Recordé algo que me había dicho Roosevelt Frost: que perros, gatos y monos no eran los únicos sujetos de experimento en el laboratorio de Wyvern, sino que había algo peor.
– Personas -dije aturdido-, ¿experimentaban con personas?
– Con soldados sentenciados en tribunales militares por asesinato, condenados a sentencias de por vida en prisiones militares. Podían pudrirse allí o tomar parte en el proyecto y quizás obtener la libertad como recompensa.
– Pero experimentar con personas…
– Dudo que tu madre estuviera enterada de todo esto. No siempre le comunicaban como aplicaban sus ideas.
Toby debió de oír nuestras voces a través de la ventana, porque se quitó los guantes aislantes y las gafas protectoras para mirarnos. Nos dirigió un saludo con la mano.
– Todo fue a peor -siguió diciendo Manuel- No soy un científico. No me preguntes cómo. Pero fue a peor en muchos sentidos. Se veía en su rostro. De repente sucedieron cosas que ellos no esperaban. Cambios que no habían considerado. Los animales y los prisioneros para los experimentos su material genético sufrió unos cambios que no esperaban y que no se podían controlar.
Esperé un momento, pero al parecer no iba a decirme nada más.
– Se escapo un mono. Un rhesus. Lo encontraron en la cocina de Angela Ferryman -insistí.
La mirada inquisitiva que me dirigió Manuel fue tan penetrante que me dio la sensación de que había visto el interior de mi corazón, que sabía el contenido de cada uno de mis bolsillos y hasta había contado las balas que me quedaban en la Glock.
– Volvieron a capturar al rhesus -dijo-, pero cometieron la equivocación de atribuir su escapada a un error humano. No comprendieron que lo habían soltado, liberado. No comprendieron que algunos científicos del proyecto se estaban… transformando.
– ¿Transformando en que?
– Solo… transformando. En algo nuevo. Cambiando.
Toby apago el gas. El quemador Fisher se tragó sus propias llamas.
– ¿Cambiando como? -le pregunte a Manuel.
– Sea cual fuere el sistema que desarrollaron para insertar nuevo material genético en un animal o un prisionero de laboratorio ese sistema cobró vida independiente.
Toby apagó todos los paneles fluorescentes menos uno para que yo pudiera entrar.
– Material genético de otras especies se introducía en el cuerpo de los científicos del proyecto sin que ellos se dieran cuenta. De pronto algunos empezaron a tener muchas cosas en común con los animales.
– Dios.
– Quizá demasiado. Hubo algún episodio. No conozco los detalles. Fue extremadamente violento. Hubo muertos. Y todos los animales escaparon o fueron liberados.
– El grupo.
– Alrededor de una docena de monos inteligentes y violentos, sí. Pero también perros y gatos… y nueve prisioneros.
– ¿Y todavía andan sueltos?
– Tres de los prisioneros murieron cuando se intento capturarlos. La policía militar vino a ayudarnos. Fue cuando la mayoría de los polis del departamento se contaminó. Pero los otros seis y todos los animales… no se encontraron.
La puerta del granero se abrió y apareció Toby en el umbral.
– ¿Papa? -acercó su pesado cuerpo al de su padre y lo abrazó con fuerza. Luego me sonrió-. Hola, Christopher.
– Hola, Toby.
– Hola, Orson -dijo el muchacho, soltando a su padre y poniéndose de rodillas para saludar al perro.
Orson lamió a Toby, se comportaba como una mascota mimada.
– Ven a visitarnos -añadió Toby.
– Ahora hay un nuevo grupo -le dije a Manuel-. No es violento como el primero. O al menos todavía no lo es. Todos sus miembros llevan emisores, lo que significa que los han soltado con un propósito ¿Por que?
– Para encontrar al primer grupo y descubrir donde se oculta. Son tan evasivos que todos los intentos para localizarlos han fracasado. Es un plan desesperado, un intento de hacer algo, antes de que el primer grupo se haga demasiado grande. Pero tampoco funciona. Se acaba de crear otro problema.
– Y no solo por culpa del padre Eliot.
Manuel se me quedo mirando fijamente un buen rato.
– Sabes mucho, ¿no es cierto?
– No lo bastante. Y demasiado.
– Tienes razón, el padre Tom no es el problema. Solo ha visto a algunos. Se sacan los emisores unos a otros. Este nuevo grupo no son violentos pero son muy inteligentes y desobedientes. Desean ser libres. A toda costa.
Abrazando a Orson, Toby me repitió su invitación.
– Ven a visitarnos, Christopher.
Antes de que pudiera responder, Manuel se adelantó.
– Ya casi amanece, Toby. Chris ha de irse a casa.
Contemplé el horizonte hacia el este, el cielo nocturno empezaba ya a clarear en esa dirección la niebla me había impedido ver el cambio.
