Quizá más gente debería vivir como nosotros. ¿Creéis que echo de menos todo lo que tenía antes? Una casa de lujo, home cinema y gimnasio. Lo único que echo de menos es la piscina porque el culo se me está poniendo enorme. Me tira hacia abajo cuando camino y el único momento en que vuelvo a sentirme humana es cuando me baño, así que nadar sería genial. Pero todo lo demás que hay aquí está bien.
Además de Vinny, hay otros dos tipos: Tom y Frank. Todos son heroinómanos. Uno pensaría que debería estar asustada de vivir aquí, ¿no? Pero no lo estoy. Nadie está interesado en mí, en todo caso no en follarme. Lo único que buscan es la siguiente dosis, y Vinny se financia el hábito con trapicheos. Tiene a sus habituales, como Meg y sus compañeras mangantes, y viene y va. Ninguno de ellos viene a la casa; los mantiene fuera. Hay un par de bates de béisbol en la cocina del piso de abajo para cuando hay problemas, aunque no los ha habido en las semanas que llevo viviendo aquí.
Me pago el alquiler cocinando para ellos. No era consciente de que era capaz de hacerlo, pues nunca lo había necesitado. El primer día bajo hasta la cocina: es un desastre. Pero uno de verdad, así que empiezo a limpiar. No tengo nada mejor que hacer. Esa noche cocino pasta para todos y rallo un poco de queso por encima. Es lo único que encuentro en la nevera.
Al día siguiente, Vinny llega a casa con un montón de comida fresca.
– Tienes que comer verdura y fruta -me cuenta-. Muchas cosas verdes.
– ¿Desde cuándo eres un experto?
Se encoge de hombros.
– No lo sé, pero es verdad, ¿no? ¿Necesitas comer estas cosas cuando estás embarazada?
– Sí, supongo, aunque no tengo ni idea de qué hacer con ello.
– Sopa -me contesta-. Córtalo todo y mételo en una olla.
Y así lo hago, y es genial. Todo el mundo toma un poco. Mis compañeros de casa no son grandes comedores; de hecho, a veces, no comen nada en todo el día. Pero yo sí que lo soy. No se trata sólo de comer para dos, sino de que, cuando tú has cocinado algo, realmente lo aprecias.
Además, me encanta moverme por la cocina, ordenar las cosas y cocinar para tres tíos. Odio todo eso, las mujeres en casa y cuidando de los hombres; es lo que ha hecho mi madre toda su vida. Hacer de chacha para los demás, sin descanso, para que todo esté perfecto: la casa y la ropa limpias, la cena en la mesa. Me pone enferma. Ahora yo hago lo mismo, pero es diferente. Somos una clase distinta de familia. La clase de familia en la que la mitad del tiempo todos los demás están demasiado colgados para comer. La clase de familia en la que no preguntas de dónde sale la comida. La clase de familia en la que la gente vomita en el patio y ni tan siquiera se menciona el tema.
Pero también es la clase de familia en la que nadie te juzga ni intenta meterse en tus cosas, en la que, a pesar de todo, te sientes segura. Me siento más segura en esta casa ocupa de Giles Street de lo que lo he estado en años.
Cuando no estoy cocinando o limpiando, dibujo. Un día encuentro un poco de papel pintado viejo y empiezo a garabatear. Vinny me ve.
– Son increíbles -me dice, y me trae un poco de celo, de modo que los puedo pegar en la pared. Dibujo cualquier cosa: cosas de la vida real o que recuerdo. Un día me encuentro a Vinny y a los chicos dormidos, tirados en la sala de estar del piso de abajo, y los dibujo. Creo que les gustará, y así es; lo cuelgan de la pared. Pero a Vinny también le entristece.
– Ésta es mi vida, Sarah. Has dibujado mi vida.
– Se te ve tan feliz cuando duermes. En paz.
– No estoy dormido, sino colocado. Y no estoy feliz, ya no. Sólo aliviado de haberlo conseguido.
– Aun así, ojalá yo pudiera encontrar un poco de paz.
Se le ensombrece la cara, como si acabara de pasar una nube por encima.
– No lo necesitas. Si algún día viera que tomas ese camino, te echaría a patadas de aquí, Sarah. No es para ti. Vas a tener un bebé.
