Poco más había en el informe de Yelén. Los monos pescadores habían recibido un potente empujón hacia la inteligencia, pero aquello no bastaba. La evolución biológica no tiene una tendencia especial hacia la sapiencia; se encamina ciegamente a conseguir optimizaciones locales. En el caso de los monos pescadores, fue alcanzar el dominio de las aguas profundas. Durante algunos siglos, la raza que él había mejorado, seguía viviendo en los Estrechos del Este, todavía seguían transportando piedras para recubrir el muñón de la pirámide, todavía miraban hacia lo alto, todas las tardes. Pero lo hacían sólo por instinto, no recibían recompensa. Al final, volvieron a ser tal como Juan los había encontrado.
Wil borró la pantalla. Temblaba, y no era únicamente a causa del frío. Jamás olvidaría los crímenes de Juan, ni tampoco olvidaría jamás su prolongada agonía.
Había parado de nevar. Ya no se oían gritos por la colina. Wil miró sorprendido la luz del sol que se colaba por los árboles que estaban tras él. Había estado más de una hora viendo el informe de Yelén. Hasta aquel momento, no se había percatado de los calambres que sentía en las piernas ni del frío que se filtraba a través de la roca.
Wil se puso bajo el brazo el archivo de datos y bajó de la peña. Todavía le quedaba tiempo para disfrutar de la nieve y de los pinos. Le llegaban los ecos de un invierno que en su memoria estaba a diez semanas de distancia, los últimos días en Michigan antes de que hubiera volado hasta la costa, para trabajar en el caso Lindemann. Sólo que aquellos campos de nieve estaban casi en el ecuador, y el mundo actual estaba en medio de una era glacial.
Los trópicos se habían enfriado. Los bosques de Jacarandas se habían desplazado a terrenos menos elevados, al borde del Mar Interior. Pero ninguna de las capas de hielo continentales habían bajado hacia el Sur más allá de la latitud cuarenta y cinco. La nieve que había en Ciudad Korolev se debía a la altitud. Yelén calculaba que los glaciares que se acercaban desde los Alpes Indonésicos no llegarían más abajo de la cota de los cuatro mil metros. Explicaba, que dadas las características de las épocas glaciales, aquella no era excepcional.
Wil anduvo un kilómetro atravesando el pinar. Una semana antes (tal como su cuerpo contaba el tiempo), aquello había sido el vitrificado cráter de Ciudad Korolev. Tamaña destrucción y ya no quedaba rastro de ella. Ascendió por una cresta y vio la puesta de sol, con sus tonos amarillos y rojos por encima del color blanco del suelo. Alguien hacía sonar una sirena a lo lejos. Más allá, hacia el Norte, podía ver los bosques de Jacarandas que llegaban a tocar el mar. Era hermoso, pero existían buenas razones para abandonar aquella era. Algunos de los mejores yacimientos de minerales habían quedado sepultados por el hielo. ¿Por qué iban a paralizar la nueva civilización cuando era más débil?… Y además, estaba Della. Tenía cantidades ingentes de equipos. Le iban a dar por lo menos cien mil años para que tuviera tiempo para regresar.
De pronto, Wil se sintió poco condescendiente. Demonio, era capaz de dar a Della mil veces cien milanos. ¿Pero para qué serviría todo aquello? Después de aquella noche con los casi-perros, Wil confiaba en que ella se hubiese encontrado a sí misma. Sin su ayuda, jamás habría podido preparar el doble juego contra Chanson y Gerrault. Una sonrisa malévola apareció en su cara. Ella había logrado engañar a sus dos adversarios hasta conducirlos a la derrota. El plan había consistido en obligar a Gerrault a que saliera en su persecución durante todo el tiempo que hiciera falta para engañar a Juan. ¡Y les había salido bien! Había representado el papel de la antigua y loca Della muy bien. Demasiado bien. Nunca regresó. Nadie pudo saber con certeza qué había ocurrido; hasta cabía dentro de lo posible que hubiera muerto al luchar contra Gerrault. Era mucho más probable, que alguna de las acciones reflejas de batalla se hubiera apoderado de ella. Incluso si el impulso de atacar se hubiera agotado, seguiría persiguiendo al otro durante quién sabe cuantos milenios. Y si el impulso se mantenía…
Wil recordaba lo poco de humano que tenía cuando la conoció. A pesar de conservar todas las memorias asistidas por ordenador y todas las demás ventajas, aquella Della se parecía mucho a lo que había llegado a ser Juan Chanson en la época final de su condena. A pesar de lo dura que ella misma se consideraba, Della no le ganaba a Juan en terquedad. ¿Cuánto tiempo de su vida podría dedicar a aquella persecución? Mucho temía que ella había decidido aceptar voluntariamente el mismo destino que le había sido impuesto a Juan.