– Hemos sido amigos durante algunos años -dijo Manuel-. Te he dado algunas respuestas. Siempre te has portado bien con Toby. Ahora ya sabes bastante. He hecho lo que debía por un buen amigo. Quizá demasiado. Vete a casa ahora -sin que me diera cuenta, había deslizado la mano derecha hacia la pistola en la cartuchera. Dio una palmadita al arma-. Nunca más veremos juntos una película de Jackie Chan.
Me estaba diciendo que no volviera. Yo no hubiera intentado mantener nuestra amistad, pero hubiera podido volver a ver a Toby de vez en cuando.
Llamé a Orson a mi lado y Toby, reacio, lo dejó marchar.
– Una cosa más -dijo Manuel cuando yo agarré el manillar de la bicicleta-. Los animales que han sido liberados, los perros, los gatos, los nuevos monos, conocen sus orígenes. Tu madre… bueno, podría decirse que para ellos es una leyenda… su hacedora… casi como su dios. Saben quien eres, te reverencian. Ninguno de ellos te hará daño. Pero el grupo original y la mayor parte de las personas que han sufrido alteraciones… sea cual sea el nivel al que han llegado, odian a tu madre por lo que han perdido. Y te odian a ti por razones obvias. Más pronto o más tarde, van a actuar. Contra ti. Contra las personas más próximas a ti.
Asentí. Ya lo sabía.
– ¿Y no puedes protegerme?
No contestó. Puso el brazo alrededor de su hijo. En la nueva Moonlight Bay, la familia todavía era importante, pero el concepto de comunidad ya había desaparecido.
– ¿No puedes o no quieres protegerme? -pregunté, y sin esperar otro silencio como respuesta continué-. No me has dicho quién es Carl Scorso -refiriéndome al calvo del pendiente que al parecer se había llevado el cuerpo de mi padre a una sala de autopsias, a un lugar seguro que todavía operaba en algún rincón alejado de Fort Wyvern.
– Es uno de los prisioneros que se comprometieron a participar en los experimentos. El daño genético relacionado con su comportamiento sociopático previo ha sido identificado y erradicado. Ya no es peligroso. Es uno de sus éxitos.
Fijé en él la mirada pero no pude leer sus pensamientos.
– Asesinó a un vagabundo y le arrancó los ojos.
– No. Fue el grupo quien asesinó al vagabundo. Scorso sólo encontró el cuerpo en la carretera y se lo llevó a Sandy Kirk. Sucede ahora y antes… Conductores, autoestopistas… siempre ha habido muchos moviéndose arriba y abajo de la costa de California. En esta época, algunos no van más lejos de Moonlight Bay.
– Y tú también vives con esto.
– Yo hago lo que me ordenan -replicó con frialdad.
Toby rodeó a su padre con los brazos, como si lo protegiera, y me dirigió una mirada de consternación por el modo en que había desafiado a su padre.
– Hacemos lo que nos ordenan. Es la única manera, en estos días que corren, Chris. Las decisiones han sido tomadas a muy alto nivel. A muy alto nivel. Supongo que el presidente de Estados Unidos estaba interesado en el proyecto científico y vio la oportunidad de hacer historia invirtiendo grandes sumas de dinero en ingeniería genética, igual que Roosevelt y Truman subvencionaron el proyecto Manhattan y Kennedy el de poner un hombre en la Luna. Supongo que él y todos los que están a su alrededor, y los políticos que los apoyan, quieren tapar todo esto.
– ¿Y qué es lo que ha sucedido?
– Ninguno de los de arriba quiere correr el riesgo de que se haga público. Es posible que lo que les dé miedo no sea que los echen de los despachos, sino que los juzguen por crímenes contra la humanidad. Temen que los aparten masas indignadas. Quiero decir… soldados de Wyvern y sus familias, que podrían estar contaminados, que ya se han marchado. ¿Cuántos de ellos lo han contagiado? Cundiría el pánico en las calles. Pondrían en cuarentena a todo el país. Porque el poder que cree que todas las cosas deben seguir su curso sin mayores consecuencias, pronto se agota y luego desaparece.
– ¿Ha cambiado algo?
– Quizá.
– No lo creo.
Se encogió de hombros y con una mano acarició el cabello de Toby que se había despeinado al sacarse las gafas protectoras.
– No todas las personas con síntomas de cambio son como Lewis Stevenson. Se dan infinitas variantes. Algunos que atraviesan una mala fase… luego la superan. Fluctúan. Es un proceso. No es nada parecido a un terremoto o a un tornado. Es un proceso. Si hubiera sido necesario, me hubiera encargado de Lewis yo mismo.
– Quizás era más necesario de lo que te imaginas -dije, sin admitir nada.
– Nadie puede ir por ahí tomándose la justicia por su mano. Ha de mantenerse el orden y la estabilidad.
– Pero si ya no hay nadie.
– Estoy yo -contestó.
– ¿Es posible que estés infectado y no lo sepas?
– No. No es posible.
– ¿Es posible que estés cambiando y no te des cuenta?
– No.