»Yelén, desde entonces mi objetivo fue el mismo que el tuyo. Hasta el punto que mientras vosotros, los tecno-max, seguíais en estasis, yo ya hacía mis planes. La única diferencia era que yo conocía la existencia de los alienígenas. Pero jamás pude convencer de ello a Mudge. En realidad, las señales eran tan sutiles que empecé a preguntarme si alguien más podría creerme.
Chanson se había puesto en pie y su manera de hablar se hizo más rápida.
»A menos que nos protegiéramos contra los invasores, todos los buenos deseos del mundo no harían resucitar a la especie humana. Yo tenía que hacer algo. Yo… Yo incrementé alguna evidencia. Detoné cargas nucleares en algunas ruinas. ¡Seguramente, ni un hombre ciego dejaría de darse cuenta de esto! —miró acusadoramente a Tammy y a Yelén—. Pero cuando regresasteis al tiempo real, no quedasteis convencidas. No podíais aceptar ni siquiera la más clara de las evidencias… Lo intenté. Lo intenté. Durante los siguientes dos mil años viajé por todo el Sistema Solar, descubriendo las señales de la invasión, haciéndolas más aparentes para que hasta los idiotas no pudieran dejar de verlas.
»Al final, tuve un pequeño éxito. W. W. Sánchez tuvo la paciencia necesaria para examinar los hechos, y la falta de prejuicios para creer. Os convencimos a todos para que fuerais algo más precavidos. Pero el peso de la vigilancia todavía recaía sobre mí. Nadie más quería poner centinelas en los confines del Sistema Solar. Al correr de los años, pude destruir dos sondas alienígenas, pero todavía Sánchez fue el único que quedó convencido —miraba más allá de Wil, como si hablara consigo mismo—. Me gustaba Bill Sánchez. Hubiera deseado que no hubiera abandonado; aunque su colonia era algo pequeña para tener éxito. Le visité allí, en varias ocasiones. Estaba en una larga e idílica ladera. Bill quería hacer investigaciones, pero lo único que tenía era la cinta perforada que había encontrado en Charon. Estaba obsesionado por ella; la última vez que le vi llegó a decir que era una falsificación —una expresión ligera de pena pasó por la cara de Juan—. Bueno, aquella colonia era demasiado pequeña para poder sobrevivir, desde luego.
Los ojos de Yelén estaban completamente abiertos, todo el blanco aparecía alrededor de sus iris; todo su cuerpo se había quedado rígido. Chanson tal vez no podía notarlo, pero la muerte flotaba en el ambiente.
Wil cortó la línea visual de Yelén; su voz era un tranquilo eco del tono distante de Chanson.
—¿Y qué hay de lo de Marta, Juan?
—¿Marta? —Juan casi llegó a mirarle—. Marta siempre estuvo falta de prejuicios. Aceptó la posibilidad de una amenaza alienígena. Creo que la asustó la llegada de Lu, ya que aquella criatura era, evidentemente, muy poco humana. Marta habló con Lu, tuvo acceso a algunas de sus bases de datos. Y luego… y luego… —tenía los ojos llenos de lágrimas—. Empezó a interrogar a las bases de datos acerca de Mudge.
¿Cuánto llegó a sospechar Marta? En aquella ocasión, probablemente nada; la mayor parte de las embarulladas referencias sobre Mudge no tenía la menor conexión con Chanson. Fue una increíble mala suerte que desde el principio se acercara tanto al secreto de Juan.
—No debería haber mentido acerca de mi pasado, pero ya era demasiado tarde. Marta podía destruir todo aquello a lo que yo había dedicado tanto trabajo. La colonia podía quedarse indefensa. Tuve que hacerlo, tuve que hacerlo…
—¿Matarla? —la voz de Yelén fue un grito.
—¡No! —Juan levantó la cabeza de golpe; no debía olvidar la realidad que tenía alrededor suyo—. Nunca hubiera podido hacer tal cosa. ¡Me gustaba Marta! Pero… tenía que ponerla en cuarentena. Esperé a ver si me denunciaba. No lo hizo, pero me di cuenta de que jamás podría estar seguro de que no lo hiciera más tarde. No podía consentir que se quedara.