– No quería decir… -¿O quizá sí? Cuando piensas en ello, realmente apesta. No es muy recomendable. Así que, si hay algún modo (una calada, una pastilla, un pinchazo) para hacer que las cosas mejoren, ¿por qué no?
– La mejor forma de quitarse es no meterse. No empezar. No dar nunca el primer paso.
– ¿Simplemente di no?
– Te ríes de mí, y no es divertido. Todos mis amigos, todos ellos, están enganchados a algo. La mayoría de nosotros nunca nos desengancharemos, nunca estaremos limpios. Algunos de nosotros moriremos por culpa de ello. Tú eres diferente: eres la persona menos jodida que conozco. No cambies.
– No pienso hacerlo, no voy a tomar nada. Sólo me gustaría poder dormir, eso es todo. Una noche de sueño decente, sin pesadillas.
– ¿Por qué no la dibujas?
– ¿El qué?
– Tu pesadilla. Si la dibujas, si la sacas de tu cabeza, podría desaparecer.
Tengo miedo. Me siento como si la sacara a la luz; ocupará mi día además de mi noche. Pero ¿a quién quiero engañar? De todos modos pienso en ella, así que Vinny tiene razón, podría dibujarla.
Encuentro un rollo nuevo de papel pintado y empiezo a dibujar. Pero no me sirve un lápiz, por lo que le pido a Vinny que me consiga un poco de carboncillo. Necesita líneas oscuras. Me hace sentir bien dibujar con algo que ya haya ennegrecido el fuego. Me tiembla la mano cuando empiezo los bocetos. Puedo hacerlo. Cierro los ojos y vuelvo allí. Está en mi cabeza, llenándola, y luego se extiende por todo mi cuerpo: la luz y la oscuridad, las caras, el fuego, el miedo. Empiezo a dibujar con los ojos aún cerrados y, cuando los abro, hay una cara que me devuelve la mirada desde la hoja.
Un hombre sostiene a una niña en brazos.
Es él.
Es Adam.
Adam
Se la llevan. Mi libreta. Se la llevan y no me la piensan devolver. Junior empieza a hojearla y pasa las páginas.
– ¿Qué es esto? ¿Tu agenda de ligues? No te habrás tirado a todos éstos, ¿no? Sucio cabrón.
– Cállate y devuélvemela.
– Salen chicos y chicas. Sabía que había alguna cosa enfermiza en ti. No te has tirado a todos éstos ni de coña. Pero quizá quieras…
Intento recuperar la libreta, pero se la pone encima de la cabeza y empieza a bailar, mientras se aleja con ella.
– Junior, es privado. Devuélvemela. ¿No tienes nada privado?
– Ahora sí. Tengo tu libreta.
– Devuélvemela, idiota. No tiene nada que ver contigo.
Estoy desesperado. No debe mirarla. Preferiría que estuviera destrozada, destruida. La adrenalina me recorre el cuerpo. Ellos son cuatro y yo estoy solo, pero no importa. Tengo que recuperar la libreta y lo haré. Junior está a unos veinte metros de distancia, y sus colegas me bloquean el paso. Les empujo tan fuerte como puedo, metiendo los codos. Consigo tirar a uno, pero los demás se interponen en mi camino. Detrás de ellos, puedo ver que Junior se ha detenido. Ahora hojea la libreta más despacio. Si no le alcanzo en los siguientes segundos, estaré jodido. Verá los títulos de las columnas, leerá las descripciones, encontrará nombres que conoce. Se encontrará.
Lo doy un cabezazo al tipo más alto y le meto un rodillazo en las pelotas a su compañero, entonces paso corriendo por su lado y voy directo hacia Junior, para lanzarme contra su estómago y tirarlo al suelo. Caemos juntos sobre el asfalto.
– ¡Aparta, enfermo mental!
Todavía tiene la libreta. Le agarro los dedos y se los doblo uno a uno. Empieza a chillar como una niña, no como un chico grande sin sus colegas. Tres dedos doblados y suelta la libreta, que cae a nuestro lado; la recojo y me deshago de él. De nuevo en pie, me guardo la libreta dentro de los pantalones. Él sigue en el suelo, aguantándose los dedos con la otra mano.