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—Los miraré más tarde. ¿Puedes hacerme un resumen? Me tomaría uno de esos bocadillos, si me dejas lavarme.

Ella le lanzó uno de atún con pan de centeno y se sentó en la borda, agarrándose a los lados para compensar el bamboleo del barco. Como de costumbre, apenas llevaba puesto nada. A la joven bióloga, hermosa, con un bonito cuerpo y pelo largo y negro, le sentaba muy bien no llevar apenas nada.

—Creo que tenemos toda la información de ondas cerebrales que nos hacía falta, Jacob. No sé cómo lo lograste, pero la atención de Makakai en inglés fue al menos el doble de lo normal. Manfred cree que ha encontrado suficientes conjuntos sinápticos asociados para hacer grandes avances en su siguiente grupo de mutaciones experimentales. Hay un par de nódulos que quiere expandir en el lóbulo cerebral izquierdo de los hijos de Makakai.

»Mi grupo está satisfecho con lo que tenemos de momento. La facilidad de Makakai con la ballena demuestra que la generación actual puede manejar máquinas.

Jacob suspiró.

—Si esperas que estos resultados persuadan a la Confederación para que cancele la próxima generación de mutaciones, no cuentes con ello. Están asustados. No quieren tener que depender siempre de la poesía y de la música para demostrar que los delfines son inteligentes. Quieren una raza de manipuladores de herramientas analíticos, y dar palabras en clave para activar los cohetes de una ballena mecánica no les servirá. Veinte a uno a que Manfred tendrá que cortar.

Gloria se puso roja.

—¡Cortar! Son personas, un pueblo con un sueño maravilloso. ¡Los convertiremos en ingenieros y perderemos una raza de poetas!

Jacob dejó el bocadillo y se limpió las migajas del pecho. Lamentaba haber abierto la boca.

—Lo sé, lo sé. También a mí me gustaría que las cosas fueran un poco más despacio. Pero míralo de esta forma. Tal vez los fins podrán expresar algún día con palabras al Sueño-Ballena. No necesitaremos el ternario para discutir del tiempo, ni nuestro argot para hablar de filosofía. Los delfines podrán unirse a los chimpancés y volverán sus narices metafóricas a los galácticos mientras nosotros nos hacemos pasar por adultos dignos.

—Pero…

Jacob alzó la mano para interrumpirla.

—¿Podemos discutirlo más tarde? Me gustaría acostarme un rato, y luego bajar y visitar a nuestra chica.

Gloria frunció un momento el ceño, pero luego sonrió abiertamente.

—Lo siento, Jacob. Debes de estar muy cansado. Pero al menos hoy, por fin, todo ha funcionado.

Jacob se permitió devolverle la sonrisa. Su ancho rostro se llenó de arrugas en torno a la boca y los ojos.

—Sí —dijo, y se puso en pie—. Hoy todo ha salido bien.

—Ah, por cierto, mientras estabas abajo, hubo una llamada para ti. ¡Era un eté! Johnny se puso tan nervioso que apenas se acordó de anotar el mensaje. Creo que está por alguna parte.

Gloria retiró los platos y encontró un trozo de papel. Se lo tendió.

Jacob frunció las pobladas cejas cuando miró el mensaje. Tenía la piel tensa y oscura, mezcla de antepasados y exposición al sol y al agua salada. Los ojos marrones tendían a estrecharse para convertirse en dos finas ranuras cuando se concentraba. Se llevó una mano callosa a su ganchuda nariz amerindia y trató de descifrar la letra del operador de radio.

—Supongo que todos sabíamos que trabajabas con etés —dijo Gloria—. ¡Pero desde luego no esperábamos que uno nos llamara aquí! ¡Especialmente uno que parece un brote gigante de brécol y que habla como si fuera ministro de protocolo!

Jacob alzó la cabeza.

—¿Ha llamado un kantén? ¿Aquí? ¿Dijo su nombre?

—Debería estar por ahí. ¿Eso es lo que era? ¿Un kantén? Me temo que no entiendo mucho de alienígenas. Podría reconocer a un cintiano o un timbrimi, pero éste era nuevo para mí.

