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Si bien el siglo VII d. C. ha sido considerado en Europa como parte de la Edad de las tinieblas, para Irlanda, en cambio, constituyó una auténtica «Edad de Oro». Estudiantes de todas partes de Europa acudían a las universidades irlandesas para formarse, incluso los hijos de muchos reyes anglosajones. Hay constancia de que en la universidad de Durrow había, al menos, dieciocho naciones de aquella época representadas entre los estudiantes. Al mismo tiempo, misioneras y misioneros irlandeses partían a ultramar para reconvertir al cristianismo a una Europa pagana, fundando iglesias, monasterios y centros de estudio por todo el continente hasta Kiev (Ucrania) por el este, las islas Feroe por el norte y Tarento por el sur, en Italia. Irlanda era sinónimo de alfabetización y educación.

Sin embargo, la Iglesia celta de Irlanda tenía constantes enfrentamientos con la Iglesia de Roma en cuestiones litúrgicas y rituales. La Iglesia de Roma inició su propia reforma en el siglo IV, cuando cambió la fecha de celebración de la Pascua de Resurrección y algunos aspectos de su liturgia. La Iglesia celta y la Iglesia ortodoxa oriental se negaron a seguir los dictados de Roma. No obstante, la Iglesia celta fue absorbida paulatinamente por Roma entre los siglos IX y XI, mientras que la Iglesia ortodoxa oriental conservó su independencia. Durante la época de Fidelma, este conflicto constituía tal motivo de preocupación para la Iglesia celta de Irlanda, que resulta imposible escribir sobre asuntos relacionados con la Iglesia sin aludir a la guerra filosófica que hubo entre ellas.

Ahora bien, en el siglo VII la Iglesia celta y la Iglesia católica coincidían en que el concepto de celibato no era universal. Pese a que en ambas iglesias siempre hubo ascetas que sublimaban el amor físico en su devoción a la deidad, la Iglesia Occidental no condenó los matrimonios clericales hasta el año 325 d. C, en el concilio de Nicea, si bien no los prohibió. El concepto de celibato de la Iglesia romana surgió, sobre todo, a raíz de las costumbres que practicaban las sacerdotisas de Vesta con los sacerdotes de Diana.

Hacia el siglo V, Roma prohibió que los clérigos con grados superiores al de abad y al de obispo durmieran con sus esposas y, poco después, que incluso contrajeran matrimonio. En cuanto al clero común, Roma desaconsejó el matrimonio, aunque no lo prohibió. De hecho, no hubo un serio intento de imponer al clero occidental el celibato universal hasta la reforma realizada durante el pontificado de León IX (1049-1054 d. C). La Iglesia celta tardó siglos en renunciar a su postura contraria al celibato y adherirse a los preceptos de Roma, mientras que la Iglesia ortodoxa oriental, los sacerdotes con grados inferiores al de abad y al de obispo han mantenido el derecho a contraer matrimonio hasta nuestros días.

Es fundamental observar este aspecto de la postura liberal adoptada por la Iglesia celta en cuanto a las relaciones sexuales, a fin de comprender el trasfondo de la presente novela.

La condena del «pecado carnal» siguió siendo algo ajeno a la Iglesia celta hasta mucho tiempo después de imponerse como dogma la postura de Roma. En los tiempos de Fidelma, ambos sexos convivían en abadías y fundaciones monásticas conocidas como conhospitae (o «casas dobles»), donde hombres y mujeres educaban a sus hijos al servicio de Cristo.

El propio monasterio de Fidelma, Santa Brígida de Kildare, fue una de estas comunidades de ambos sexos de la época. Cuando santa Brígida fundó la comunidad en Kildare (Cill-Dara, «la iglesia de los robles») invitó a un obispo llamado Conláed a unirse a ella. La primera biografía de la santa, concluida cincuenta años después de su muerte en el año 650 d. C, y coetánea de Fidelma, fue obra de un monje de Kildare llamado Cogitosus; en ella deja patente que la comunidad mantuvo el carácter mixto propio de la época.

