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Steelforth le dio unos golpecitos en el brazo tranquilizándole y se alejó seguido por los dos hasta llegar al cordón de piquetes blancos, donde se detuvieron. Steelforth dio la espalda a los invitados y miró al campo de golf, donde los empleados se afanaban aplanando terrones y rastrillando los búnkeres. Metió las manos en los bolsillos.

– ¿Qué es lo que tienen? -preguntó displicente.

– Lo sabe perfectamente -respondió Rebus-. Cuando le mencioné la relación entre Webster y la Fuente Clootie usted ni se inmutó, lo que me hace pensar que ya sospechaba algo. Al fin y al cabo, Stacey Webster es agente de su departamento. Probablemente la estaría controlando, intrigado por sus frecuentes viajes al norte, a ciudades como Newcastle y Carlisle. Y por otro lado, me pregunto qué es lo que vio en las grabaciones de segundad aquella noche en el castillo.

– Hable ya -dijo Steelforth entre dientes.

– Creemos que Stacey Webster es el asesino en serie -terció Siobhan-. Quería cargarse a Trevor Guest, pero no dudó en matar a otros dos para encubrir el hecho.

– Y cuando fue a contárselo a su hermano -continuó Rebus-, a él no le pareció bien. Y tal vez saltó o quizá le horrorizó la perspectiva de que se descubriera… y ella decidió que había que silenciarlo -añadió alzando los hombros.

– ¡Pura fantasía! -comentó Steelforth sin mirarlos a la cara-. Si son buenos policías, tendrán que presentar una conclusión irrebatible.

– No nos será difícil, ahora que sabemos lo que buscamos -replicó Rebus-. Naturalmente, para el SOI2 será demoledor…

Steelforth torció el gesto y se dio la vuelta mirando a la fiesta.

– Hasta hace cosa de una hora -dijo pausadamente- les habría dicho que se fueran a hacer gárgaras. ¿Saben por qué?

– Porque Pennen le había ofrecido un trabajo -dijo Rebus, y Steelforth enarcó una ceja-. Razonamiento fundado -añadió Rebus-. Es a él a quien ha estado protegiendo en todo momento, y debía de existir un motivo.

Steelforth asintió despacio con la cabeza.

– Pues sí, tiene razón.

– ¿Y ahora ha cambiado de parecer? -inquirió Siobhan.

– No tienen más que ver cómo actúa. Se está desmoronando, ¿no creen?

– Como una estatua en el desierto -comentó Siobhan mirando a Rebus.

– El lunes iba a presentar mi dimisión -dijo Steelforth entristecido-. Que se fuera al diablo el Departamento Especial.

– Puede decirse que ya se ha ido, visto que uno de sus representantes mata a derecha e izquierda -terció Rebus.

Steelforth seguía mirando a Richard Pennen.

– Es curioso cómo funcionan a veces las cosas… El menor fallo hace que toda la estructura se venga abajo.

– Como sucedió con Al Capone -añadió Siobhan-, a quien sólo consiguieron echar el guante por no pagar impuestos, ¿no fue así?

Steelforth hizo caso omiso del comentario y se volvió hacia Rebus.

– La grabación de las cámaras de seguridad no era concluyente -dijo.

– ¿Se veía a Ben Webster con alguien?

– Diez minutos después de recibir una llamada en el móvil.

– ¿Tenemos que comprobar la grabación de la compañía telefónica o cabe suponer que era Stacey?

– Ya digo que la grabación de la cámara no era concluyente.

– ¿Qué se veía?

Steelforth se encogió de hombros.

– A dos personas hablando… Mucha gesticulación, evidentemente por una discusión. Y al final una que agarra a la otra, pero no se ve bien y está muy oscuro.

– ¿Y?

– A continuación sólo se ve a una persona -contestó Steelforth taladrando a Rebus con la mirada-. Yo creo que en ese instante él deseó que sucediera.

Se hizo un silencio que rompió Siobhan.

– Y lo han metido todo bajo la alfombra para que no trascienda… del mismo modo que despachó a Stacey Webster a Londres.

– Bueno, sí… Sería una suerte que pudieran hablar con la sargento Webster.

– ¿Qué quiere decir?

Steelforth se volvió hacia Siobhan.

