»Pero no te inclines todavía por la Teoría Alfa. He dicho que la Singularidad fue un espejismo. La Teoría Beta lo puede explicar igualmente. En el 2207 el nuestro era el proyecto más importante de Stellation Incorporada. Emplearon todos sus fondos en alquilar tantas concesiones como fuera posible alrededor del sol. Pero después del 2209, ya había disminuido su entusiasmo. En la conferencia de márketing realizada en la Luna, casi pareció como si los peces gordos de Stellation quisieran presentar nuestro proyecto como si se tratara de una frivolidad.
Tung se calló y sonrió.
—Ahora ya tienes un esbozo a grandes rasgos de los Grandes Sucesos. Lo encontrarás explicado mucho más claramente y con más detalles en las bases de datos de Yelén —inclinó su cabeza hacia un lado—. ¿Tanto te gusta escuchar a los demás, Wil Brierson, que antes has preferido venirme a ver?
Wil le devolvió la sonrisa.
—Quería oírte primero y de primera mano. Y todavía no te comprendo. Soy uno de los primitivos tecno-min, Tung. Jamás he experimentado una conexión directa, y mucho menos los enlaces mentales de que hablas. Pero sé lo que le duele a un tecno-max el quedarse sin su cinta de cabeza —a lo largo de todo el diario de Marta, tal pérdida era un motivo de dolor—. Por lo que llego a entender de tus explicaciones sobre tu tiempo, has perdido mucho más. ¿Cómo te las arreglas para parecer tan tranquilo?
Una mínima expresión sombría cruzó por la cara de Tung.
—Realmente, no es ningún misterio. Tenía diecinueve años cuando abandoné la civilización. Desde entonces ya he vivido cincuenta años más. No recuerdo casi nada del tiempo inmediato después de que me rescataran. Yelén dice que estuve en coma durante meses. No encontraban nada que marchara mal en mi cuerpo: sólo que no había nadie dentro.
»Ya te he dicho que mi compañía era pequeña y rural. Esto es sólo si se la compara con las mejores. Éramos ocho personas: cuatro hombres y cuatro mujeres. Tal vez debiera decir, además, que aquello era un matrimonio en grupo, porque efectivamente lo era. Pero también era mucho más. Invertimos hasta nuestro último gAu en nuestro sistema procesador y en los interfaces. Cuando estábamos todos conectados, formábamos algo… maravilloso. Pero ahora todo esto ya no son más que recuerdos de recuerdos, que no tienen más significado para mí que el que puedan tener para ti —su voz se había ablandado—. ¿Sabes? Teníamos una mascota: una pobre y dulce niña, casi descerebrada. Incluso con prótesis era apenas tan brillante como tú o como yo. Casi siempre era feliz —la expresión de su semblante era ilusionada e intrigada—. Y la mayor parte de las veces, yo también soy feliz.
19
Allí estaba el diario de Marta. Había empezado a leerlo como una confirmación de lo que decían Yelén y Della. Llegó a convertirse en una adicción secreta, con él pasaba las horas que venían después de las discusiones que sostenía con Yelén hasta la madrugada, y las horas posteriores a sus trabajos de campo.
¿Qué hubiese ocurrido si Wil no se hubiera comportado tan caballerosamente la noche de la fiesta de los Robinson? Marta había muerto antes de que la pudiera conocer realmente; pero se parecía algo a Virginia… y hablaba como ella… y reía como ella. Su diario era el único medio de que disponía para poder llegar a conocerla bien. Y de esta manera cada noche terminaba con una nueva melancolía, que sólo era comparable a la de sus sueños matutinos.
Desde luego, Marta encontró que las minas de Extremo Oeste estaban emburbujadas. Pasó allí algunos meses y dejó algunos carteles. No era un territorio seguro. Por allí vagaban unas criaturas que parecían perros. En una ocasión la habían rodeado y había tenido que iniciar un incendio en la hierba y jugar al escondite con los perros por entre las burbujas. Wil había leído este fragmento muchas veces; le hacía reír y llorar al mismo tiempo. Para Marta sólo se trataba de algo obligado para permanecer viva. Se marchó hacia el Norte, hacia las laderas de los Alpes Kampucheanos. Fue allí donde Yelén encontró el tercer montón de piedras.