Asimismo debería destacarse que, como muestra de igualdad con los hombres, las mujeres de esta época podían ser sacerdotes de la Iglesia celta. La propia Brígida fue ordenada obispo por el sobrino de Patricio, Mel, y no fue un caso excepcional. De hecho, en el siglo VI la iglesia de Roma escribió una protesta contra la práctica de la Iglesia celta de permitir que mujeres oficiaran el santo sacrificio de la misa.

A diferencia de la Iglesia de Roma, la Iglesia celta carecía de un sistema de «confesión» según el cual dar a conocer los «pecados» a los clérigos que en aquella época tenían autoridad para absolver tales pecados en nombre de Cristo. Para ello, los fieles escogían a un «alma amiga» (alma chara) entre los clérigos o entre los seglares, con quien discutían asuntos de bienestar emocional o espiritual.

A fin de ayudar a los lectores a situarse en la Irlanda que vivió Fidelma, es decir, la Irlanda del siglo VII -ya que las divisiones geopolíticas quizá no resulten familiares-, he proporcionado un mapa esquemático; al objeto de facilitar la identificación de los nombres personales, también he añadido una lista con los personajes principales.

En general he desdeñado el empleo de topónimos anacrónicos por razones obvias, si bien he cedido a algunos usos modernos, como Tara, en vez de Teamhai; Cashel, en vez de Caiseal Muman, y Armagh en lugar de Ard Macha. Ahora bien, he sido fiel al nombre de Muman en vez de emplear la variante posterior de «Munster», que se formaría al añadir el stadr (lugar) de Norse al nombre irlandés de Muman en el siglo IX d. C. y que se anglicanizaría con el tiempo. También he mantenido la denominación original de Laigin, en vez de la forma anglicanizada de Leinster, basada en la forma escandinava Laighin-stadr. Para facilitar la lectura, he acortado Fearna Mhór (el gran lugar de los alisos), en aquella época la ciudad principal de los reyes de Laigin, y he preferido Fearna, según la anglicanización actual de Ferns (condado de Wexford).

Este relato también aborda el conflicto existente en esta época entre las Leyes Brehon, de la tradición jurídica irlandesa, y la introducción en Irlanda de un sistema legal alternativo por parte del clero partidario de las reformas de la Iglesia de Roma. Este sistema se llamaba «los Penitenciales». Inicialmente, dichos Penitenciales eran los preceptos designados para las comunidades religiosas, inspiradas sobre todo en conceptos culturales grecorromanos, y en función de los cuales debían dirigir sus vidas. Sin embargo, a menudo extendían estos preceptos a aquellas comunidades que vivían a la sombra de las grandes abadías, según la personalidad de sus abades y abadesas.

Los Penitenciales se desarrollaron en muchos casos como un rígido conjunto de normas y penas que imponían castigos físicos a los transgresores, es decir, era más un procedimiento vengativo y cruel que un sistema de indemnización y rehabilitación, base que constituía el corpus de las Leyes Brehon. A medida que la forma romana de la cristiandad iba imponiéndose entre los centros religiosos y urbanos, en muchas regiones de Irlanda los Penitenciales empezaron a desplazar los preceptos brehon. Así, durante la baja Edad Media en Irlanda se sucedían ejecuciones, mutilaciones y flagelaciones como formas de castigo, al igual que en el resto de Europa. Éste, sin embargo, no era el caso en la época de Fidelma, y tales ideas indignaban a los abogados del sistema brehon, como el lector tendrá ocasión de descubrir a continuación.

Personajes principales

Sor Fidelma de Cashel, dálaigh o abogada de los tribunales de Irlanda en el siglo VII

Hermano Eadulf de Seaxmund's Ham, un monje sajón de la región de South Folk

Dego, guerrero de Cashel

Enda, guerrero de Cashel

Aidan, guerrero de Cashel

Dego, guerrero de Cashel

Enda, guerrero de Cashel

Aidan, guerrero de Cashel

Morca, posadero de Laigin

Abadesa Fainder, abadesa de Fearna

Abad Noé, anan chara (alma amiga) del rey Fianamail