis patrullas de rutina encontró su cuerpo poco después de que regresaras aquí. Llevaba en el agua un par de horas.
Wil apoyó las mejillas en las manos y movió lentamente la cabeza. Yelén, Yelén, llevamos hablando toda la noche, y durante todo este tiempo tus autones han estado investigando y haciendo la autopsia… y tú no has sido capaz de decirme ni una palabra sobre que había muerto un hombre.
—Te pedí que no le perdieras de vista.
—Bueno. Decidí no seguir tú consejo, porque él no era tan importante —calló durante unos momentos, era posible que algo de la actitud de él la hubiera afectado—. Mira, Brierson, no me gusta que haya muerto. Eventualmente, podría haber olvidado toda esa basura de la Tercera Venida, y haber sido útil para algo. Pero considéralo así: ese hombre era un parásito, y si está fuera del paso es un sospechoso menos que tenemos, por más rebuscada que fuera la sospecha.