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Wil fue de puntillas hasta el cuarto de aseo del piso de arriba. Por una sola vez, podría disponer por completo de aquel lugar.

¡Vaya sueño más fantástico! Wil contemplaba su imagen en el espejo del lavabo. Tenía humedad alrededor de los ojos, pero sonreía. El sueño azul siempre había sido una carga agobiante, algo que requería un gran esfuerzo para olvidarse de ello. Pero en aquella ocasión le había tranquilizado y hasta le había hecho feliz. Canturreaba mientras se lavaba, mientras su pensamiento jugaba con aquel sueño. ¡Virginia había parecido tan real! Todavía le parecía notar su contacto en la mejilla. Ahora ya sabía la gran decepción oculta que le había causado Virginia, lo sabía porque, de repente, la decepción había desaparecido. Le había herido profundamente que Virginia no le hubiera seguido. Siempre se había dicho a sí mismo que ella intentaba hacerlo, que todavía estaba haciendo acopio de recursos cuando la sorprendió la Singularidad. No había creído en esta excusa; había visto lo que podía sucederle a una personalidad después de cien años. Pero entonces, sin otra razón que un sueño, había cambiado de sentimientos. Bien, ¿qué pasaría si la explicación de Della de la Singularidad fuese cierta? ¿Qué sucedería si la tecnología había trascendido lo inteligible? ¿Y si la mente había adquirido la inmortalidad por haber crecido infinitamente más allá del horizonte humano? Porque, en este caso, algo que había sido Virginia, podía existir todavía y querer consolarle.

Wil, de pronto, advirtió que se lavaba la cara por segunda vez. Durante unos instantes, él y su imagen espectacular se sonrieron vergonzosamente uno a la otra, como conspiradores dándose cuenta de lo absurdo de sus actos. Si no se andaba con cuidado, llegaría a ser otro Jason Mudge completo, con ángeles guardianes y voces de ultratumba. Pero a pesar de todo, Della había dicho que había algo parecido a la religión que se escondía al final de su propio materialismo.

Pocos minutos después, bajó por la escalera lateral hasta la cafetería. Las voces que salían eran fuertes, pero no sonaban a enfado. Dudó, pero se alejó de la puerta. Podría ser una fantasía, pero quería conservar la emoción de aquel sueño tanto tiempo como fuera posible. Hacía mucho tiempo que no había empezado el día sintiéndose tan bien. Durante unos momentos, creyó realmente que había «alguien que todavía vive, que te puede amar mucho». Salió del edificio dormitorio a la luz del día. La construcción estaba rodeada por un perfecto disco blanco, que era la nieve que había sido transportada por el tiempo dentro de su burbuja. El sol abrasaba los montones de nieve, haciendo elevar una niebla de sublimación alrededor de todo el dormitorio. Wil atravesó la nieve a medio fundir, y la brillante neblina. Se detuvo donde se acababa la nieve y observó las casi— jacarandas y otros árboles menos fáciles de identificar que crecían por allí. El día ya era caluroso. Dio un paso hacia atrás y disfrutó del frescor que procedía de la nieve. Exceptuando la silueta de alguna colina, el mundo era el mismo que antes de la batalla. Los glaciares habían sido dominados de nuevo, y habían retrocedido hasta picos muy lejanos. Más allá de un barranco y unos pocos centenares de metros más arriba de la ladera, había un penacho aislado de niebla de sublimación, y las torres doradas del Castillo Korolev relucían débilmente dentro de ella.

Una sombra pasó sobre él.

—¡Wil!

Miró hacia arriba, al tiempo que Tammy caía del cielo. Condujo su plataforma hasta que quedó flotando a baja altura, tal como había hecho para invitar a la fiesta de su padre a los que estaban barriendo las cenizas. Incluso iba vestida también de un blanco impoluto. Se quedó allí, mirando hacia abajo.

—Quería verte otra vez… antes de marcharme.

Hizo descender su plataforma hasta el suelo, al lado de los pies de Wil. Ya debía mirarle desde abajo.