»¡Por favor, escuchadme! Cometí errores; insistí demasiado para haceros ver la verdad. Pero debéis creer lo que digo: los invasores están allá fuera, Yelén. Destruirán todo lo que tú y Marta soñabais, si no me creéis… —la voz de Juan se convirtió en un alarido. Cayó pesadamente, y se quedó tendido con los brazos y las piernas dando sacudidas.
Con dos rápidas zancadas, Wil se arrodilló a su lado. Wil miró a aquella cara agonizante; había dispuesto de dos días para prepararse para aquel momento y para suprimir la rabia homicida que sentía cada vez que veía a Chanson. Korolev no había dispuesto de tanto tiempo; Wil podía notar sus ojos penetrantes que sentenciaban a muerte detrás de él.
—¿Qué le has hecho, Yelén?
—Le he desconectado, he cortado sus enlaces de comunicaciones —se situó al lado de Wil para poder observar mejor a Chanson—. Se recuperará.
Su cara mostraba una rara sonrisa, que, en cierta manera, era más temible que la rabia.
—Quiero tener tiempo para pensar en una justa venganza. Y quiero que él pueda darse cuenta de ello, cuando llegue el momento —sus ojos se posaron en los que estaban más cerca—. Sacadlo de mi vista.
Por una vez, no hubo debate; sus palabras hubieran podido ser descargas eléctricas. Tung y tres tecno-min cogieron a Chanson y lo llevaron hasta el volador que se estaba posando al lado del anfiteatro. Wil salió tras ellos.
—¡Brierson, quiero hablar contigo! —las palabras eran bruscas, pero había algo raro en el tono de Yelén.
Wil retrocedió desde los escalones. Yelén se lo llevó alrededor del borde de la plataforma, lejos de la gente, que empezaba a salir del estado de shock.
—Wil —dijo en voz baja—. Me gustaría ver lo que dejó Marta. Lo que dijo Marta cuando no estaba escribiendo bajo la vigilancia de Chaman.
Wil tragó saliva: hasta la victoria le iba a resultar difícil. Tocó el hombro de ella.
—Marta dejó el quinto montón de piedras, tal como le dije a Chanson. Si hubiéramos podido encontrarlo durante los primeros millares de años… Después de cincuenta milenios, sólo pudimos ver que había contenido una hoja de papel rojo. Se había convertido en polvo. Nunca podremos saber con seguridad qué quiso decirnos… Lo siento, Yelén.
26
Nevaba. Por toda la colina se oían gritos, y de vez en cuando algunas risas. Jugaban a una batalla de bolas de nieve.
W. W. Brierson bajó por la ladera hasta el extremo de la zona de los pinos. Era curioso que, en un mundo tan vacío, todavía quisiera estar a solas. Tal vez no fuera tan curioso. Su dormitorio era un lugar demasiado concurrido. Sin duda habría otros que como él se habían separado de los lanzadores de bolas de nieve, y que paseaban bajo los pinos, aparentando que aquella época era diferente.
Encontró un gran peñasco, trepó sobre él y limpió un sitio donde sentarse. Desde allí podía ver unos glaciares alpinos que desaparecían entre las nubes. Wil dio unos golpes suaves a su registro de datos y empezó a discurrir. La especie humana tenía otra oportunidad. Dilip y muchos otros parecían estar realmente convencidos de que esto se lo debían a él. Bien. Había resuelto el caso. Sin duda alguna, había sido el más importante de toda su carrera. Ni el mismo Bill Brierson hubiese podido imaginar que su padre pudiera correr una aventura tan grande. Y el principal responsable había sido castigado. Era indudable que Juan había sido castigado…
Yelén había hecho honor a los sentimientos caritativos de Marta: había logrado que el mismo perdón conllevase el castigo. Juan fue ejecutado por un exceso de tiempo de vida. Fue abandonado en el tiempo real, sin abrigo, sin herramientas y sin amigos. Pero la suya era una tortura diferente a la de Marta, y tal vez mucho más cruel. Se abandonó a Juan junto a un autón médico. Podía seguir viviendo todo el tiempo que quisiera.