—Mm… voy a tener que llamar a alguien. ¡Fregaré los platos más tarde, no los toques! Dile a Manfred y a Wilfred que bajaré dentro de un rato a visitar a Makakai. Y gracias de nuevo. —Sonrió y la tocó suavemente en el hombro, pero al volverse, su expresión se tornó preocupada.

Atravesó la escotilla delantera, con el mensaje en la mano. Gloria se lo quedó mirando durante un instante. Recogió las cartas de datos y le hubiera gustado saber qué haría falta para retener la atención de aquel hombre durante más de una hora, o de una noche.

El camarote de Jacob apenas era un armarito con un estrecho jergón plegable, pero ofrecía intimidad suficiente. Sacó su tele portátil de un pequeño mueble situado junto a la puerta y la depositó sobre la cama.

Lo lógico era que Fagin hubiera llamado simplemente para ser sociable. Después de todo, le interesaba mucho el trabajo con los delfines.

Sin embargo, en algunas ocasiones, los mensajes de los alienígenas sólo habían traído problemas. Jacob pensó en no devolver la llamada del kantén.

Tras un momento de vacilación, pulsó una clave en la tele y se tranquilizó. Cuando llegaba el momento, no podía resistir la oportunidad de charlar con un E.T., en cualquier sitio, a cualquier hora.

Una línea de binario destelló en la pantalla, dando la localización de la unidad portátil a la que llamaba. La Reserva E.T. de La Baja. Tiene sentido, pensó Jacob. Ahí es donde está la Biblioteca. Apareció la advertencia de costumbre prohibiendo a los condicionales establecer contactos con alienígenas. Jacob apartó la mirada con disgusto. Brillantes puntos de estática llenaron el espacio sobre las sábanas y delante de la pantalla, y entonces apareció Fagin, en réplica, a unos pocos centímetros de distancia.

El E.T. parecía exactamente un brote gigante de brécol. Tallos redondos azules y verdes formaban esferas simétricas alrededor de un tronco retorcido y estriado. Aquí y allá diminutos copos cristalinos moteaban algunas ramas, formando un amasijo cerca de la cima en torno a una boca invisible.

El follaje se movió, y los cristales se agitaron ante el paso del aire exhalado por la criatura.

—Hola, Jacob. —La voz de Fagin sonó metálica en medio de la habitación—. Te saludo con alegría y gratitud, y con la austera carencia de formalidad en la que con tanta frecuencia y vehemencia insistes.

Jacob reprimió una carcajada. Fagin le recordaba a un antiguo mandarín, tanto por el tono cantarín de su acento como por el retorcido protocolo que usaba incluso con sus amigos humanos más íntimos.

—Te saludo, Amigo-Fagin, y te deseo lo mejor con todo respeto. Y ahora que hemos acabado con eso, y antes de que digas una sola palabra, la respuesta es no.

Los cristales tintinearon suavemente.

—Jacob! ¡Eres tan joven y sin embargo tan perspicaz! ¡Admiro tu sabiduría y tu habilidad para adivinar el propósito de mi llamada!

Jacob sacudió la cabeza.

—Nada de adulaciones ni de velado sarcasmo, Fagin. Insisto en hablar contigo en inglés coloquial porque es la única forma que tengo de evitar que acabe hecho un lío cada vez que trato contigo. ¡Y sabes muy bien de lo que estoy hablando!

El alienígena se estremeció, ofreciendo una parodia de un encogimiento de hombros.

—Ah, Jacob, debo inclinarme ante tu voluntad y utilizar la altamente estimada honestidad de la que tu especie debería estar orgullosa. Es cierto que hay un pequeño favor que tengo la temeridad de pedir. Pero ahora que me has dado tu respuesta —basada sin duda en ciertas circunstancias pasadas y desagradables, la mayoría de las cuales sin embargo resultaron para bien— simplemente olvidaré el tema.

»¿Sería posible inquirirte cómo avanza tu trabajo con la orgullosa especie pupila "delfín"?

—Oh, sí, el trabajo va muy bien. Hoy hemos conseguido un avance.