—Gracias, Wil. A no ser por ti, Gerrault y Chanson se habrían apoderado de todos nosotros. Ahora creo que todos podemos resultar vencedores —su sonrisa se hizo mucho mayor—. Yelén me ha dado el equipo suficiente para salir de esta era.

Wil pensó que era demasiado perfecta para poder mirarla.

—¿Ya has abandonado tus propósitos de reclutar a la gente?

—Nada de esto. Yelén me ha dicho que puedo volver cuando hayan pasado cien años, y las veces que quiera después de este plazo. Con los equipos de Gerrault, y los cigotos, podréis alcanzar un éxito duradero. Dentro de uno o dos siglos, aquí habrá más gente de la que podemos imaginar. No se van a sentir tan abatidos como se sienten ahora, y muchos de ellos pueden haberse cansado de la civilización. Tal vez haya docenas, o millares que quieran marcharse conmigo. Y se tratará de personas a las que no tendremos que mantener. Esto es mucho más de lo que papá podía esperar —hizo una pausa de un segundo y luego dijo en voz baja—. Espero que querrás venir conmigo, Wil.

—Al… algunos de nosotros hemos de quedarnos en el tiempo real, o no habrá ninguna civilización que puedas saquear, Tammy —intentó sonreír.

—Ya lo sé, ya lo sé. Pero dentro de cien años, cuando regrese… ¿Qué te parece?

¿Que qué le parecía? Los Robinson creían que se podían dominar todos los misterios si se estudiaban el tiempo suficiente y se tenía paciencia. Pero un gusano plano podía estudiar toda la eternidad y no llegar a comprender la ópera. Dijo en voz alta:

—¿Quién sabe cuáles serán mis sentimientos dentro de cien años, Tammy? —se interrumpió y se quedó mirándola durante unos segundos—. Pero si no me voy contigo… y consigues llegar hasta el fin del tiempo… espero que presentarás mis respetos al Creador.

Tammy se estremeció, y luego vio que no intentaba burlarse de ella.

—De acuerdo. Si estás detrás de mí, lo haré —apoyó sus manos sobre los hombros de Wil y se puso de puntillas para poder besarle en los labios. —Ya nos veremos, Wil Brierson.

Pocos segundos después, Tammy desapareció por encima de los árboles. ¿Aquella que todavía vive, a la que no has dicho adiós? Suponía que no, pero tenía cien años para decidirse.

Wil andaba por el perímetro de la niebla, intrigado por la manera como el calor y el frío luchaban allí donde se acababa la nieve. Dio la vuelta al dormitorio y se encontró frente a la entrada. Todavía estaban allí. Sonrió para sí mismo y entró. ¡Que caray!

Estaba a medio camino de la entrada, cuando se abrieron las puertas. Sólo salió una persona. Era Yelén, que le miró sin sorprenderse.

—¡Ah! Me preguntaba cuanto tiempo ibas a quedarte ahí fuera.

Mientras ella se le aproximaba, él buscaba signos de enfado en su pálida cara eslava. Ella se dio cuenta y sonrió de lado.

—No te preocupes. No me han dado la patada, ni voy a marcharme ofendida. Sólo se trata de que todo este regateo me resultaba algo aburrido. Aquí dentro esto se ha convertido en un mercadillo de intercambios, se están repartiendo todo lo que sobrevivió a nuestra lucha… ¿Dispones de un minuto, Wil?

Dijo que sí, y salió con ella de la zona fría, regresando por donde había llegado.

—¿Has pensado que, por bien que vayan las cosas, vamos a necesitar unos servicios policiales? La gente te respeta sinceramente. Esto ya es el noventa por ciento de lo que hace prósperas a compañías como la Policía Estatal de Michigan o la Protectora Antidelito.

Brierson movió negativamente la cabeza:

—Esto suena a un juego al que ya nos hemos dedicado. Gran parte de los «sin gobierno» quieren contratarme, pero sin que tú se lo impongas. Pero no puedo imaginarme que los gobiernos toleraran que yo les hiciera la competencia.

—Oye, no te estoy pidiendo imposibles. La verdad es que Fraley y Dasgupta están allí dentro ahora mismo, poniéndose de acuerdo para hacerte una oferta común por tus servicios.