– No hemos vuelto a saber nada de ella desde el miércoles. Parece ser que tomó por la noche el exprés hasta Euston.

– ¿El día de las bombas de Londres? -inquirió Siobhan entornando los ojos.

– Será un milagro identificar a todas las víctimas.

– ¡No diga chorradas! -exclamó Rebus arrimando su rostro al de él-. ¡La está encubriendo!

Steelforth se echó a reír.

– Usted ve conspiraciones por doquier, Rebus, ¿verdad?

– Usted sabía lo que había hecho. ¡Lo de las bombas es la coartada perfecta para borrarlo todo!

El rostro de Steelforth se endureció.

– Ha muerto -dijo-. Adelante; recoja cuanta evidencia pueda; no creo que llegue muy lejos.

– Le caerá un volquete de mierda encima -le previno Rebus.

– ¿Ah, sí? -replicó Steelforth alzando la barbilla apenas a unos centímetros del rostro de Rebus-. A la tierra le viene bien un poco de estiércol de vez en cuando, ¿no cree? Ahora, si me permiten, voy a emborracharme del todo a cuenta de Richard Pennen.

Se alejó, sacando las manos de los bolsillos, y recuperó la copa que le sostenía Corbyn. El jefe de la policía dijo algo con un ademán en dirección a los dos agentes de Lothian y Borders, Steelforth negó con la cabeza, se inclinó hacia Corbyn y murmuró unas palabras que hicieron que el jefe de la policía echara hacia atrás la cabeza como presagio de una sonora risotada.

Capítulo 28

– En definitiva, ¿qué es lo que hemos conseguido? -preguntó Siobhan una vez más.

Habían regresado a Edimburgo y estaban en un bar de Broughton Street cerca de su casa.

– Tú entrega las fotos del parque de Princes Street y tu amigo rapado tendrá la pena de cárcel que merece -dijo Rebus.

Ella le miró y forzó una carcajada.

– ¿Y ya está? Cuatro personas muertas por culpa de Stacey Webster, ¿y eso es todo?

– Tenemos salud -replicó Rebus- y todo un bar pendiente de nosotros.

Algunos clientes desviaron la mirada.

Ella había tomado ya cuatro gin tonics y Rebus una cerveza y tres Laphroaigs en el compartimento que ocupaban en aquel local lleno y animado, hasta que comenzaron a hablar de los tres asesinatos, la muerte no aclarada, puñaladas, delincuentes sexuales, George Bush, el Departamento Especial, los disturbios de Princes Street y Bianca Jagger.

– Tenemos que recapitular el caso -dijo Rebus.

Ella replicó con una pedorreta.

– ¿Y de qué nos serviría si es imposible probar nada? -inquirió.

– Hay mucha evidencia circunstancial.

Siobhan lanzó un bufido y comenzó a contar con los dedos.

– Richard Pennen, SOI2, el gobierno, Cafferty, Gareth Tench, un asesino en serie, el G-8… En principio nos parecían relacionados. ¡Sí, claro, relación la hay! -añadió mostrándole siete dedos. Como Rebus no replicó, bajó las manos y se miró los dedos-. ¿Cómo puedes tomártelo con tanta tranquilidad?

– ¿Quién dice que esté tranquilo?

– O sea que te refrenas.

– Tengo mi experiencia.

– Pues yo no -replicó ella negando con la cabeza grotescamente-. En estas circunstancias me dan ganas de gritarlo a los cuatro vientos.

– Yo diría que hemos dado los pasos previos.

Siobhan miró su vaso medio vacío.

– ¿Así que la muerte de Ben Webster no tenía nada que ver con Richard Pennen?

– Nada -contestó Rebus.

– Pero a él también le ha hundido, ¿no?

Rebus asintió escuetamente con la cabeza. Ella musitó algo, él no lo entendió y le pidió que lo repitiera.

– Ni Dios ni amo. No dejo de darle vueltas en la cabeza desde el lunes, suponiendo que sea cierto… ¿A quién recurrir? ¿Quién manda?

– Siobhan, no me considero capaz de responder a eso.

Ella torció el gesto, como quien confirma algo sospechado. Sonó su móvil anunciando un mensaje. Pero Siobhan simplemente miró la pantalla.