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– ¿Qué coño piensa que he estado haciendo? Creo que lo he hecho bien, considerando los hechos. Creo que lo he hecho jodidamente bien. No perfecto, sin embargo, pero por poco. Hay todavía algunas en mi cabeza cosas que no cuadran.

– Simon, los detalles no importan…

– Los detalles son todo lo que importa. ¿Por qué todas esas gilipolleces sobre Mandy Buckley, de la sala de parto? ¿Por qué pedirme que buscara al padre de David?

– ¡Porque estaba casado con Vivienne y se separaron! Algo sucedió que le hizo desear tan desesperadamente querer irse que ni siquiera mantuvo contacto con su hijo. Mantener contacto con David hubiese significado mantener contacto con Vivienne. Pensé -quizás erróneamente -que a la fuerza debía saber cómo era ella realmente, y que quizás, cuando leyó en los diarios sobre la muerte de Laura, habría pensado que…

– ¿Así que se suponía que debíamos encontrarlo para que él nos dijera todo esto a nosotros?

– Sí.

– Correcto. -Parece que Simon se desinfla-. Debí saberlo, supongo. ¿Y Mandy?

Encojo de hombros, avergonzada.

– Si iba a insistir en que alguien había cambiado a mi bebé por otro, tenía que elaborar unas cuantas teorías posibles, ¿no? Me asusté. Las cosas se volvieron un poco… desordenadas dentro de mi mente en ese momento.

– Pareció menos creíble. Es en parte por eso que… -Se detiene, un poco de color le sube a la cara.

– ¿El motivo por el que no me creyó totalmente? -Me siento revindicada-, Simon ¿tratará de no estar enfadado conmigo? ¿In tentará entender?

Todavía estoy intentando entenderlo yo misma. Va a ser difícil crear un relato coherente a partir de todo esto. Todo lo que sé es que durante algún tiempo había un bebé llamado La Pequeña. Tenía la cabecita perfectamente redonda, ojos azules, manchas de leche sobre su nariz. Nadie estaba seguro de a quién le pertenecía.

Simon se levanta.

– La puedo proteger de algunas cosas, pero no de todo -dice-. Incluso con los atenuante a su favor, secuestrar a la hija de David y malgastar mucho tiempo de policía. La depresión posparto puede considerarse como un factor atenuante, pero… no puedo garantizar que no irá más lejos.

Se está escondiendo detrás de un vocabulario oficial. No es Simon Waterhouse sino un representante de la fuerza pública.

– ¿Qué hay sobre nuestra amistad? -inquiero, preguntándome, incluso mientras se lo digo, si tenemos una. Quizás esta conexión entre nosotros se evapore en cuanto concluya esta vivencia común. Pero Simon entró en mi cabeza de una manera en la que nadie nunca lo hizo. Pienso que será difícil olvidarlo-. ¿Llevaremos la amistad más lejos?

No responde. Nos miramos. No sé qué está pensando. Estoy penando que el momento nunca llegará, para ninguno de nosotros, cuando responda a la última pregunta. Siempre habrá cabos sueltos, hilos colgando en nuestras vidas: lo pendiente, lo no resuelto. Florence ha nacido en un mundo desordenado, y llegará el momento en que tendré que explicar que no siempre le podré dar una respuesta, que no siempre ella podrá encontrar una. Pero seguiremos adelante, con un futuro incierto. Nos tendremos la una a la otra.

Agradecimientos

Quisiera agradecer a las siguientes personas, quienes me brindaron su significativa ayuda: Carolyn Mays, Kate Howard, Karen Geary, Peter Straus, Rowan Routh, Lisanne Radice, Nat Jansz, Chris Gribble, Hilary Johnson, Rachel Hoare, Adele Geras, Jenny Geras, Norman Geras, Dan Jones, Kate Jones, Michael Schmidt, Katie Fforde, Morag Joss, Alan Parker, Marcella Edwards, Anne Grey, Wendy Wooton, Lisa Newman, Debbie Copland, Lindsey Robinson, Susan Richardson, Suzie Crookes.

Sophie Hannah

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