Wil decidió que el frío no le gustaba nada. Miró en su registro de datos. Marcaba la fecha de 17 de marzo de 2100. Todavía no la había cambiado. En alguna parte de su memoria se hallaban todavía las anotaciones de lo que Virginia le había pedido que le llevara desde la Costa. ¿Qué más podría haber sucedido en diez semanas? Uno debía ser flexible en aquellos tiempos modernos. Dejó de ocuparse de la puesta de sol y del silencio, y regresó al dormitorio. Podía darse por satisfecho con aquel final feliz. Los días siguiente serían duros, pero sabía que podría resistirlo. Durante los últimos días, Yelén había sido amistosa con casi todo el inundo. En otros tiempos no hubiera consentido detenerse en medio de una era glacial para darles la ocasión de ver cómo era.
El atardecer tropical hizo que la penumbra que se presentó de pronto, se troncara rápidamente en oscuridad. Cuando Wil rebasó la colina que estaba delante del dormitorio, sus ventanas iluminadas parecían sacadas de una Navidad de Michigan.
En algún momento de la madrugada siguiente, cuando todos estuvieran bien calientes en sus camas, Santa Claus Yelén les emburbujaría una vez más. Su trineo había tenido un baqueteado aterrizaje, entrando y saliendo del tiempo real durante los últimos sesenta mil años. Wil sonrió al pensar en tan absurdo símil.
Pudiera ser que aquella vez se detuviera indefinidamente.
Aquella noche fue la última vez que Wil tuvo su sueño azul. En muchos aspectos fue como los de las otras veces. Estaba tumbado, sus pulmones se habían quedado sin aire. Adiós, adiós. Lloraba y lloraba, pero no emitía el menor sonido. Ella estaba a su lado y le cogía su mano. Su cara era la de Virginia, y también la de Marta. Le sonreía tristemente, era una sonrisa que no podía desmentir la verdad que ambos conocían… Adiós, adiós. Y luego aquello cambió. Ella se inclinó sobre él y apoyó amorosamente la cara sobre su mejilla, tal como Virginia solía haber. Ella jamás hablaba, y él no sabía exactamente si el pensamiento era propio, o había un consuelo que procedía de ella. Hay alguien que todavía vive y que no ha dicho adiós, alguien que te puede amar mucho.
Querido Wiclass="underline" adiós.
Brierson se despertó con un sobresalto, jadeando para poder respirar. Sacó las piernas de la cama y se quedó sentado unos instantes. La pequeña habitación estaba fuertemente iluminada por la luz diurna, pero no podía ver lo que había fuera, la ventana estaba completamente empañada. Todo estaba en silencio; generalmente podía oír a través de las paredes de plástico que había mucha actividad. Salió de su cuarto y no había un alma a la vista. Pero subían ruidos por la escalera. Aquello lo explicaba: había una reunión programada para primera hora de aquella mañana. El hecho de que Yelén quisiera reunirse con los tecno-min en el dormitorio ponía de nuevo en evidencia cuánto había cambiado; ni siquiera le había pedido su asistencia. El haberse despertado tarde, era una prueba semiconsciente de su libertad. Quería ser un simple espectador, por el momento. La dirección de la pasada reunión le había resultado una experiencia un poco… traumática.