Marta llegó hasta la burbuja Pacista, dos años después de ser abandonada. Había andado y navegado a vela alrededor del Mar Interior para poder llegar hasta allí. Durante los seiscientos últimos kilómetros había escalado los Alpes Kampucheanos. Todavía era optimista, pero algunas veces se burlaba de ella misma. Se había puesto en camino con intención de recorrer medio mundo, y sólo había conseguido llegar a menos de dos mil kilómetros de distancia de su lugar de partida. A pesar del reposo de un año, los maltrechos huesos de su pie no habían sanado perfectamente. Hasta que llegara su rescate (era su manera usual de expresarlo), cojearía. Después de una larga caminata de todo un día, sentía dolores.
Pero tenía sus planes. La burbuja Pacista estaba en el centro de una llanura vitrificada de 150 kilómetros de ancho. Incluso en la época actual, poca vida había vuelto a arraigar allí. La primera vez que llegó hasta ella, lo hizo con el pie puesto sobre el trineo.
«La burbuja no es extraordinariamente grande, tal vez mida unos trescientos metros de ancho. Pero su ubicación es espectacular, Lelya: no recuerdo todos los detalles. Está en un pequeño lago rodeado de elevaciones uniformes. Concéntricas a éstas, hay unas cadenas montañosas en forma de círculos. Escalé los picos y miré desde lejos hacia la burbuja. Mi imagen reflejada me miraba y nos hicimos señales con la mano. Con su foso y su anillo de montañas, parece una joya en su engaste. Espaciadas uniformemente a lo largo de la pared hay cinco joyas menores que son las burbujas que contienen nuestros equipos de observación. Quienquiera, o lo que fuera, que me ha dejado aislada, las ha dejado emburbujadas. ¿Pero, por cuánto tiempo? Estas cinco estaciones se habían programado para que tuvieran un período muy corto entre sus observaciones. Todavía ahora, no puedo creer que alguien consiga alterar nuestros sistemas de control para lograr saltos de más de unas pocas décadas.
»¿No sería una broma, si me rescataran los Pacistas? Ellos creyeron que sólo iban a hacer un salto de cincuenta años para renovar su dominio. ¡Vaya sorpresa se llevarían si al salir se encontraban con un mundo vacío, en el que sólo había un contribuyente! Sería muy divertido, pero prefiero que me rescates tú, Lelya…
»El engaste de la joya tiene algunas grietas. Hay una cascada que llega al lago por el Sur. El agua sale por una brecha que hay en la pared norte. Es muy clara. He podido ver peces en el lago. En algunos sitios el acantilado se ha colapsado. Me parece que resultará ser un buen suelo de cultivo. Este sitio, es, probablemente, el más habitable en toda esta zona de destrucción. Si he de detenerme, Lelya, creo que éste es el mejor sitio para hacerlo. Es el que vigilaréis preferentemente. Está en el centro de una llanura vitrificada que se puede encontrar con facilidad. ¿Crees que nuestros autones de L5 reaccionarían a KILROY ESTÁ AQUÍ, escrito en letras de un kilómetro de alto?
»Está decidido. Esta será mi base en tanto no me rescatéis. Creo que lograré convertirlo en un sitio agradable donde vivir, Lelya».
Y Marta lo hizo así. Durante los primeros diez años fue haciendo mejoras. En cinco ocasiones hizo expediciones fuera de la zona vitrificada, algunas veces porque necesitaba cosas como semillas o leña, después fue para importar algunos amigos: anduvo trescientos kilómetros hacia el norte, hasta llegar a un gran lago. Había monos pescadores en aquel lago. Entonces empezó sus planes matriarcales. No resultaba demasiado difícil encontrar tríos extraviados que vagaban por las costas buscando algo mayor que ellos que andará sobre dos piernas. Los pescadores preferían estar al borde del lago. Al final del duodécimo año, había tantos, que muchos iban río abajo cada año.