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— Este instrumento permite la observación simultánea a dos personas — explicó Belskiy —. Les dos veremos la misma imagen proporcionada por el telescopio.

— Ya lo sé. También nosotros, los biólogos, lo utilizamos — contestó Shatrov.

— Hoy recurrimos raramente a la observación visual — continuó Belskiy —; el ojo se cansa en seguida y no conserva la imagen. Todo el trabajo astronómico moderno se basa en la fotografía, especialmente la observación de las estrellas, que es la que le interesa… Para empezar, puede ver alguna estrella. Aquí tiene una bonita pareja, azul y amarilla, en la constelación del Cisne. Regule el foco, como de costumbre… Espere; será mejor apagar la luz, para que sus ojos se acostumbren…

Shatrov acercó los ojos al binocular y con mano experta reguló rápidamente los tornillos. En el centro de la negra circunferencia del campo visual brillaban claramente dos estrellas muy próximas. Shatrov se dio cuenta inmediatamente de que el telescopio no estaba en situación de aumentar las estrellas tanto como la Luna o los planetas, a causa de las inmensas distancias que las separan de la Tierra. El telescopio recogía y concentraba sus rayos, haciéndolos más brillantes, más nítidamente visibles, y permitiendo ver mejor millones de estrellas de menor tamaño, absolutamente invisibles a simple vista.

Ante Shatrov, sobre un fondo intenso, brillaban dos puntos luminosos de un bonito color azul y amarillo, incomparablemente más espléndidos que las más bellas piedras preciosas. Aquellos minúsculos puntos luminosos proporcionaban una indecible sensación de luz purísima y de infinita distancia, sumergidos en el insondable abismo de las tinieblas atravesadas por sus rayos. Shatrov quedó fascinado por aquella palpitación de mundos lejanos, hasta que Belskiy, apoyándose cómodamente contra el respaldo de la butaca, lo distrajo al decirle:

— Continuemos nuestras observaciones. Difícilmente tendremos otra noche tan buena, y además, el telescopio ya no estará libre. ¿Quiere ver el centro de nuestra galaxia, el eje sobre el que gira esta rueda de estrellas?

Los motores volvieron a funcionar. Shatrov sintió cómo se desplazaba la plataforma. En las lentes del binocular apareció un enjambre de veloces luces. Belskiy aminoró la marcha del telescopio y la enorme máquina se movió imperceptible, silenciosamente. Ante los ojos de Shatrov desfiló la parte de la Vía Láctea situada en los sectores de las constelaciones de Sagitario y de Escorpión.

Las breves aclaraciones de Belskiy le ayudaron a orientarse en el acto y a comprender lo que veía. La cinta lechosa de la Vía Láctea estaba rociada de innumerables puntos luminosos, que se espesaban en una gran nebulosa oblonga dividida por dos zonas oscuras. Aquí y allá, sendas estrellas más cercanas a la Tierra brillaban con mayor intensidad, como sí hubiesen salido de las profundidades del espacio.

Belskiy paró el telescopio y amplió los aumentos del ocular. El campo visual apareció casi enteramente ocupado por una nube de estrellas, una densa masa luminosa en la que ya no se distinguían las estrellas separadas. A su alrededor hormigueaban millones de estrellas en grupos compactos y enrarecidos. A la vista de esta abundancia de mundos, no inferiores a nuestro Sol en dimensiones y luminosidad, Shatrov notó una cierta opresión.

— En esta dirección se halla el centro de la galaxia — explicó Belskiy —, a una distancia de treinta mil años luz. El verdadero centro es invisible para nosotros. Hasta hace poco no se ha logrado fotografiar con rayos infrarrojos el indistinto y vago contorno de este núcleo. A la derecha, esta mancha negra de enormes dimensiones es la masa de materia oscura que cubre el centro de la galaxia. En torno suyo giran todas las estrellas, así como el Sol, a una velocidad de doscientos cincuenta mil kilómetros por segundo. Si no existiera esa cortina oscura, aquí, la Vía Láctea sería muchísimo mas luminosa y por la noche nuestro cielo no parecería negro, sino de color ceniza… Sigamos adelante…

En el telescopio, entre los enjambres de estrellas, se veían intervalos negros a distancias de millones de kilómetros.

— Aquélla es una nube de polvo oscuro y de fragmentos de materia — explicó Belskiy —. Las estrellas las atraviesan con sus labios infrarrojos, como se ha demostrado al fotografiar con placas especiales… Aunque hay también numerosas estrellas que no brillan. Nosotros hemos comprobado sólo la presencia de las más próximas gracias a las ondas de radio que éstas emiten.

Shatrov contemplaba una gran nebulosa. Semejante a una espira de humo luminosa, surcada con profundos vacíos negros, se cernía en el espacio como una nube embestida por un torbellino. En lo alto y a la derecha se veían copos más lúcidos, amarillentos, lanzados en los infinitos espacios interestelares.

Daba miedo pensar en las inmensas dimensiones de aquella nube de polvo cósmico que reflejaba la luz de las estrellas lejanas. En una cualquiera de sus negras zonas de vacío, todo nuestro sistema solar resultaría una entidad imperceptible.

— Echemos ahora una mirada más allá de los confines de nuestra galaxia — dijo Belskiy.

El campo visual se engrandeció. Sólo en muy escasos momentos aparecían en lo profundo del cielo puntos luminosos apenas perceptibles, tan débiles que su luz moría en el ojo, sin conseguir casi provocar una sensación visual.

— Este es el espacio que separa nuestra galaxia de las otras islas de estrellas. Son mundos estelares parecidos a nuestra galaxia, pero excepcionalmente lejanos. Allí, hacia la constelación de Pegaso, se halla la zona más profunda del espacio que conocemos. Ahora miramos la galaxia más vecina a nosotros, que tiene dimensiones y forma semejantes a nuestro gigantesco sistema. Está formada por miríadas de estrellas de diverso tamaño y luminosidad, presenta los mismos cúmulos, la misma faja de materia oscura, que se extiende sobre el plano ecuatorial y está también rodeada de cúmulos estelares esféricos. Es la llamada nebulosa M 31, en la constelación de Andrómeda. Está inclinada oblicuamente con respecto a nosotros, de forma que así la vemos en parte ladeada y en parte plana…

Shatrov vio una nebulosa pálida de alargada forma oval. Observándola con atención, pudo distinguir haces luminosos dispuestos en espiral y separados por zonas oscuras.

En el centro de la nebulosa era visible una masa de estrellas más compacta y luminosa, que se fundía en un único grupo a una distancia abismal. De esta partían ramificaciones en espiral apenas perceptibles. Alrededor de la masa compacta, separados por anillos oscuros, se extendían haces más claros y pálidos, rotos en las extremidades por una serie de pequeñas manchas redondas, en particular hacia el limite inferior del campo visual.

— Mire… Para un paleontólogo como usted, esto le resultará particularmente interesante. La luz que llega ahora a nuestros ojos ha salido de aquella galaxia hace un millón y medio de años. Cuando aún no existía el hombre sobre la Tierra..

— ¿Y aquélla es la galaxia más próxima? — preguntó Shatrov, maravillado.

— ¡Exacto! Conocemos otras, situadas a distancias del orden de centenares de miles de millones de años luz. La luz ha tenido que correr durante miles de millones de años a la velocidad de diez trillones de kilómetros al año para llegar hasta nosotros. Hemos observado estas galaxias en la constelación de Pegaso…

— ¡Inconcebible! Apenas cabe imaginar distancias semejantes. Espacios infinitos, inconmensurables…